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LA POESÍA DEL JOVEN GARCIA LORCA

Por domingo 23 de diciembre de 2012 Sin Comentarios

Por Juan Cervera Sanchís*

La-Poesia01La poesía del joven Federico García Lorca es lo popular campesino (de Granada) trascendido mágicamente. Lorca es, antes y después que nada, la tierra que lo vio nacer y ensayar sus primero pasos bajo el sol. Hay que recordar sus poemas primeros. A los 22 años de edad y en el mes de agosto de 1920 camina por la fresca Vega de Zujaira y escribe ya este Madrigal de Verano:

“Junta tu roja boca con la mía, / ¡oh Estrella la gitana!/ Bajo el oro solar del mediodía/ morderé tu manzana./ En el verde olivar de la colina,/ hay una torre mora,/ del color de tu carne campesina/ que sabe a miel y aurora./ Me ofreces en tu cuerpo requemado,/el divino alimento/ que da flores al cauce sosegado/ y luceros al viento.” Y añade: “Danaide del placer eres conmigo./ Femenino Silvano./Huele tus besos como huele el trigo/ reseco del verano.”

Lorca, a los 22 años de edad, ya era un pozo de cultura, un cúmulo de sangres. Nos recuerda a las Danaides, las cincuenta hijas de Dánao, quienes en su noche de bodas, todas, menos una, asesinaron a sus esposos. Así eran las hijas del mitológico rey de Egipto y Argos. Lorca es consciente, como Granada, de ese amor que devora y se devora y, en la gitana Estrella idolatra la carne morena… tan andaluza. Juega a las lástimas de amor y más que amado se siente complacido por la pena que causa “su figura entristecida”. Es este un poema primerizo, pero ya aquí, Federico, demuestra su dominio del verso clásico y se deja sentir que ha leído despacio a fray Luis de León. Estos versos de once y siete sílabas y las consonantes son perfectos. Desde sus primeros poemas el poeta de Fuente Vaqueros da pruebas de su maestría literaria y, más que eso, de su profunda sensibilidad. Por aquellas fechas también escribe estos versos:

“Las cosas que se van no vuelven nunca,/ todo el mundo lo sabe,/ y entre el claro gentío de los vientos/ es inútil quejarse./ ¿Verdad, chopo, maestro de la brisa?/ ¡Es inútil quejarse!”

Federico, empero, no puede evitar, no obstante sus 22 años, emitir esta queja:

“¿Si la muerte es la muerte,/ qué será de los poetas/ y de las cosas dormidas/ que ya nadie las recuerda?”

En Granada las piedras y los árboles, no se diga las fuentes, las tardes de lluvia y las noches de luna, son poetas y filósofos los muchachos, y más aquel muchacho que era García Lorca en 1920. No podía ser menos, aunque él por su naturaleza misma fuera más que filósofo y poeta. Adivino diría yo, pues Granada es tierra de adivinaciones sorpresivas. En aquella Zujaira, el joven Federico cantaba y ahondaba:

“El presentimiento/ es la sonda del alma/ en el misterio./ Nariz del corazón,/ que explora en la tiniebla/ del tiempo./ Ayer es es lo marchito./El sentimiento/ y el campo funeral/ del recuerdo./ Anteayer/ es lo muerto./ Madriguera de ideas moribundas/ de pegasos sin freno.” Y señala:

“Pero el niño futuro/ nos dirá algún secreto/ cuando juegue en su cuna de luceros.”

En esta poesía primeriza está ya implícito todo y toda la poesía de García Lorca con su temblor sagrado y cósmico de Granada. En el libro titulado simplemente “Libro de poemas” y que aparece impreso en Madrid en 1921, el joven poeta de Fuente Vaqueros se manifiesta con su voz inconfundible. Adolfo Salazar es el primero en celebrarlo y advierte a sus lectores que “están ante un poeta nuevo”. Es cierto, no obstante, que en su poesía hay resonancias que vienen de Gustavo Adolfo Bécquer a Juan Ramón Jiménez y que no olvidan a Manuel Machado, pero de lo que está empapado el libro, como el resto de su obra, es de esa Granada que, paso a paso, cruza por puentecillos de crujiente madera y entre sombras leves de chopos amarillos, que van y vienen de Fuente Vaqueros a Valderrubio; tierras de hazas y acequias, por donde se escucha –todavía- el cándido y claro cantar de la Acequia Gorda cuya agua fina nutre el alma de los tubérculos de sustancia y luz. Agua que el sediento caminante puede beber en el hueco de su mano sin ningún temor. Yo bebí, siendo muchacho, esa agua cristalina y sentí que mi paladar se endulzaba de gloria. La poesía de Federico hubiera sido otra, sin duda alguna, fuera de ese marco seductor de su entrañable Granada, donde el aire gorjea y los niños campesinos guardan vivas las más bellas canciones de rueda y también las eternas baladas, como aquella tan evocadora que Lorca escribiera el 25 de julio de 1918 en su pueblo:

