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Ricardo Aguilar: Hombre Cabal

Por domingo 9 de junio de 2013 Sin Comentarios

Por Oscar Lara Salazar*

Ricardo-AguilarRicardo de León, en su libro “Alcalá de los Zegríes”, dice que cuando a don Pedro le pregunta su nietecito: ¿qué es el honor? este le responde “el honor es el patrimonio del alma, el depósito sagrado que Dios nos fía al nacer y que habremos de volver intacto al morir…Ricardo Aguilar Martínez, un hombre cabal, que encarna esa sentencia máxima en una vida de trabajo, honradez y vergüenza.

Conocí a don Ricardo Aguilar en unas carreras de caballos, me lo presentó Marco Antonio León Hernández, un Queretano, a la sazón delegado del Comité Ejecutivo Nacional del PRI en Sinaloa, platicamos toda una tarde de mayo. La identificación fue inmediata, no podía ser de otra manera, él, de Cosalá yo de de Badiraguato. Pueblos con almas casi gemelas; Cosalá significa Arrollo de las Coas y Badiraguato, arroyo entre cerros y montañas; dos pueblos venidos de un pasado de perseverantes mineros y gambusinos alucinados que se fueron abriendo camino en las adversidades. Aquella tarde platicamos sin premura ni censura, mientras una música de viento rompía la monotonía del atardecer con las notas del corrido de Heraclio Bernal, Valente Quintero, también La Paloma Habanera y la Guarecita de la Sierra.

Don Ricardo, Nacido en el Llano de la Carrera, un apéndice de la Cabecera Municipal del pueblo mágico de Cosala, un 3 de abril de 1924, -y si una generación se renueva cada 20 años-, don Ricardo fue la primera generación pos- revolucionaria; fue de la primera generación del siglo XX. Fue esta una generación que pocos fueron a las aulas, pero en lo general, fueron construyendo las bases de ese México que renacía con los propósitos de la revolución. Hombres de trabajo, de entrega y perseverancia.

Después vendría el año del 2004 y por comisión del partido fui a Guamúchil, don Ricardo me abrió las puertas de su casa y por más de un año convivimos muy estrechamente. Recorrimos juntos pueblos y comunidades y en ese transitar los caminos me relataba que desde muy niño empezó a trabajar. Salía a vender empanadas hechas por doña Tula Martínez, su madre, a ofrecerlas por las calles de Cosalá. Recordaba los malos ratos que le hacían pasar los ricos porque para comprarle empanaditas primero le quitaban una disque de prueba, otro le quitaba otra y otra, lo que hacía que las cuentas no le cuadraran a la hora de su rendición y duros aprietos los que pasaba para convencer con la verdad a los de su casa.

Me decía que apenas y pudo agarrar una yunta de bueyes se vino a trabajar como “mediero” con don Juan Esceberre, el viejo acaudalado de El Palo Dulce Cosala, que llego a pegar en temporada de lluvias en tierras de temporal cien yuntas de bueyes. Luego sembraría por su cuenta vendiendo cosecha al tiempo para poder hacer los trabajos.

Pero en temporada que no era de siembra se convertía en fletero para la sierra. En una mula herrada de las cuatro patas para enfrentar los sinuosos caminos de piedra, y una recua de burros, se convirtió en un medio de transporte de gente y mercancías para la sierra. Gente que llegaba a Cosala en avionetas y tenía que subir hasta los pueblos, algunos ya de Durango. Esto se acentuaba más al inicio de la temporada de lluvias que tenían que aprovisionarse porque ya no bajaban durante todo el verano. Luego, buscaba de allá traer algún producto de comercializarse acá, para hacer más productivo su trabajo.

Siendo un joven del llano de la Carrera en Cosalà, sucedió algo que impactó a los de su camada por aquellos tiempos y en aquellos lugares, el estallido de la Segunda Guerra mundial. Los federales enganchaban a los jóvenes, se dio la leva para el entrenamiento, y a don Ricardo le toco esa experiencia de haber sido reclutado y concentrado en un campo en Guanajuato. Allá aprendió el oficio de enfermero lo que significaba una misión importante en los campamentos.

De regreso, ya con otras vivencias, y ante la noticia de la construcción de la Presa de Sanalona con toda una euforia del trabajo, allá fue a laborar, pero esta vez aprendió el oficio de carpintero. El siguiente paso sería la apertura de los distritos de riego en el Valle de Culiacán. Allá se trasladó, apenas trabajaría una semana en la labor porque para la siguiente, con un cartón grande de aquellos de cigarros Alaz en la parrilla de una bicicleta se plantó en los campos de labranza a venderles pan a los trabajadores.

