Nacional

Perito Moreno: recuerdos del año

Por domingo 8 de enero de 2012 Sin Comentarios

Por Iván Escoto Mora*

Recuerdo mi infancia en días lluviosos. Gotas cayendo por vidrios, extendiéndose largamente, distorsionando todo como la imagen de lentes bromistas y brumosas.

El tiempo se extingue y distorsiona como en esos lejanos vidrios atravesados por la lluvia. Del pasado recordamos fragmentos, imágenes acomodadas en la memoria, en retazos de instantes traídos al presente en formas alteradas, quizá mejores.

En la mitología griega Mnemosine es la representación de la memoria, nacida de la unión divina entre la tierra y el cielo (Gea y Urano). Sin embargo, Mnemosine es más que la facultad de pensar el pasado, también es la posibilidad de transformarlo en el recuerdo y, en un acto, recrearlo como hubiésemos querido que fuera. Por ello recordar es también inspirar la imaginación en el recuerdo. Mnemosine es la inspiración de los poetas y la madre de las nueve ideas, musas del arte, constructoras de la belleza, celebradoras de la historia, el amor, el deleite, el cantar, los himnos, el florecimiento, la danza y todo aquello que representa a lo celestial.

En un viaje de quince horas de la Ciudad de México a la Patagonia, observo perlas escurriendo en los vidrios del avión como gotas de un día lluvioso distorsionando las imágenes del aire. No puedo dejar de pensar en Gonzalo Rojas y en su poema “Vidrio”, ese a través del cual todo parece adquirir significados que se transforman y reconstruyen en las arenas el tiempo. Gonzalo Rojas dice:

Amaneció vidrio, la inglesa
que me escribió llorando esa carta
en ese idioma que no es, es
vidrio, la percanta
anoréxica y todo sin cuya risa
no hay mundo es vidrio, Buenos Aires con
y sin Borges vidrio, uno que otro
catre donde duermen dos es vidrio, más
claro: vidria ella, él
vidrio, irreparablemente vidrio. En cuanto
a la fecha 23 de este junio lloviendo: vidrio
desasosiegamente finydor (fingidor)

Estos días que inauguran un nuevo año me hacen pensar otra vez en el tiempo, en su evanescente naturaleza, en la memoria, en sus rompecabezas. Todo cambia y sin embargo algo queda, un recuerdo que finge ser perpetuo, algo que nos permite creer que somos más largos que un instante.

Luego de cruzar escenarios de estepa y sierra, llego al glaciar Perito Moreno, vecino de la población argentina del Calafate. Los bloques de hielo petrificado que adornan 724,000 hectáreas de tierra se levantan imponentes frente a la vista, en sus gélidas estructuras se sostiene parte de la memoria del hombre, esa que pese a los cambios se resiste a desaparecer. No es extraño que desde 1981 haya sido declarado por la UNESCO Patrimonio Mundial de la Humanidad.

Un glaciar se forma por la presión de capas de nieve que se concentran en una superficie y permanecen por años –quizá siglos- en estado sólido para fundirse en cristal. Podríamos decir también que un glaciar es vida suspendida en el tiempo, rastros congelados del pasado en nuestra tierra, memoria grabada en el hielo.

Contemplar los edificios glaciares de la Patagonia es un espectáculo que cualquiera podría agradecer. Cumbres de cegadora blancura extendida en agudísimas puntas, épocas resumidas en geometrías heladas, imperturbables rostros que de pronto, en medio del silencio, arrojan un lamento estruendoso.

El bramido de una bestia invisible precede al rito natural de transformación. El tiempo congelado se destruye, columnas se derrumban sobre muros glaciares, la escena es de un dramatismo tan bello como indescriptible.

Las paredes estallan sobre la montaña alvina. Tras el derrumbe, un azul intenso -casi fluorescente- asoma sus brillos, es el mudar de piel de una serpiente inmortal que cambia para subsistir, como la memoria, como los recuerdos que siempre quedan atrás, distintos cada vez y de alguna manera, iguales.

En todo caso, esperando lo mejor para el año que comienza, a los amigos de La Voz del Norte, les deseo que la belleza se apodere de sus vidas y que inunde sus memorias la felicidad.

*Abogado y filósofo/UNAM.

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