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Del zoológico de la canción sinaloense

Por domingo 28 de noviembre de 2010 Sin Comentarios

Por Faustino López Osuna*

Zoológico es el adjetivo relativo a la zoología y, ésta, es la parte de la historia natural que trata de los animales. Desde la instrucción primaria nos esclarecen que en la naturaleza existen dos reinos: el animal y el vegetal. Y en el primero, todos los seres, según su especie y el elemento al que pertenecen, caminan, se arrastran, vuelan o nadan. Algu­nos, sujetos a mutaciones, como ciertos batracios, cambiando de bronquios a pulmones, nacen en el agua y se desarrollan, viven y mueren en la tierra, lo mismo que los invertebrados, como las orugas, que nacen en árboles o matorrales, se arras­tran en el suelo y, pasando por crisálidas, son capaces de volar al transformarse en mariposas que colorean el aire.

Relacionar este tema con el canto, parece cosa fácil en tra­tándose principalmente de las aves canoras, aunque tampoco todas cantan. O algunas lo hacen muy feo. Graznan, como el cuervo, el grajo o el ganso. Graznido, dice el diccionario, es grito bronco. Cuando desde el internado de la Prevocacional en Culiacán, por 1957, escuché por primera vez cantar a un pavo real, en el jardín de la vecina casa de Manuel Clouthier, no podía dar crédito a que una ave con tanta belleza lo hiciera como ladrando.

Por otra parte, el Larousse define así la palabra canoro: dí­cese del ave de canto melodioso. Y agrega: los canoros ruiseño­res encantan nuestros oídos. En sentido figurado, grato al oído: voz canora. De ahí que a Ángela Peralta se le llamara El Ruise­ñor Mexicano; a Lola Beltrán, al final de su vida, La Paloma de El Rosario; a Matilde Sánchez, La Torcacita (por la silvestre pa­loma torcaz), lo mismo que a la francesa Edith Piaf, La Alondra de París, y a un dueto femenino mexicano, de la época de las anteriores, Las Jilguerillas. Aunque existen veinte mil especies de aves, las anteriores, junto con el faisán, el gorrión y el ca­nario, son las más socorridas para relacionarlas con personas, principalmente del género femenino, de bonita voz.

En el terreno de los cantantes masculinos, igualmente ha habido de todo. Aparejado al nacimiento y desarrollo, en el siglo pasado, de la industria del disco y a la expansión de la radiodifusión y el cine, tuvimos que a Pedro Vargas se le cono­ció como El Tenor Continental, a José José aún se le nombra El Príncipe de la Canción y, antes, a El Charro Avitia se le etique­tó como El Rey del Corrido. Hasta ahí, con excepción de Luis Aguilar, a quien se dio a conocer como El Gallo Giro, la cosa no pasaba de reconocimientos y de títulos eminentes. Pero, de nuevo en el reino animal, de Suramérica nos hicieron saber que Carlos Gardel fue El Zorzal Argentino (pájaro parecido al tordo) y que el venezolano José Luis Rodríguez es El Puma.

Tiempo hubo en que la radio en el país transmitía cancio­nes cuyos intérpretes eran anunciados como El Tenor de la Voz de Seda, El Barítono de Argel, El Músico Poeta, El Trova­dor Solitario o El Trovador del Campo. Era el tiempo en que las marcas discográficas, en total monopolio, eran las únicas que tenían sus propios estudios de grabación y llegaba al mercado de la música únicamente lo que ellas producían. Cada empre­sa tenía su catálogo de artistas exclusivos. Por ello resultan históricos los primeros discos de Guty Cárdenas y Lucha Re­yes, porque en ese momento no había dónde grabaran en México y tenían que hacerlo en Nueva York.

Pero llegó el tiempo en el que se pudo importar fácilmente la tecnología de la reproducción sonora y cundieron los estu­dios de grabación por todas partes. Esto, en sí mismo, repre­sentó una ventaja. Lo malo vino con la pérdida en la calidad del producto y, paralelamente, con los estragos de la piratería. Ahora cualquiera, con un adinerado padrino a modo, puede grabar lo que antes era un atentado al oído o al buen gusto. En esta crisis, se puso de moda lo que hoy llaman “la onda grupe­ra”, en la que incluyen a las bandas de música sinaloense. Y, si bien es cierto que, en cuanto a voces, alguno que otro grupo tiene una calidad aceptable, muchos pueden compararse a la comida chatarra: consúmase (escúchese) y deséchese.

Sinaloa, que ha dado al cancionero nacional mexicano pá­ginas inmortales, de pronto, como en el resto de la república, se inundó de lo ya descrito. Con un agravante: por quién sabe qué razones comerciales, de publicidad o de apego a la tradi­ción, a nuestros cantantes les dio por llamarse artísticamente como animales. Váyase a comprar una reproducción musical en laser o video y se encontrará que, con excepción de los que se comparan con los que trinan, graznan o quiquiriquean, como Los Tucanes de Tijuana, Los Cardenales de Nuevo León, Grupo Palomo, Alberto Ángel El Cuervo y El Gallo Elizalde, los demás gustan asemejarse, en nombre, a la fauna que aúlla, maúlla o ruje, constituyendo el más “perrón” zoológico de la canción sinaloense.

Díganlo si no: Los Tigres del Norte, El Puma de Sinaloa, José Ángel Ledesma El Coyote, El Lobito de Sinaloa, El Tigrillo Palma (quien, contra toda sintaxis, no le deja nada a la imagi­nación en su portada: Corridos Narco Edición), Los Gatos Ne­gros, Los Cachorros (así, a secas), Los Cachorros de Juan Villa­rreal, Grupo Tigrillos, Banda Coralillos (que no se clasifican en las especies anteriores) y, como para huésped del Acuario, El Pulpo y sus Teclados.

Dado que hay, como puede notarse, nombres de animales repetidos, se sugieren nuevos, de originalidad a toda prueba, como serían: Los Termitas de Oro (subrayando el género), Los Güinas de la Costa (silepsis similar), El Jején del Noroeste, por mencionar algunos.

Posiblemente los insectos no poseen el demoledor im­pacto de los depredadores mayores, pero como plaga segu­ramente tendrían el éxito asegurado. Aunque, recapacitando un poco, no faltan los que dicen que si de plagas se trata, con la zoológica que tenemos es suficiente.

*Economista, compositor y director del Museo de Arte Mazatlán.

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