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Una ciudad sin edad

Por domingo 20 de noviembre de 2011 Sin Comentarios

Por Heriberto Sinagawa*

Así como Adrián García Cortés es el cronista de la ciudad, Miguel Ángel Ojeda es su pintor. Sus cuadros me producen vértigo, me causan un vacío en el estómago, al verlos siento que me estoy encaramando en una nube. Aparecen casas fantasmales con sus patios con mangos, aguacates y guayabas. Por la calle surge un personaje folclórico que “jala” la tambora en una calle vacía de gente. Un balcón retorcido a causa de un fuego del infierno, provoca la óptica del abismo de la pareja de recién casados recargados sobre un barandal cuyo derrumbe los ha de transportar al infinito, entre humaredas de incendios descontrolados. El cuadro fantasmagórico se completa con una imagen de catedral con la aguja de su torre tratando de enhebrar una nube rosácea y señalando una luna cuya luz se refleja siniestramente en las paredes de la vieja mansión de la familia Barrantes.

No sé por qué razón Miguel Ángel pinta calles sin transeúntes, con calles desoladas, con puertas y ventanas cerradas. Escenario finamente elaborado para un recién llegado, un huésped de última hora.

También en la obra figura una catedral cimentada sobre el mar. En el atrio no hay piso de piedra labrada, sino una playa con sus médanos y unas olas como holanes que besan tímidamente la playa. Es una visión extraña, calca de un sueño apacible, donde los médanos parecen arrojarse de forma atrevida sobre la entrada principal. Según se le vea es una especie de tormenta del desierto donde la arena amenaza con cubrir el sitio más amado de los culiacanenses haciendo prosperar una parcela exenta de sal. En otro cuadro, el santuario es una torre de Pisa que se ladea sobre una alfombra de estrellas.

La universidad muestra sus interioridades en una curva prolongada que permite incluir un corredor inmenso donde hay sembrados unos libros a manera de mojoneras de la imaginación. Mientras el edificio rosalino obedece una dirección, el santuario acata otra en sentido contrario, provocando una colisión donde no hay destrozos de los aparentes navíos caídos, sino que se apoyan uno y otro para mantener la vertical precaria. Sus cuadros son un homenaje a la memoria, a los que se acuerdan de una ciudad que ya se fue.

*Cronista de Angostura.

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