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El llanto de la patria. La antología poética de Abelardo Medina

Por domingo 29 de enero de 2012 Un comentario

Por Óscar Lara Salazar*

En el marco de los festejos del Centenario de la Revolución, en un convenio de la Cámara de Diputados con la Universidad Autónoma de Sinaloa, se editó el libro “El llanto de la patria”. El propósito fue recuperar la obra de un excelso poeta, destacado catedrático universitario y notable jurista: Abelardo Medina Díaz.

Abelardo nació en un pintoresco pueblito de la sierra madre occidental, en Santiago de los Caballeros, del municipio de Badiraguato, allá por el año de 1887. Sus padres fueron don Gabriel Medina y doña Josefa del Patrocinio Díaz, quienes fundaron un rancho que le llamaron El Potrero de los Medina. El padre de Abelardo fue juez de la sindicatura de Santiago de los Caballeros.

La responsabilidad de juez que desempeñaba don Gabriel, hacía que tuviera una visión diferente al del resto de la gente de la comunidad. Trataba otras gentes, salía a menudo como parte de sus funciones y tenía una vocación innata de la impartición de la justicia. Por tanto, se había hecho el propósito de que su hijo tuviera la oportunidad de estudiar. Sin embargo, las condiciones económicas eran muy precarias, lo que hacía muy difícil cristalizar la aspiración.

Para suerte de don Gabriel, por esa época llegaron unos misioneros a Santiago, preguntando sí había jóvenes interesados en estudiar en el Seminario. Esta fue la puerta que se le abrió a Abelardo para salir de su villorrio. Se trasladó a Culiacán con aquellos misioneros, acompañado de su padre, y ya una vez integrado en los estudios se abocó de lleno al mundo de las letras. Estando en el Seminario empezó a esbozar sus primeros versos, y quizá embargado por la nostalgia de haber dejado su solar y por la influencia del ambiente religioso, escribía una de sus primeras poesías:

Quiero morir sobre mi patrio suelo
Bajo algún bosque de follaje umbrío,
Donde tenga las lágrimas de un río
Y unos sauces que lloren por mi duelo.
Ahí quiero morir, donde la brisa
Suele gemir su funeral plegaria
Como un ave que en el silencio reza,
Ahí donde se trunque mi ceniza
En simbólica y mustia pasionaria
Cual signo póster de mi tristeza.

“Abelardo –escribió el general y periodista, Fernando Cuen, en el periódico el Universal-, nació poeta, a los quince años, sobre el banco de la escuela, deshoja sus primeros madrigales. A los veinte poeta laureado, en plena eclosión romántica, el amor enciende su magnífico espectro; parnasiano, sediento de clásica belleza, experimenta la nostalgia del Acrópolis; ebrio de libertad, sube al aventino de su fantasía infundiéndole a su musa cierto fulgor épico”.

Yo no fuera poeta; pero un día
La virgen poesía
Llego a mi lado, con la voz doliente
Me dijo así ¿tu corazón no siente
La infinita tristeza
Que se difunde con la tarde umbría?

Su estilo es el reflejo de su alma ingenua, vibrante, luminosa, transparente. Su fecunda inspiración, es sugestión de exaltación del verbo.

Yo respondí afirmativamente
Entonces ella, la de voz doliente,
La virgen pura, celestial y bella,
La que en mis cantos con amor suspira,
Sobre la frente me engastó su estrella
Y entre las manos me dejó su lira.
Canta, me dijo, como el ave canta;
Esa canción que en sentimiento inspira;
Si no sabes cantar con la garganta,
En cambio tienes mi doliente lira.

A la vez que realizaba estudios de seminarista, también cursó la preparatoria en el Colegio Civil Rosales, al lado de Rafael Buelna Tenorio. Posteriormente se trasladó a Guadalajara, donde hizo a un lado los textos religiosos y se inscribió en la Escuela de Derecho. “Pronto, impulsado por sus maestros, tomó camino de la Universidad, abrazando con afirmativo entusiasmo la brillante profesión de abogado “. Sobresale del resto de sus condiscípulos en el estudio de las normas jurídicas, sin embargo no deja de escribir poesía.

