Nacional

Luces que brotan de la maestría

Por miércoles 18 de agosto de 2010 Sin Comentarios

Por Alberto Ángel El Cuervo*

Madrid, Madrid, Madrid/ En México se piensa mu­cho en ti…” Y con una franca frustración por haber encontrado cerrado el Museo Reina Sofía, seguí las indicaciones que a lo largo del Paseo del Prado partien­do de la estación de Atocha, me guiaban hacia el Museo del mismo nombre… Lara está presente siempre, pensé. Había acudido al Reina Sofía buscando, como varias ocasiones an­teriores, pasar un buen número de horas envolviéndome en la emoción del Guernica de Picasso… Y ahora, intentaba re­confortarme pensando que en Goya encontraría una recom­pensa lo suficientemente emotiva a cambio. El Museo del Prado, como casi siempre, dejaba ver una fila inmensa de se­dientos de arte, y uno que otro profano sin faltar aquellos que se regodean en la pose fingida aunque en realidad se estén durmiendo en los descansos del museo en turno. Adquiero la entrada completa pensando en que la exposición temporal que se anuncia como Turner y Los Maestros, ofrece un concepto de curaduría muy interesante, genial. Turner, un extraordi­nario pintor Inglés, confesaba abiertamente su admiración por muchos de sus contemporá­neos y su influencia a tal grado que muchos de los cuadros de Turner, se ven indivisiblemente unidos a cuadros de artistas ad­mirados por él y en esa exposi­ción, el público tiene la oportu­nidad de comparar uno y otro y ser testigo presencial de dicha influencia… Resulta verdadera­mente embriagador, detenerse a observar ambos cuadros, el de Turner y aquel cuadro del pin­tor que admiraba y que motivó el propio. Así, de emoción en emoción, me dejo envolver por la maestría del pintor inglés y sus colegas… Las luces que ma­nejan, son verdaderamente deli­rantes… Y por fin, llego a la obra que sirve como motivo para el cartel que anuncia la exposición temporal: Tormenta de Nieve el impacto es delicioso… Sin darme cuenta, dejo escapar una exclamación de asombro en voz tan alta que una mujer a mi lado, no puede contener la risa… ¡Excelso, en verdad excel­so!, ¿cómo es posible que un pintor nacido hace doscientos treinta y cinco años permanezca tan actual como si hubie­ra pintado este cuadro ayer? ¡Qué maravilla que teniendo ciento cincuenta y nueve años de muerto, siga teniendo una influencia tan fuerte entre los artistas contemporáneos! “¡Ojalá que pronto el MUNAL, lleve su obra para que México entero sea testigo de las luces que brotan de su maestría”, pienso… Y verdaderamente embriagado por la emoción que Turner y sus pintores pintados dada la explícita admiración e intención de homenaje a sus antecesores y contemporá­neos, me escurro entre la gente en dirección hacia la sala de la etapa obscura de Goya maravillado por la valentía que el artista inglés muestra al introducir abiertamente trazos, escenas e incluso fragmentos de la obra de otros pintores en la propia.

Por fin, Goya… Se regodea la melancolía y mi necrofilia al estar una vez más ahí frente a frente con “La Parca”… “La Lectura”… Y la incomparable magia de “Aquelarre” que se viera bautizado también como “El Gran Cabrón”… Goya, Goya… ¿Sabrás que estoy ahí infinitamente conmovido por tu etapa obscura? ¡Qué grande eres! Te autoretrataste en “Aquelarre”, porque no cabe duda que ¡“El Gran Cabrón”, eres tú…!

Siguiendo mis pasos como en aquel juego infantil de no pisar raya o de intentar desprender los pasos de todo el de­más movimiento corporal como si los pies fueran autónomos y dejando que me conduzcan a donde decidan, intento en­contrar el camino más corto a la salida… Y ahí, el caballete, la paleta, el óleo y el trazo diestrísimo del copista de Carlos de Haes… Es admirable la exactitud de la copia y el plasmar de las luces que el original muestra… Sin poder resistir la tentación, saco del morralito comprado en La Ciudadela junto con otras ar­tesanías, mi cuaderno de boce­tos… Con la prisa que me causa el temor de que el maestro deje de pintar, le hago un “skecht”, un boceto, un trazo rápido de su actividad… Me acerco a él… Al preguntar su nombre y obser­vando el boceto:

–¡Me ha pinta’o…!
–Sí, maestro me tomé el atrevimiento esperando no se moleste…
–¡Nada, hombre, por qué habría de enfadarme… Le felici­to, me ha capta’o como yo mis­mo…! Soy Barón Calzado… ¿ha visto la película “Los Fantasmas de Goya”?
–Sí, maestro…
–¿La ha visto o no…? (con aire incrédulo)
–Sí, sí sí… La vi hace un tiempo, maestro…
–Pues nada, que la mano que aparece pintando como de Goya es la mía y los retratos de él son pinta’os por mí… Y hay una escena breve en la cárcel donde aparezco también… Mí­reláaaaa y ya verá que es cierto…
–¡Ah, qué bien… La voy a volver a ver, maestro…! ¿podría darme su autógrafo?
– A ver, venga… Ya está, mire, le he puesto “para un artis­ta” y felicidades, colega mexicano…

Desde luego, todavía con el sabor mágico de la experien­cia vivida en el Museo del Prado gracias a mi admiradísimo Francisco de Goya, en la primera oportunidad que tengo, compruebo que el maestro Antonio Barón Calzado, aparece en la película y sus manos también así como el crédito en las letras rápidas y pequeñas que muestran siempre las películas en esa franca invitación a dar por terminada la función… Con­firmado: ¡Las luces… Brotan solamente de la maestría!

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