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Adiós A Doña María Haydée Barraza De Calderón

Por domingo 27 de octubre de 2013 Sin Comentarios

Por Faustino López Osuna*

Doña-Maria-HaydeeEl periodista Roberto Soltero Acuña me informó, por medio de un correo, que hoy falleció doña María Haydée Barraza de Calderón, en Los Mochis. Y los recuerdos de más de cuarenta años se agolparon en la mente. Finalizando el gobierno de Renato Vega Alvarado, doña María Haydée presentó un libro autobiográfico en la sala Frida Kahlo de la Universidad Autónoma de Sinaloa en Culiacán, evento al que asistieron, entre otras personalidades, la viuda de Fidel Velázquez, su gran amiga, así como doña Juana Carrillo de Vega, esposa del gobernador, y el candidato, en campaña, al gobierno del Estado, Juan S. Millán. En dicho libro se aprecia parte de su vida al lado de su esposo, don Alfonso G. Calderón, ex gobernador de la entidad, así como su origen en el poblado Camino Real de Piaxtla, San Ignacio, de donde, jovencita, salió con su madre y sus hermanos a Culiacán, para que pudieran estudiar allá. La presentación, amena, de la autobiografía, la hizo el decano universitario ingeniero Pablo Lizárraga Arámburo. Cuando en esa ocasión la saludé, doña María Haydée me dijo, sin rodeos: “Tú me vas a componer una canción”.

En su matrimonio, tuvo cuatro hijos: Renato, el mayor (fallecido en un accidente), Alor, Sandra (fundadora y primera directora general del desaparecido DIFOCUR) y Francisco. Doña María Haydée le pidió a su hermano Alfonso, viejo líder marxista muy apreciado en la UAS, que le integrara un equipo de trabajo a su hijo Alor en el recién fundado INFONAVIT. Así fue como, egresado del Politécnico Nacional, ingresé al área de acción social de dicho instituto y mi desempeño en Morelos, reconocido al poco tiempo por el licenciado Jesús Silva-Herzog Flores, más el arribo de don Alfonso G. Calderón a la gubernatura de Sinaloa, me valió para ocupar el cargo de delegado regional en Baja California Sur, Sinaloa y Durango. Don Alfonso, creyendo que mi amistad con su hijo venía de la Universidad, nunca supo que gracias a la voluntad de su esposa a través de su cuñado, me integré profesionalmente, con Alor, al servicio público en 1972.

Así, por un lado o por otro, me fui enterando, con admiración, que doña María Haydée, para sacar adelante a la familia, aprendió a embobinar motores y por las noches, en su casa, le ayudaba a su esposo, entonces electricista en el ingenio de Los Mochis. Y lo alentó y compartió con él las durezas de la vida, en su trayectoria como obrero y como fundador y dirigente de la poderosa Confederación de Trabajadores de México. Me enteré igualmente del duro capítulo que vivió con su esposo, cuando, por desavenencias internas en la lucha por ocupar la secretaría general del sindicato azucarero, se le congeló a éste en la propia CTM, por casi 18 años, sorteando con entereza las vicisitudes de la política. Habría que agregar que también saboreó el éxito de su esposo, en las etapas estelares de éste, como senador de la República, como gobernador y como subsecretario de Estado. También lo acompañó, a lo largo de la vida, cuando asistió en representación de Fidel Velázquez a las conmemoraciones del Primero de Mayo en Moscú y Pekín, entre otras capitales del mundo.

Con doña María Haydée se cumple a cabalidad aquello de que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer. Solidaria y generosa, aún después de quedar viuda y sin importarle lo avanzado de su edad, siguió luchando en favor de los ancianos en Ahome, poniendo al servicio de tan noble causa su experiencia y sus relaciones personales e institucionales cultivadas durante toda su existencia. Con singular celo conservó viva la memoria del líder obrero que fue don Alfonso G. Calderón, su esposo, quien apenas en septiembre pasado cumplió cien años de su natalicio, conmemoración que coincidió con la destructiva acometida del huracán “Manuel”, que tanto daño provocó en nuestra tierra.

No le aclaré a doña María Haydée ni en la tarde de la sala Kahlo ni en la noche de la cena en el hotel Executivo, que cuando compuse para don Alfonso el vals “San José de Gracia”, compuse también “El san ignacense” y que, pensando en su persona como san ignacense que era, lo terminé, como personal homenaje a ella, diciendo: “Ya me voy de retirada,/ ahí les dejo mi canción,/ en Camino Real de Piaxtla/ les dejé mi corazón.”

Madre ejemplar, alguna vez, escuchándola con absoluta calma platicar largamente sobre su familia, me confió que tanto Alfonso, su marido, como el doctor Labastida, “tuvieron que inscribir en una escuela militarizada a Alor y a Francisco, porque eran una cosa tremenda” en su adolescencia, para enseguida agregar, con satisfacción, que los dos se convirtieron en hombres de provecho. Esto que como madre me confió doña María Haydée, me permitió, años después, comprender en su dimensión humana, cuando el gobernador Francisco Labastida Ochoa cargó en hombros, junto con Alor, el féretro con los restos mortales de don Alfonso G. Calderón, cuando recibió honores en la sala de Cabildos del Ayuntamiento de Ahome, rubricados lastimosamente, como última despedida, por la sirena del ingenio de Los Mochis.

Doña María Haydée Barraza de Calderón, sinaloense ejemplar, gracias por haber tomado partido, durante más de 90 años, por los más necesitados de la tierra. Que los hermosísimos atardeceres de Sinaloa que tanto amó, la acompañen siempre. Adiós.

*Economista y compositor.

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