La-Poesia02“Esta noche ha pasado Santiago/ su camino de luz en el cielo./ Lo comentan los niños jugando/ con el agua de un cauce sereno./ ¿Dónde va el peregrino celeste/ por el claro infinito sendero?/ Va a la aurora que brilla en el fondo/ en caballo blanco como el hielo./ ¡Niños chicos, cantad en el prado/ horodando con risas al viento”. Y se pregunta:

-“Madre abuela, ¿cuál es el camino,/ madre abuela, que yo no lo veo?/-Mira bien y verás una cinta/ con polvillo harinoso y espeso,/ un borrón que parece de plata/ o de nácar. ¿Lo ves?”

El sabor de los cuentos bajo las infinitesimales noches de la vega granadina. Esas noches de verano vestidas de Luna y en flor de estrellas. Esas noches en que el desvelado puede escuchar coplas antiguas en las voces de los infantes. Niños despeinados y niñas de largas trenzas y juguetones bucles. Coplas como Al-Alimón, ¿Dónde está la llave?, Frío, Frío… y tantas otras. Coplas que se niegan a morir y reviven con la primavera cada año para alcanzar la ternura y la luz de las madrugadas estivales tan únicas en la tierra granadina. De estas coplas se alimentó Federico, así como de leyendas y consejas escuchadas, con sobrecogedora atención, de labios de: “Una vieja que vive muy pobre/ en la parte más alta del pueblo…” De una vieja:

“que posee una rueca inservible,/ una virgen y dos gatos negros,/ mientras hace la rueda calceta/ con sus secos y temblones dedos,/ rodeada de buenas comadres/ y de sucios chiquillos traviesos…”

Visión legendaria, tremor de lo sobrenatural…en la Vega donde Federico descubre el mundo en las voces de esas mujeres viejas de la tierra granadina. Mujeres que siguen existiendo y contando a los niños la historia del universo y sus secretos cuando pasa el apóstol Santiago, eterno peregrino, por los prados del cielo nocturno. Estas mujeres, Irenes inefables, influyeron de manera viva en la obra del poeta, tal como influyen los chopos, los cautivos álamos, la canción del agua… constantes en su verbo y en su verso. Así, el 7 de agosto de 1918, escribe su poema “Mañana”, dedicado a Fernando Marchesi:

“Y la canción del agua/ es una rosa eterna./ Es la savia entrañable/ que madura los campos./ Es sangre de poetas/ que dejaron sus almas/ perderse en los senderos/ de la Naturaleza.”

Es el agua, sobre la que casi flota Granada, y en especial Fuente Vaqueros, donde apenas entra el filo de la hazada y ya se moja. Esa agua que le hace decir al poeta:

“No hay estado perfecto/ como al tomar el agua/ nos volvemos más niños/ y más buenos…”

En insiste en este cántico-rezo al agua el joven Federico:

“Agua dulce en que tantos/ sus espíritus lavan…”

Tiene García Lorca visiones de agua y rinde a ella culto y devoción como los campesinos de Granada. El agua que llega a los ríos desde el cielo, esa agua de lluvia que en enero de 1919, Federico, exalta en su canto:

“La lluvia tiene un vago secreto de ternura”.

García Lorca, como Granada misma, es tierra por descifrar y descubrir. Algunos creen que lo conocen y lo dan por sabido, pero nada más lejos de su alma misteriosa y a la vez vital, que dicho supuesto. Quienes leen y releen a Federico de verdad están convencidos de que sigue siendo un gran desconocido en realidad. Lo más fragante y hermoso de la poesía lorquiana no ha dejado de estar nunca en esos primeros poemas suyos, que los precipitados desdeñan. Desde esos poemas se asoma al fondo del pozo de la Vida y del Universo y nos da su particular versión y visión del mundo, tan fascinadora. Y es que la poesía de Federico García Lorca es como Granada y como el campo húmedo y labrantío de la Vega de Zujaira. Se advierte en ella: “Una bandada de palomas ciegas/ lanzadas al misterio.” El misterio, que es palpable en aquella tierra. En esta poesía se entrelazan y forman un tercer río el Genil y el Darro. Un río sin nombre y vagamente adivinado fluye en estos poemas de juventud, que de ninguna manera hay que pasar por alto, y que escribiera Federico, algunos de ellos, a los veinte años de edad, en que ya había leído a Marco Aurelio y a Sócrates. Sin leer con detenimiento la poesía del joven García Lorca no es posible, en verdad, conocer a fondo la profundidad y belleza de sus raíces esenciales, que van mucho más allá de la artificialidad y el colorido de su popular “Romancero gitano”.

*Poeta y periodista andaluz.

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