Nacional

El papel y la tinta leer, pensar, vivir, soñar…

Por domingo 17 de agosto de 2014 Sin Comentarios

Por Juan Cervera Sanchís*

No cabe duda de que el rico puede darse el lujo de disfrazarse de pobre, y pasar por pobre, si así se lo propone, a la vez que el pobre, entre sus múltiples desventajas, por más que trate de disfrazarse de rico, ante la más mínima exigencia de la realidad , siempre quedará desguarnecida su pobreza.

EL CRIMINAL

Sintió como un trallazo de fuego en el cerebro al advertir que estaba a siglos luz, cargados de densas sombras, de ninguna manera a ordinarios años luz, de aquellos que en lo físico siempre habían estado más próximos a él.

Una soledad y una lejanía infinitas lo sumieron en el más abismal y cruel de los desencantos.

Supo con dolor inconfensable que estaba solo, que no podía confiar ni esperar nada de nadie.

Los seres, aquellos seres tan queridos, vivían indiferentes a él y a siglos luz de cuanto a él realmente le importaba.

Sintió la desoladora y desgarrante ausencia del amor y, su cerebro, ante la falta de amor, que era su idolatrado alimento, de ascua viva que era, pasó a ser rabiosa y fiera ceniza de odio.  Fue el principio de la escandalosa carrera criminal que lo condujo al patíbulo.

LA ROSA

La rosa, aquella rosa, era tan bella que, por su belleza, fue la primera en ser sacrificada por un amante caprichoso. La belleza, al contrario de la fealdad, suele ser fácil víctima de toda clase de depredadores; así de aquellos que presumen de exquisitos y galantes, como de aquellos otros que no ocultan sus fieros y voraces instintos con tal de obtener lo que desean aún por la fuerza bruta.

La belleza por sí misma nace indefensa ante el voraz deseo que despierta, por igual, entre aristócratas y plebeyos. Virtuosos y disolutos aspiran a poseerla por todos los medios a su alcance.

La rosa, aquella rosa, lo supo apenas al abrirse y expandir la suavidad y penetrante seducción de su aroma en la plenitud de su rojez irresistible, que la condenaban a una violenta muerte prematura.

MEMORIA DE LA ESPECIE

Nos multiplicamos de tal manera que no tuvimos otra opción que comernos los unos a los otros. Los más fuertes sometían a los más débiles, los mataban y, si desperdiciar una hebra de carne ni una astilla de hueso, los convertían en su alimento, como sucedió al inicio de la especie, en que el canibalismo fue el pan nuestro de cada día.

Lo curioso es que esto que te cuento vino a suceder cuando ya dábamos por sabido que habíamos alcanzado la cúspide de la civilización y el más alto desarrollo científico y tecnológico.

No cabe duda que los que dicen que todo es cíclico, y el eterno retorno es una realidad inevitable, están en lo cierto, por lo que al final del camino, sin darnos cuenta, todo volvió a empezar y, de nuevo, la práctica  de la antropofagia fue un hábito cotidiano,  aunque si bien se examina, dicho ejercicio, jamás ha dejado de aplicarse entre nosotros, por más que lo hayamos disfrazado con los más curiosos atavíos religiosos, políticos y humanitarios, entre otras palabras rimbombantes, ya que desde que nuestra especie apareció en este planeta el ser humano ha sido el más feroz devorador de sus semejantes.

LA VERDADERA REALIDAD

Agotadas por completo sus fuerzas y sus ilusiones, y frente al espejo sin fondo de sus inconmensurables miserias, advirtió un diminuto chispazo de luz consoladora en el trasfondo de su espantosa oscuridad.

Su dolor dejó de atormentarlo y una alegría, con inocente gesto de niño, le devolvió la  vida que, momentos antes, creyó que se le iba para siempre.

Supo entonces que la única y verdadera realidad es el mágico espejismo del amor, donde reside y canta el Dios verdadero, es decir: la maravillosa e invisible energía que anima a todo lo creado y por crear.

PARADOJA

Anoche soñé que era un enorme elefante, pero yo sé muy bien que soy un pequeño ratón, de manera que no puedo explicarme por qué esta mañana he despertado sintiéndome un lobo feroz.

LA AGUJA

La aguja sin el hilo no es nada. Sin el hilo, la aguja, desfallece en el ocio y corre el riesgo de oxidarse.

Ensarta la aguja, usa el dedal y borda el nombre del agua en la seda de mi pañuelo para que no se mueran de sed mis  ilusiones.

La aguja de mi vida, sin tu finísimo hilo enamorado, se perdería para siempre en la noche abismal de un hoyo negro.

EL BAÚL DE LA ABUELA

Ella lo mantenía siempre cerrado con llave, una llave de cobre que escondía celosamente entre sus enaguas y con las que dormía. Yo aspiraba a robarle la llave para abrir su enigmático baúl y ver el tesoro que contenía. Pensaba yo en joyas de oro y plata, aunque éramos pobres. Ante lo desconocido, la imaginación, inventa toda clase de absurdos.

Una noche los achaques de la abuela se intensificaron. Al amanecer expiró en paz de Dios. Por un instante pude estar solo junto al cadáver. En lo único que pensé fue en robarle la llave. Así lo hice.  A la noche siguiente, tras sepultarla, mientras todos dormían, y auxiliado con una vela de luz parpadeante, introduje la llave en la cerradura del baúl. Abierto éste vi lo que allí había con gran decepción.

En el baúl de la abuela sólo había fotografías de ella con el abuelo, cuando ambos eran jóvenes. Por más que hurgué no encontré ni una sol moneda, no ya de oro o plata, si no tan siquiera de níquel.

EL MISERABLE

Era tan miserable que con trabajo daba los buenos días, jamás daba las buenas tardes  y, mucho menos, las buenas noches. Al morir había ahorrado tantos saludos que nadie tomó en cuenta su último adiós.

*Poeta y periodista andaluz.

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