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El día que cayó un avión de guerra en Guamúchil: Anecdotario de Jorge Aguilar

Por domingo 31 de octubre de 2010 Sin Comentarios

Por Jesús Rafael Chávez Rodríguez*

En un encuentro pactado con antelación nos reunimos a charlar el señor Jorge Aguilar y quien escribe, el lugar fue el bien conocido restaurante del hotel Davimar, en Gua­múchil. Sin necesidad de protocolos o algo similar, empezó a surgir la plática, que a decir verdad, mucho distaba de una entre­vista formal. En esta lógica, entre la informalidad, las pláticas de los comensales de las mesas cercanas y las humeantes tazas de café que no paraban de llenar, la plática desbordo en tremenda variedad de temas de su vida pretérita a cerca de aquel antiguo Guamúchil de los cuarentas.

Para empezar, le pedí que hiciera referencia al Guamúchil de su infancia, a lo que, sin acotar el tema, me dijo: recuerdo que en Guamúchil el movimiento de la gente estaba por la avenida Independencia, la que está paralela a la Ferrocarril a un lado a la vía, ahí se encontraba telégrafos, el banco y las tiendas de mayoreo. Era por la calle Rosales por donde se encontraba el mercado, un mercado improvisado, con puestos y portales de las mismas casas, que se usaban como abarrotes, ferreterías y otros comercios, incluso había algunos restaurantes o fondas. En estos lugares se concentraba buen número de personas que iban a desayunar o a tomar un café. Pero el mayor bullicio era por la Independencia, donde estaba el cine, las farmacias (la Cruz Roja y La gGadalupana de Miguel Choza), ahí era donde llegaban los camiones, que para esa época no contaba aun con terminal. Por las noches se ponían muchas fondas cerca del cine Royal, ven­dían unos taquitos exquisitos, era el lugar del movimiento. Pero te voy a decir algo que no te imaginas, en la parte que hoy es la iglesia, hacia el lado donde está el panteón, no había aún ningu­na casa, todo era monte y algunas parcelas.

Cuando vivíamos por la Independencia, en el callejón número uno, mi abuela tenía gallinas y vacas. Recuerdo que en las tar­des traían las vacas del otro lado del río para ordeñarlas y al día siguiente en la mañana las llevaban de regreso. En lo que es hoy el centro de la ciudad había corrales y cercos, y en las noches llegaban los zorrillos a robar gallinas ¡era una peste! Esto te estoy hablando de antes de 1940.

¡La buena fue cuando cayó el avión de los americanos! Como en el año cuarenta y tres. Recuerdo bien, cayó en donde es hoy el seguro, ahí era una parcela y sembraban milo-maíz, los surcos estaban de sur a norte y llegaban hasta en frente del panteón (lo que es en la actualidad la colonia Morelos), cuando iba a aterrizar, el piloto no se animó a sacar las ruedas porque los surcos estaban verticales al vuelo que traía. Nunca se supo que andaba haciendo el avión ese día, algunas personas decían que se había quedado sin combustible, otros que la brújula se le había pegado, otros que era desertor, nunca se supo, al menos el vulgo nunca supo.

Recuerdo que el pilotó bajó y empezó a correr a todo mundo, como si fuera a explotar el aparato, te digo porque yo me acer­qué, incluso vi cuando el avión todavía estaba en el aire dando vueltas como queriendo aterrizar, y de pronto, a lo lejos, se vió que se levantó tierra, entonces tomé la bicicleta y fui rápido por toda la calle Dr. De la Torre, llegué tan pronto que casi no había gente, fui de los primeros en contemplar aquel inédito espectá­culo. Aunque el piloto no nos dejó acercar ya que tenía miedo que el aparato pudiera explotara, no tanto por el combustible, más porque traía mucho parque (municiones para las armas), según esto traía cuatro ametralladoras. Era asombroso ver un avión de guerra, pues era plena Segunda Guerra Mundial.

Al piloto se lo llevaron las autoridades locales al hotel Sud-Pacífico no a la cárcel, les dieron aviso a las autoridades ameri­canas y pronto vino un juez. Después vinieron dos aviones que aterrizaron en Guasave. Uno de los aviones, al parecer más pe­queño, se dio a la tarea de tomar algunas fotografías. Era muy curioso ver aquel hombre colgado de una de las puertas toman­do las fotografías con una cámara de muy amplias dimensiones, claro, de esas de antes. El otro avión, muy grande por cierto, de esos que se abre una puerta en la parte de atrás, traía dos jeep, mismos que descendieron y se dirigieron a donde el avión caído. En poco tiempo los mecánicos lo desarmaron y se lo llevaron en piezas.

Al no contar el pueblo con aeropuerto, cuando llegaba a ve­nir algún avión –muy pocos, es verdad-, utilizaban como pista de aterrizaje la explanada del ferrocarril. Obviamente que, el pi­loto del avión americano no optó por aterrizar en ese lugar, que si bien, era una explanada, también se encontraba en el centro de la población, entre San Pedro y la zona de mayor actividad comercial, un lugar muy concurrido, especialmente por el movi­miento de embarque del garbanzo en lo que fue el auge agrícola de la década para Sinaloa y para la región.

Al fin de cuentas, la impresión fue grande para la comunidad ¡Y cómo no, estaba la guerra andando! todos teníamos miedo, según esto, el avión andaba reconociendo los litorales de la re­gión, tal vez por temor a algún ataque enemigo sorpresivo o al­guna cosa semejante. Como haya sido, el temor persistió varios días en el pequeño poblado, pues, por lo que habíamos visto en las proyecciones del cine Royal no ignorábamos la magnitud de semejante guerra.

*Maestro en Historia/UAS

La Voz Del Norte

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