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Bandos y juegos

Por domingo 30 de octubre de 2011 Sin Comentarios

Por Víctor Roura*

1. Dice Pablo Fernández Christlieb, en su nuevo libro Filosofía de las canciones que salen en el radio (Ediciones Intempestivas), que no sabe porqué se quejan del narcotráfico “si los señores que están en él, aparte de ser filántropos selectivos y patriotas a su manera, dispuestos a pagar la deuda externa, solamente practican lo que aprendieron de los demás negociantes de la actualidad; a saber: cuidan su giro, hacen necesario su producto, impiden la competencia, arruinan a sus competidores, amplían su mercado, incursionan en la exportación, alientan consumidores cautivos, igual que hacen Microsoft o Sony Entertainment”. La diferencia, apunta Pablo, “es que los narcotraficantes no chillan cuando tienen que pagar los costos. En cambio, a los monopolios de la industria musical les encanta hacerse las víctimas cuando alguien se mete en el mercado, y en nombre de la propiedad intelectual y los derechos de los creadores, mismos a quienes no tienen el gusto de conocer pero al menos sí tienen el gusto de explotar, se quejan copiosa y grandilocuentemente ante el embate de la piratería y el copiado electrónico, siempre aduciendo que se daña al autor (porque ellos son los únicos que tienen el derecho a dañarlo) y profetizan que si siguen así las cosas ya no va a haber canciones en el mundo; pero, en verdad, lo único que no va a haber son las canciones que ellos comercializan, porque, en rigor, los grandes piratas corporativos del disco solamente plagian y venden veinte veces más barato lo que está monopolizado, y no piratean jamás cosas que no están en el top ten del consumismo. Los piratas, como los narcos, aprendieron del mismo maestro; el maestro ya lo aprendió de Al Capone. Puede concederse que no sean del mismo bando, pero sí que están jugando el mismo juego”.

Tiene razón, caray.

2. Son cosas sorprendentes, es cierto; pero tienen su lógica, como a veces no la tienen las cosas que se dan por lógicas, como ese ensalzamiento coral, por ejemplo, a Steve Jobs el día de su infausta muerte. Bueno, hubo quienes incluso lo llamaron el Da Vinci del siglo XXI. Un locutor de la televisión dijo que, con su muerte, el mundo se dividía prácticamente en un antes y un después de Jobs. Que ninguno de nosotros iba a poder ser ya el mismo. Y las páginas enteras para admirar su brutal enriquecimiento (dejando, según El País, “una herencia incalculable”). Una linda mujer, al oír esta conjunción de voces en llanto por la ausencia de Jobs, volteó a verme para decirme, con sus ojos de incomprensible hundimiento, que ella, hasta el día de hoy, no había podido poseer ninguno de los artefactos creados por la empresa de Jobs y, sin embargo, pudo haber sobrevivido en este planeta, y lo seguirá haciendo, pese a todas las conjeturas de los medios masivos en su contra (“no, la Tierra ya no es la misma sin Jobs, nos hará falta de ahora en adelante”, etcétera). Otra persona me dice que Jobs fue uno de los soberbios impulsores de la piratería al inducir al consumidor el gusto por las canciones unitarias. ¿Y él es el inventor directo o el animador de estos inventos? ¿No en un principio, como genio empresario como lo fue, despidió a numerosos empleados de su empresa para poder invertir el capital en los asuntos que lo capitalizarían colosalmente? ¿Un Da Vinci humanista? A lo mejor en poco tiempo Jobs va a quedar en el olvido para que todos volteen ahora a ver a su suplente, Tim Cook, quien incluso tiene un físico parecido al magnate recién fallecido.

No lo sé, ¡pero cómo el mundo admira a los acaudalados, caray!

Razón tiene Pablo Fernández Christlieb: puede aceptarse que los negociantes, todos, no sean del mismo bando, pero habría que conceder que juegan el mismo juego.

*Periodista y editor cultural.

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