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El tlacuache de la buena suerte

Por domingo 8 de enero de 2012 2 Comentarios

Por Faustino López Osuna*

En este mundo de concepciones idealistas y materialistas del universo, hay quienes creen, para bien o para mal, en el horóscopo, en los milagros, en el número trece, en el siete, en la pata de conejo, en el gato negro, pasar debajo de una escalera, tirar al suelo la sal, barrer de noche, así como en la suerte en la lotería y en los juegos de apuestas, entre otras creencias. Por el contrario, los descreídos llaman a eso superstición.

La siguiente historia fue real. Hacia el mes de septiembre anterior, cierto medio día, al cruzar el corredor en mi domicilio en Aguacaliente, alcancé a ver de reojo un cachorro de tlacuache dirigiéndose a esconderse en el comedor. No supe cómo había entrado a la casa, ni le di mayor importancia pensando en buscarlo después para echarlo a la calle o al patio. Pero lo olvidé y cuando quise hallarlo por la tarde, ya no lo encontré. Pensé que se había salido como entró, sin que se notara. Pero a partir del día siguiente, empecé a ver por la mañana la basura desparramada en la cocina y el plato del gato sin las sobras acostumbradas. Me asomé, buscándolo, debajo de las alacenas de la cocina y del comedor, sin resultado.

Con la certeza de que se ocultaba en algún rincón de la casona construida en 1862 y para que ya no hiciera estropicios, procuré darle algo para que comiera. Intenté con hortalizas: pepino, lechuga y tomate, pero no los probó. Al día siguiente le ofrecí fruta: sandía, plátano y papaya. Y le encantaron. Le amplié la dieta con melón y comida del gato. Se fue octubre sin lograr verlo. Alguna vez que llegué de noche, encontré sus huellas dibujadas en la cubierta de vidrio del desayunador, lógicamente buscando comida, cosa que ya no me agradó. A principios de noviembre pensé en localizarlo para echarlo de la casa, pero, aunque fui cerrando una por una las puertas de las recámaras, del comedor y de la biblioteca, para ubicarlo, no tuve éxito: me velaba el sueño y continuaba alimentándose como siempre. Cierta noche volvió a dejar sus huellas, ahora sobre el pretil de la estufa. Ya ha de estar muy grande, me dije, para alcanzar a saltar a más de metro y medio de altura. O usará como liana el cable eléctrico del microondas.

El 15 de noviembre, ya de noche, me hice el propósito de encontrarlo durante la mañana del día siguiente. Así, después de desayunar, hacia las once horas, escoba en mano, empecé a hurgar, otra vez, debajo de la alacena de la cocina, cuando timbró el celular. Estaba tan distraído en mi labor, que en vez de oprimir el botón del auricular, oprimí el de colgar, interrumpiendo yo mismo la llamada sin saber quién hablaba. Continué en lo mío, cuando volvió a sonar el teléfono y, al contestar, escuché la voz de una dama que me pareció conocida. Palabras más, palabras menos, me dijo: “Faustino, te habla María Luisa Miranda”. Qué gusto escucharte María Luisa, creo que le dije. Y continuó: “Te hablo para comunicarte oficialmente que, de acuerdo al jurado calificador, resultaste ganador del primer lugar del concurso del Himno a Sinaloa”. No me digas, le respondí. “Sí te digo”, agregó en un tono muy agradable, prosiguiendo: “Te felicito. Y como aquí se encuentran los representantes de los medios de información, por mi conducto te piden que les cantes algo del himno”.

Yo, aturdido por la noticia, con el celular en una mano y la escoba en la otra, salí al patio y entoné, con la voz entrecortada por la emoción, la primera estrofa y algo del coro de mi composición, agradeciéndole a María Luisa Miranda, directora general del Instituto Sinaloense de Cultura, su comunicación, manifestándome que se me avisaría oportunamente en qué fecha sería, en Culiacán, la ceremonia de premiación. Confieso que en mi ánimo se cruzaron multitud de emociones, con algo parecido a la gratitud por el logro obtenido y la convicción de haber recibido una noticia fatal, de esas que, inevitablemente, no tienen remedio en la vida y que hacen cambiar todo.

Sinceramente, el acontecimiento hizo que, de momento, me olvidara del famoso tlacuache, pero a partir de la siguiente noche le puse la comida en el patio, la que estuvo comiendo algunos días, hasta que no la probó más. Descubrí que nunca había vivido en la casa, sino que entraba a través de un orificio en la barda oriente, que comunica a una calle trasera y a grandes baldíos a cuya orilla pasa el arroyo del pueblo. Nunca lo vi adulto y ya no regresó. Ojalá no le haya sucedido nada malo y ande por ahí, libre, protegido por la naturaleza. Ahora que, créanlo o no, si algún día tienen la experiencia de que los visite un tlacuache como me sucedió a mí, cuídenlo, porque es de buena suerte.

*Economista y compositor.

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2 Comentarios

  • JORGE HERNANDEZ dice:

    Pai, me encantó lo de tu premio. Algo de tu poesía quedará en el himno. Con afecto y cariño. Tu hermano (de crianza e ideales)

  • Luna Ruiz dice:

    Enhorabuena por sus meritos, y a proposito muy interesante historia. Buscando por una imagen de esta interesante creatura, fue que me llamo su historia la atencion y le dire porque. Estaba limpiando mi garage cuando de pronto me encontre con dientes amenazadores dispuestos a todo. A un lado de unos escombros se encontraba una bola de pelos que al principio crei era un mapache la cual resulto ser mama tlacuache con posiblemente cinco crias. Tratamos, mi esposo y yo, inutilmente sacarlos sin exito alguno. Optamos entonces dejarles algo de comer y esta mañana encontramos un ahuacate mordido pero la familia de tlacuaches se habia esfumado lo cual me dio gusto al principio, aunque despues de leer su historia siento que dejamos ir nuestro amuleto de la suerte. Felicidades!

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