Estoy ante el doliente paisaje vespertino
Y sueño en el camino
Tan polvoso y largo que tras de mi dejé
Mi cuna ¡pobre cuna! Se mece como una ola
En esa mar tan sola
Donde navega náufrago el tiempo que se fue.

Apenas en la cima de su carrera, estalla la revolución acaudillada por Carranza. Siguiendo el galope del caballo de Rafael Buelna, juntos, los que habían compartido la cátedra en el aula, hoy comparten el ideal de la lucha y el fragor de la batalla. Pronto tomaría partido al lado del centauro del norte Francisco Villa, a la postre vencido por otras fracciones de la revolución, afronta sin vacilación la responsabilidad de la derrota, pero se mantiene leal a la causa de su bandera, aun cuando tiene que salir al destierro, fue cuando escribió “El llanto de la Patria”.

¿A quién oigo llorar?…lánguida queja,
va cruzando las sombras doloridas
Como largo lamento que se aleja
tras el último ensueño de la vida.
Es la Patria que llora…¡negra suerte!
Lamenta su fortuna
Es la noche sin fin donde la muerte
Por estrellas y auroras solo vierte
Sus fuegos fatuos como albor de luna
Esa es la Patria que gime…esa es la patria.

De vuelta a México, regresa a Sinaloa y, a lado de connotados educadores sinaloenses como Juan L. Paliza, Eliseo Leyzaola y Reinaldo González elabora el proyecto que crea la Universidad de Occidente, discutiéndose este por vez primera en el Congreso del Estado el 14 de abril de 1918. Luego formó parte de la planta docente como lo acreditan los archivos de la vieja casa rosalina.

A mediados de 1920, un grupo de estudiantes con inquietudes literarias de la joven Universidad de Occidente fundó la revista Vésper y Sursum mismas que apadrinaba Abelardo Medina.

Medina Díaz, según el mismo comentó a un amigo, tenía dos caminos, el continuar la cátedra universitaria, o el de aceptar algunas propuestas que le ofrecían en el ámbito de la judicatura, sin abandonar su creación poética. Opto por lo segundo, pronto se le designo juez de distrito en la ciudad de Tijuana y posteriormente en la ciudad de Colima. También fue magistrado del tribunal de justicia del Distrito Federal, como consta en el documento que le extendió el Presidente Lázaro Cárdenas. Por ese tiempo escribió “Misa Profana”.

De rodillas, hermanos, inclinad la cabeza
Que es un templo la patria, sacerdote el poeta,
Y la misa de réquiem por los héroes comienza,
Gemebundas las liras descolgad de las selvas,
Y entonar esos salmos de infinita tristeza
Con que lloran las tumbas, y los muertos se quejan.

La justicia fue la causa de su vida y fue la causa de su muerte. Una noche de junio de 1938, de triste memoria para este apóstol de la verdad, mientras Abelardo estudiaba inclinado sobre su mesa de trabajo, llamó a su puerta uno de esos tantos litigantes sin escrúpulos, con una exorbitante cantidad de dinero, sin otro fin que sacarle una sentencia comprada, lo que causó una gran cólera a Abelardo, y que le dañó de manera irreversible, que lo llevó hasta la muerte.

Ese fue el fin de un hombre que los aspectos de su personalidad pública los consagraba a los tres más altos objetos de la vida: la belleza, la libertad y la justicia.

Abrí los ojos que cerrado había
Y miré en derredor obscuras nieblas,
La inmensa soledad de las tinieblas
Y como un pedestal en que me erguía,
El condenado grito
Del ¿por qué? de las cosas que ascendía
Por medio del todo a lo infinito.
Y miré que del polvo de la tierra
Levantóse la vida y hecha un hombre
A cada cosa le asignaba un nombre
De cuantos ¡Ay! el universo encierra.

*Diputado Federal / Cronista de Badiraguato.

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Un Comentario

  • rigoberto rodriguez b dice:

    Felicidades, Óscar, por esta colaboración, que presenta tu libro del mismo nombre. La poesía de Medina muestra la sensiblidad de la generación de sinaloenses montados a horcajadas entre el porfiriato y la revolución, practicantes de laicismo que coloca a los poetas cono sacerdortes de un evangelio representado por la poesía. El humanismo y la eticidad, además del espíritu libertario, se expresan verso tras verso en sus creaciones literarias.

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