Nacional

La otra orilla: voz en mudanza

Por domingo 5 de septiembre de 2010 Sin Comentarios

Por Iván Escoto Mora*

El cine es por naturaleza evocación de otros mundos, de todos los mundos, es transformación de sentidos en imágenes. En el cine mudo, las fotografías en 0movimiento transportan, hasta a los más ingenuos, a realidades inalcanzables, enigmáticas. A través de impresiones cinéticas, luminosas, el cuerpo se desdobla del alma para dar paso al escenario de la ensoñación.

Con la música de los filmes sonoros, al ritmo visual se suma el acústico, imagen y sonido amalgamados en espejo de la realidad. En su reflejo, los colores se tornan objeto; las sombras, canto; las voces y las pausas, posibilidad.

En el cine hay algo que encarna al ser de lo humano, algo que lo trasciende y traspasa. La expresión artística habla del hombre, se refiere a él, crece desde sus entrañas. Como todo arte, surge desde lo íntimo, desde lo personal: ¿sería posible de otra manera?, ¿podríamos hablar de algo más que nuestro andar?, ¿podríamos referir algo más que nuestra interpretación de la experiencia?

Aunque el arte abra puertas a mundos infinitos, siempre parte de lo inmediato, la mirada de un autor que, en su lenguaje, atrapa la realidad para volverla propia, experiencia común, individualizada.

El arte habla de todos pero también del “yo” creador, que en su mirada, es capaz de apuntar a todos los ojos que le observan. Se inscribe en cada piel con un mensaje distinto pero siempre legible, engendra sensaciones, produce, es construcción constelada de figuraciones, hervidero de emociones que en cada derrame, devienen poesía, “poiesis” dirían los clásicos griegos, creación decimos nosotros.

Fatih Akin nació en Hamburgo en 1973, hijo de inmigrantes Turcos, absorbió en su pecho dos culturas: la oriental y la europea; con ellas, los dramas de una realidad transterrada.

Cuando se piensa en la historia de la humanidad, llega a la mente la idea del cambio, del movimiento. Los pueblos caminan para sobrevivir, viajan buscando. Las condiciones materiales de vida han sido propicias para generar a lo largo y ancho del orbe planetario, polos de desarrollo y simas de miseria. Los hombres recorren largas brechas para escapar de la carencia. Si la esencia del hombre es mudanza, también es su signo la transculturación.

Hoy es difícil hablar ínsulas poblacionales, todo es producto de mezclas, de enlaces, del trance por el tiempo. El cine de Fatih Akin toma como voz este argumento; del humor al drama, sus imágenes son siempre las de la diversidad que no encuentra acomodo, por ser representación de lo distinto, lo extraño, lo inadaptado.

Akin habla desde su cultura, que es la cultura de la resistencia. En su trabajo, se refiere al constante trence entre lo propio y lo ajeno. Habla de la tragedia de quienes son siempre extranjeros, de quienes no logran establecer vínculos con su pasado ni con su presente y por ello, se encuentran en un perpetuo buscar, en un perpetuo crear realidades que no tienen cabida sino en el orden de la marginalidad, bajo la mirada desconfiada, la etiqueta, la persecución y el juicio siempre dispuesto a reprobar.

Fatih Akin se refiere eminentemente al conflicto turco-alemán, pero bien podría referirse a los chicanos, a los gitanos, a los migrantes del mundo, a los exiliados por la hambruna que cruzan furtivamente los rincones de la tierra. Podría referirse a todos los que andan sin casa, entre parcelas que a cada palmo, alojan un dueño receloso.

En una existencia en la que todo, hasta la libertad lleva título de propiedad y grados de preferencia, al extranjero se le persigue, se le impone, se le obliga a olvidar su dignidad.

La película “Contra la pared”, retrata la historia de Siebel, mujer nacida en el seno de una familia musulmana. Buscando su independencia, decide casarse, pero ni aún así la libertad llega. La intolerancia la asedia: mujer, musulmana, hija de migrantes, le queda sólo un recurso, escapar. Huye a Estambul pero no corre mejor suerte, su destino es el yugo: de los padres, del amante, del marido, de la sociedad que no admite disonancias, todos deben marchar a un mismo ritmo y marchar bien.

En el filme “La otra orilla”, Akin teje varias historias que en realidad son una: Ayten, turca; Neyat, turco-alemán y; Lotte de cepa germana; tres jóvenes en busca de identidad, tres condiciones distintas; los raseros sociales miden a cada quien según sus condiciones, según sus circunstancias.

Retrata el cine al mundo, al hombre y sus dramas, sus anhelos y nostalgias. Como todo arte, el cine es figuración y transfiguración de la realidad, imagen cándida y dolorosa, poesía diría Octavio Paz: “que nos llevan a otra orilla, puertas que se abren a otro mundo de significados indecibles por el mero lenguaje” (El arco y la lira, 1967).

En una realidad flanqueada por la intransigencia, el arte parece el único camino para alzar la voz. Sólo a través de sus representaciones, el hombre puede desdoblar la multiplicidad de su ser, transitar libre, como ilustra la bandera gitana: rodar enrojecido, bajo azul cielo, sobre verdor de praderas.

Sólo en el arte se puede marchar sin apegos ni resabios, sin gobierno ni embajadas, recorrer el mundo con el canto del alma que reclama libertad, como Federico García Lorca en su Romancero Sonámbulo: “¿No veis la herida que tengo/ desde el pecho a la garganta?/ Trescientas rosas morenas/ lleva tu pechera blanca./ Tu sangre rezuma y huele/ alrededor de tu faja./ Pero yo ya no soy yo./ Ni mi casa es mi casa./ Dejadme subir al menos/ hasta las altas barandas,/ ¡dejadme subir!, dejadme/ hasta las verdes barandas./ Barandales de la luna/por donde retumba el agua.

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