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MOCORITO de ida y vuelta (…o cuando anduve esos caminos)

Por domingo 24 de noviembre de 2013 Sin Comentarios

Por Miguel Angel Avilés Castro*
Para el Doctor Nicolas Avilés, mi pariente;
También para don Faustino López Osuna, sí señor.

Mocorito-de-ida-y-Vuelta1Se rejuvenece andando caminos. Cualquiera. Los caminos siempre serán de ida y vuelta, tan circulares como la vida y la muerte. Esta vez voy camino a casa luego de estar una par de días en Culiacán, Guamúchil y Mocorito, el punto final. Y el de partida. Rejuvenezco.

Desde ahí vengo. En Culiacán apenas amanece; clarea. El sol llegará más tarde cuando cada quien vuelva a su sitio. Ya no estaré: el avión no tarda en salir y un taxi me lleva al aeropuerto. Mario, el Chofer, abre la plática con un tema que ya se me olvidó y yo le respondo con un bostezo.

La ciudad silencia las calles como para que escuche lo que Mario me cuenta. Me habla de un muerto o de dos que la noche anterior se sumaron a la lista de ejecutados. Que lo habían seguido y cuando le dieron alcance, le soltaron todo el plomo y ahí quedó tirado, junto a la camioneta donde hacia unas horas había pasado echando bravata. Por eso dice que él no levanta a cualquiera, prefiere dejar de ganar unos pesos, antes que arriesgarse a que un amanecido se viaje feo allá donde nadie responda a sus auxilios y lo destripe para bajarle todo lo ganado.

Yo vengo pensando en el retorno y en esos días que anduve caminando estos caminos. Allá, no tan lejos, como si fueran el humo de una fábrica, unas nubes cenicientas, apenas surgen como si estiran los brazos para luego andar hacia las alturas. Mario me cuenta de Los Dorados, el equipo de Futbol, cuando hace años, de un de repente, alcanzó la gloria y subió tan alto como esa nube para llegar como un equipo grande a la primera división profesional. Ahora ya casi no va al estadio, dice, y yo le digo, sin verlo, que así pasa: que uno sólo va al nopal cuando tiene tunas y se ríe, sin desatenderse del volante, porque, en ese taxi, él también anda caminos.

Él mismo nos lidió dos días antes; en su carro de alquiler de modelo atrasado pasamos calles y calles hasta llegar a un restauran concurrido, de esos que, con distinto nombre, hay por todos lados, donde los adultos comen sin verse y los niños baten una hamburguesa cara mientras se distraen viendo hacia la calle.

De regreso, antes de esperar la salida hacia Guamúchil, pasamos por lo que puede ser una vieja colonia popular, el Culiacán del ayer, digámoslo así, con calles delgadas, de subiditas y bajadas y riachuelos urbanos que brotan de una casa o un tubo de agua roto que desde hace mucho tiempo reclama cirugía.

En esa zona está una parte de la calle Juárez: la ventanilla infinita para realizar la compra-venta de dólares; la frontera incólume que se ríe de los que ponen orden. Una sombrilla, otra más y la hilera se lonas azules se completa abarcando varios metros, como haraposas palapas junto a la playa, como improvisados puestos ambulantes, abiertos de par en par para todo público que quiera la divisa.

Momentos antes, a unas cuadras de ahí, casi frente al templo católico “San Francisco de Asis”, Raúl, un hombre de 43 años cae abatido por sepa la bola cuando bajaba de su carro.

Mocorito-de-ida-y-Vuelta2El taxista sigue despacio a trote de caballo. En cada mentada sombrilla está una mujer bella con cangurera a la cintura para lo que pida su merced. Usted nomás pida que adentro hay más. Uno nomas se queda sorprendido desde la ventana del carro como perro de rico. En el tablero, el chofer lleva un grueso libro de Armando Fuentes Aguirre, que rebota como si un duende se hubiera metido entre sus páginas para leerlo. El hotel nos espera para un descanso breve porque, horas más tarde, en elegante salón de eventos de Guamúchil amenizarán Los Panchos, para recabar fondos a favor los damnificados por las lluvias que también se van.

El tiempo transcurre sabrosamente cuando uno platica con la sabiduría: Don Faustino López osuna, economista, compositor, colaborador de este semanario, es una enciclopedia abierta: de su voz, una disertación, aprendo de historia, de geografía, de música, de tiempos dolorosos y fructíferos en su vida, en la mía, en la de tantos. El que enseña sin darse cuenta es el mejor maestro y ese a quien no se olvida nunca.

