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¡ POR POCO Y NOS COME EL TIGRE !

Por miércoles 15 de junio de 2016 Sin Comentarios

Por: Teodoso Navidad Salazar

La noche era oscura. Ni siquiera se podía distinguir la palma de la mano. Todo era tensión en aquellos hombres que llevaban horas caminando con el propósito de “bramarle” al tigre, en sus propios dominios, en lo más intrincado de aquella serranía.

Eran cinco individuos acostumbrados a ese tipo de acciones, a los animales del monte; a los animales salvajes. Iban bien pertrechados. Alimento para varios días, agua, cobijas. Sus armas eran carabinas 30-30 de repetición, pistolas al cinto y una buena ración de balas. Le habían bramado al tigre sin tener respuesta. Ni un indicio de que aquel terrible carnicero anduviera por aquellos contornos.

Aquellos parajes nocturnos eran una verdadera boca de lobo. Ningún rastro, ninguna pista para dar con ese temible animal que en los días anteriores, había bajado a los ranchos de Las Camichinas, Las Esco-bas, El Vainillo, La Mora y Los Cedros, devorando una docena de becerros. Se le habían preparado trampas especiales para hacer caer a cualquiera de su especie. Pero este era diferente.

Los ganaderos montaron guardias en sus corrales con gente armada, pero el felino olfateaba todas las estrategias de aquellos hombres que no atinaban cómo eliminarlo.

Los hacendados pusieron precio a su cabeza. Los que lo intentaron fracasaron. A raíz de aquellos hechos estos hombres decidieron jugarse el todo por el todo, tanto por la paga como por orgullo propio.

Habían caminado todo el día y parte de la noche por los vericuetos de aquella sierra ubicada entre los municipios de Mazatlán y San Ignacio. No obstante estar acostumbrados a grandes fatigas y a las angostas veredas, subiendo y bajando a veces “en cuatro pies”, el cansancio se reflejaba en sus cuerpos.

Por fin, se detuvieron a descansar y a tomar algunos alimentos. Comieron carne seca, bebieron un poco de agua y hasta fumaron un cigarro de hoja. Luego encendieron una pequeña fogata y en torno a ella se enredaron en sus cobijas, iniciando una plática en voz baja.

Algunos se relajaron y se tumbaron al suelo para dormitar un poco, otros quedaron a la expectativa.

Después de un largo rato, Salomé como se llamaba uno de ellos, mirando al cielo, dijo -yo creo que ya es hora de “agilarnos”, ya es muy tarde, debe ser de madrugada.

-Síganle ustedes-contestó Guillermo- estoy cansado. Yo también me quedo-contestó Álvaro, dando un profundo bostezo.

Mientras tanto, Tomás y Rafael se incorporaron para seguir a Salomé. Ordenaron sus cobijas, bules y morrales y se los echaron al hombro, embrazando sus carabinas, prestos a continuar. Escudriñaron en la oscuridad buscando el camino.

-Nos veremos al amanecer en la bajada del cerro del El Cuichi, expresó Guillermo a los que se iban. –Suerte comentó Álvaro, a quien ya se le cerraban los ojos por el cansancio. Los otros se despidieron y al instante se los tragó la oscuridad.

Únicamente se escucharon los pasos y los roces con los breños o las piedras de las veredas, hasta que sólo se percibieron los ruidos nocturnos característicos del monte. Insectos, reptiles, aves nocturnas.

Empezó a dejarse sentir un frío que calaba hasta los huesos. Guillermo y Álvaro envueltos en sus cobijas siguieron platicando por algunos minutos en voz baja frente a aquella hoguera que poco a poco se extinguía. Guillermo buscó a tientas algunos trozos de madera, acercándolos para evitar con ello que se apagara por completo.

El frío arreció. Sacó la pequeña bolsa de tabaco y elaboró un cigarro, que fumó despacio. Al mucho rato, escuchó el “bramido que sus compañeros le habían hecho al tigre. Después de eso, los ruidos de la noche.

Pero el sueño parecía ganarles. Cerca de veinte horas habían transcurrido entre descanso y descanso y la infructuosa búsqueda.

-No te duermas Álvaro- digo Guillermo, quien a manera de respuesta contestó con algo que más bien pareció un gruñido. Más allá de las brazas de los trozos de madera, la oscuridad era completa. No se podía ver casi nada. Álvaro buscó ponerse más cómodo. Se recostó y al poco rato aflojó el cuerpo y quedó pro-fundamente dormido, con acompasados ronquidos y sus manos dejaron libre la carabina que resbaló de su abdomen.

Guillermo por su parte, no obstante su esfuerzo por no dejarse dominar por el sueño, empezó a “cabecear”. En su inconsciente, recordó que era peligroso dormirse pues sus vidas corrían peligro. Como pudo se incorporó acercándose para avivar el fuego. Y al igual que su compañero, se acomodó a una distancia de unos cuatro metros de él para descansar de mejor manera.

Álvaro, por su parte, dormía como un bendito. El fuego se fue extinguiendo. La noche avanzó. De pronto el aire dejó de soplar, se sintió un silencio casi total, como si el tiempo se hubiera detenido. Ni el ruido de las hojas se escuchó. Guillermo libraba una severa batalla con el sueño, sabía que dormirse en aquella circunstancia era tentar a la muerte. En esas estaba cuando escuchó un ruido lejano, como si alguien hu-biera pisado la hojarasca.

Como presintiendo algo se sentó lentamente, tumbó el seguro a la 30-30 y con el dedo puesto en el gatillo, quedó a la expectativa. Luego se fue incorporando suavemente, clavando la mirada en la oscuridad como queriendo taladrar la noche, para ver qué ocurría en su alrededor.

Dio unos pasos, tropezó con algo que debió haber sido una piedra, cayendo de manera torpe, ni las manos metió. En la caída perdió el rifle. Intentó incorporarse, pero en ese preciso instante, sintió la presencia de un cuerpo aproximándose hacia él. No supo -contó luego- pero con una agilidad increíble sacó su pistola y disparó a tientas y a locas. Tuvo un momento de confusión, no sabía lo que había sucedido. Un seco rugido se dejó escuchar al disparo y luego el choque de un cuerpo contra el suelo.

Al disparo, se despertó Álvaro, quien gritó-¿qué fue eso?, ¿qué pasa Guillermo?, ¿dónde estás?.

Guillermo que ya había reaccionado no daba crédito a lo que veía, iluminado débilmente con la luz de un cerillo en su temblorosa mano, contestó a grito abierto-

¡Ay hermanito de vida! por poco y nos come el tigre ¡Mira! Dijo señalando el cuerpo amorfo. Álvaro con la ayuda de los cerillos buscó un leño para encenderlo, cuando lo hubo logrado, se acercó lentamente hasta percibir la silueta del animal. Era un magnífico ejemplar. Ahí estaba indefenso, inerme, cual largo era. El felino los había estado cazando a ellos y esperó todo el tiempo para atacarlos, pagando con su vida su osa-día.

Épilogo

¿Qué había sucedido? Guillermo había disparado por instinto, no porque hubiera sido un excelente tirador -después lo confesaría-mucho menos porque hubiera visto al animal ya que la oscuridad no lo permitía.

¿El Azar?, ¿la suerte?, ¿el instinto de conservación? Tal vez un poco de todo se conjugó para salvar la vida de aquel hombre ahora temblaba más que al principio. Como pudo buscó su bule y se lo empinó hasta dejarlo vacío.

* Economista y compositor

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