A los 27 años, casó con Doña Consuelo Padilla Carrasco del pueblo de El Carrizal, esto fortaleció las posibilidades de salir adelante de don Ricardo; doña Consuelo, una mujer de mucho espíritu de trabajo respondió a sus expectativas. Ya casado inicio la aventura de irse de bracero a los Estados Unidos. Para la época, era toda una aventura. Llevaban una carta del Municipio o del Estado y en Empalme, Sonora, eran contratados por compañías norteamericanas que les daban colocación en un trabajo. Pero otras veces –me comentaba don Ricardo- me iba a la buena de Dios.

Una madrugada, sería entre las cuatro y las cuatro y media, salimos de Culiacán a Cosalà porque antes de las ocho teníamos que estar desayunando en Higueras de Padilla. Al pasar por La Cholula, me relató un hecho conmovedor de los tantos que han marcado la suerte de nuestra bronca tierra. Me narró, que siendo muy joven le toco presenciar por esos caminos, cuando una vez iba en el tranvía a Cosala como en cualquier otra ocasión. El pasaje pura gente conocida de allá, excepto un muchacho joven, muy serio y bien vestido. Venia de fuera. Entre los pasajeros también Iba un hombre conocido en la región, ya de edad madura con un manojo de cencerros porque había venido a vender un ganado. El tranvía se paró en La Cholula –por eso salió la remembranza- para estirar los pies y tomar algún refrigerio. El muchacho permaneció en su asiento, serio y casi se podía decir que ensimismado. Retomaron el camino y al llegar a Cosalà, cuando el pasaje bajaba, el muchacho bajó primero, luego al descender el ganadero, el muchacho aquel lo esperó con una daga en la mano y le dio de puñaladas por todo el cuerpo hasta dejarlo muerto e irreconocible. Una mujer grito “es Genarito”.

Se trataba, que el ganadero había matado a un hermano de este muchacho, Genarito, cuando él era muy chico. En el velorio del hermano, el chamaco lloro toda una noche y un día sin sosiego alguno. Desde aquel tiempo se desapareció y pasaron muchos años para volver. Ese día que volvía a su tierra, para mala suerte del ganadero o mala suerte de los dos, viajaron juntos. Seguramente en su mente renovaba tantos años de coraje acumulados y no podía perdonar al que le arrebató a su hermano y el destino se lo ponía al alcance de su venganza. Así vengó a su propia sangre.

La vida de don Ricardo -me comentaba- lo llevo a poner una cantina en su terruño cosalteco. La cantina en el pueblo es el centro de todas historias; de rencillas y de amistades, de amores y desamores, de encuentros y desencuentros; se afianzas las mayores complicidades y se revientan las mejores afinidades. El cantinero sabe de todo y de todos y tiene que conducirse con prudencia y con habilidad para no tropezar.

Con el ímpetu de salir adelante y hacer algo en la vida, probaba suerte aquí y volvía a emprender la aventura de bracero hacia los Estados Unidos. Estando por allá, sabe que un puñado de cosaltecos, entre los que se encontraba Pancho, un hermano, habrían tierras brutas en una región del Municipio de Angostura, en Palmitas, que prometían ser prospera para la agricultura. Se vino con la idea de asentarse ahí y hacer de esta, la posibilidad de construir el patrimonio familiar por el que tanto había venido luchando.

Logró una parcela de diez hectáreas y con una sola bestia, un macho blanco, la preparó, sembró y cosechó. A su vez, con su esposa, doña Consuelo, pusieron una pequeña tienda de abarrotes. Luego instalaría una tortillería cuando ni siquiera energía eléctrica había en Palmitas. Los hijos crecían y el que completaba su ciclo en la comunidad lo enviaba a continuar sus estudios a Culiacán. Seguía creciendo en la agricultura, y junto a ello impulsó la cría de ganado, también tuvo granja porcina. La tienda crecía al parejo como crecía la joven comunidad y también ampliaba su radio en la agricultura, que fue consolidando con la compra de maquinaria, para luego convertirse en un conocido maquilador de trilladoras en la región.

Así llegó a consolidarse como un notable productor agrícola. Siempre, en toda circunstancia supo honrar su palabra y cumplir sus compromisos. A pesar de que alguno de sus hijos tuvo poder en Sinaloa, jamás cambio su personalidad ni la apreciación que tuvo del sentido del deber hasta la madrugada del treinta de mayo de este 2013 que falleció a los 89 años, en su casa, rodeado de sus 9 hijos, 23 nietos y 9 bisnietos. Estos son solo algunos rasgos de un hombre que supo construir una obra fecunda, dejando intacto el mayor patrimonio que poseyó, el honor de un hombre honrado.

*Cronista de Badiraguato.

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