Con él y Mario Arturo Ramos vamos ya rumbo a Guamúchil. En un camión apretujado de gente andamos de nuevo más caminos que ahora llevan hacia ese pueblo nebuloso donde ya quiere oscurecer. Los transeúntes se empiezan a ver como siluetas, como oscuros fantasmas que van de aquí para allá como un montón de palomas a dormir. Parece que venimos de la guerra. Tres hombres sudorosos con mochila a cuestas recorren una , dos, tres calles para llegar a ese hotel de la esquina que nos serviría de improvisado vestíbulo, luego de beber, sedientos de algo así, un par de tazas de café con pan que nos sirve ese mesero robusto y afable que se luce en las tareas de su oficio.

El reloj ya nos está picando las costillas. Como luchadores corremos a un vestíbulo y nos ponemos apurados los atuendos ligeramente presentables para ese evento en el Salón El Patio donde, luego de telonearles sin querer los del juego México-Panamá cantará el trío Los Panchos, ahora representados por sus herederos.

Estamos a un paso de andar hacia Mocorito. Dos horas después lo haríamos. Mientras, entreverados con la sociedad guamuchilense y autoridades de esa región, estamos, acá, escuchando los requintos y las voces a una sola voz que traen recuerdos y reivindican ese tono romántico que se aferra en perdurar.

La noche anda de prisa, le late el corazón apresurado. Un salvador golazo de Raúl Jiménez, música, bocadillos, un calor ligero y tan pronto eso acaba, ya se andará para Mocorito. Al día siguiente habremos de justificar a fuerza de palabra esa razón que tuvieron para llevarnos.

Mocorito es pequeño pero sus paredes coloniales y esas calles adoquinadas que dan la bienvenida, lo engrandecen. Ahí camina la cultura. Mocorito rejuvenece en esos caminos. Una acuarela de sangre pincelada por las balas ronda las colindancias de la ciudad y poquito más allá, pero contra eso, el antídoto es el arte, lo que se dice y se piensa: la expresión cultural que lanza palabras para aniquilar al enemigo: la ignorancia. En ese duelo se bate La Voz del Norte, en su nueva época y le va ganando al enemigo. Por eso se celebra: se anda.

Hay que caminar por esos callejones, por esas carreteras estrechas que culebrean rumbo a sabe dónde. Hay que despedirnos del Pancho Pelotas que tanto tiempo llevaba lidiando parroquianos ahí en El Embrujo, esa cantina ruinosa que una noche antes, como tantas, vio caer casi noqueada a la Chuy Pelona luego de recibir su merecido por querer acaparar la rokcola nomas pa darse gusto con sus preferencias musicales. Las demás mujeres de planta van llegando. Lo mejor es salir de ahí antes que regrese la Chuy Pelona en busca de revancha.

Mocorito-de-ida-y-Vuelta3La ceremonia está por iniciar: son ochenta y ocho años del Nacimiento del Doctor José Ley Domínguez, por eso, como se hace anualmente, la fundación que lleva su nombre y el H. Ayuntamiento de la Atenas de Sinaloa dieron inicio a las jornadas culturales que se realizan. Se habla de Narrativa y de poesía: se charla sobre Inés Arredondo, sobre Edmundo Valadez, sobre Gilberto Owen, sobre otros más que anduvieron en las letras y que están aquí: vivos, caminando por nuestra memoria con su obra: retornando.

De este modo debemos hacerlos todos. Ya vamos de regreso a Culiacán por esa carretera oscura que guarda tantas historias feroces que han enlutado a este país: Sinaloa no es la excepción. En ese carro vienen cuatro. Otra vez disfrutamos la sabiduría. También de la voz cantada y esas composiciones que nacen del terruño. Culiacán lo es pese a esas tumbas vacías llamadas cenotafios, el homenaje urbano que hombres de metralla y contrabando le han hecho al que cayó abatido en una esquina, en una plaza, junto a una iglesia, enfrente de una poderosa trasnacional donde, como un mausoleo de lo ya normal, aparecen a diario flores frescas para el hijo del que más se busca.

La capital de esa parte que también fue el occidente ya encendió todas sus luces. Es la última noche que tenemos para andar caminos. Contiguo al hotel está la algarabía. También la media luz, algunas sombras y cuatro cervezas con las que brindo dentro de mí por una ingrata.

En unas cuantas horas el avión despegará desde esa pista. Andará los cielos. Y desde ese punto infinito, un rejuvenecido pasajero divisará la vida.

*Lic. en Derecho, escritor y Premio del Libro Sonorense.

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