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Leona Vicario. La palabra íntima

Por miércoles 30 de septiembre de 2015 Sin Comentarios

Por: Primavera Encinas

LEONA VICARIOMe duele admitirlo, pero tengo miedo. A estas alturas de mi vida que he pasado por tantas cosas, mis palpitaciones se entrecortan, me cuesta respirar. Encerrada en estas oscuras paredes me lleva a cuestionarme, ¿por qué me ha sucedido esto? ¿Por qué? Tenemos razón, debemos independizarnos de la metrópoli. Ellos se rigen por los franceses, merecemos un gobierno propio. Bien lo decía el padre Hidalgo, somos capaces de razonar, defender una idea. Dicen que las mujeres no debemos intervenir en política pero, ¿por qué no hacerlo? Nací con muchos privilegios. Al ser huérfana, heredé una gran riqueza que puse al servicio de la causa. Nadie me obligó. Deseaba participar en el remolino que nos ofrece bienestar. A fin de cuentas, manejaba mi dinero, a expensas de la administración de mi tío. Por mi posición estoy relacionada con la nobleza del virreinato. Hasta mi hermana es una marquesa. Se me recibía en las mejores tertulias, en los saraos más exclusivos. No había novenario al que no fuese invitada, ni bautizo donde no fuera indispensable. Estuve comprometida con Octaviano Obregón, joven de alcurnia. Podría estar viviendo en España, gozando de comodidades. Sin embargo, me enamoré de Andrés Quintana Roo y gracias a las lecturas liberales, me sumergí en la rebelión. Rompí mi compromiso y cuando estalló la guerra, formé parte del grupo de los Guadalupes, con criollos de renombre.

Establecimos un correo el servicio de los insurgentes, con éxito. Nos pusimos sobrenombres. Andrés era Mayo, Margarita era Bárbara Guadalupe, su prometido Telémaco y a Carlos María lo llamamos Nemoroso. Mi casa servía como centro de distribución de cartas y mandados. De esa forma recibimos correspondencia de Allende e Hidalgo para los patrocinadores de la causa. De mi propia herencia, yo misma mandaba comprar pertrechos y armas. Cuando mi tío empezó a sospechar, llegué a vender hasta los cubiertos. ¿Para qué quería vestidos de seda, si los insurgentes no tenían pólvora? ¿Para qué presumir de nuevos prendedores, si los rebeldes se quedaban sin zapatos? Mi entrega fue sincera y no dudé, ni siquiera cuando encarcelaron por unos días a Andrés, o cuando éste fue llamado al frente por los generales. Entonces me capturaron. Al saber que estaba en la lista de los sospechosos, decidí escapar…, pero gracias a mi tío fui entregada al Santo Oficio. Ahora estoy en esta aterradora celda, sin saber que será de mi futuro o si volveré a ver el sol.

La humedad me hace temblar de frío, sin embargo, bendigo el frío porque recuerdo el calor de los besos de Andrés. ¿Cómo estará? Me tranquiliza saber que sigue libre, pero, ¿por cuánto tiempo? De mi boca no saldrá ninguna palabra o traición. Muerta, sí, primero muerta que afectar a los demás, y sobre todo a él. Aún recuerdo cuando lo conocí. Tan gallardo, tan valiente. No me importó renunciar a Octaviano y los fastuosos jardines españoles. Estar en sus brazos compensaba el peligro, la incertidumbre. Mi aventura era doble. No sólo me veía a escondidas con Andrés, sino que distribuía correspondencia subversiva.

Al sentir la soledad, tal vez deba arrepentirme, pero no lo hago. Debo ser firme, no me puedo permitir renunciar a mis principios, creo fervientemente en ellos. Además, puedo prescindir del encaje, de las delicias confitadas. No volveré a los elegantes salones de doña Mariquita, ni al rosario de doña Asunción. Lo que dejo en el pasado no me pesa, pero no puedo evitar el pánico. Estoy cautiva por la inquisición española, la institución más cruel y despiadada de nuestros tiempos. ¿Qué será de mí? ¿Llegarán a torturarme? Apenas tengo unas horas en esta celda, pero ya estoy temblando. Sé que me interrogarán. Crueles historias pasan por mi cabeza. ¿Usarán el potro, la soga, el proceso de ahogamiento?

LEONA VICARIO 2Soy una criolla joven, de buen ver. Temo por mi honor. ¿Serán capaces de profanar mi virtud? ¿O sólo se contentarán con el látigo sobre mi piel? Las horas pasan y las preguntas me rodean. De estar casada con mi antiguo prometido, no estaría sufriendo el calvario. De continuar con mi existencia aristocrática, ni siquiera sabría lo que ocurre en estas paredes. Pero elegí ser una insurgente y debo afrontar las consecuencias. Lo más triste, es que quieren que traicione a los míos, y no lo haré. Aunque, ¿hasta cuando podré soportar si emplean la tortura? Temo doblegarme, romper mis ideales. ¡Oh Andrés, cómo quisiera que con una palabra calmaras la desolación! Pero sólo silencio me rodea. La ansiedad se me agolpa en la garganta. Estás tan lejos y me siento vulnerable. Pronto abrirán esa puerta y mi destino se decidirá. De mí depende que muchos mueran o caigan en la deshonra. Si ellos supieran cuántos criollos adinerados están involucrados en la insurgencia. Familias completas tendrían que huir, perdiendo su patrimonio. La corona no perdona a los rebeldes, y sé que mi fortuna ya se esfumó. No es el dinero lo que me duele, sino mi conciencia. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo estaré aquí? ¿Qué será de nuestro movimiento? Si nosotros caemos, ¿quién lo continuará? El frío se incrementa, la madrugada ha llegado, y aún no consigo certeza que alivie mi alma…

*Novelista, maestra, integrante del taller “Después del café”

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