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CUQUITA CARRILLO GARCÍA, NOTABLE MAESTRA

Por sábado 15 de junio de 2019 Sin Comentarios

ROBERTO SERVÍN MUÑOZ

Por casualidad cayó en mis manos un programa de la función de gala organizada por el Comité de Caridad Pro-Navidad del Niño Pobre, realizado el sábado 22 de noviembre de 1947, en el Gran Teatro Cine “Alameda” de Querétaro. El programa anunciaba una obertura ejecutada por la orquesta del maestro Pepe Maldonado, un cuadro gitano titulado “Moraima”, la presentación de la comedia en dos actos “Canción de Cuna” del dramaturgo español Gregorio Martínez. Cerraba el programa un fin de fiesta titulado: “Fantasía”. El elenco lo integraban más de cuarenta elementos entre damas y varones, pertenecientes a rancias familias queretanas.

Lo que me sorprendió gratamente fue que el nombre de la primera actriz de la comedia era Cuca Carrillo García. Y me pregunté ¿Será acaso la maestra Ma. del Refugio Carrillo García? Conseguí una fotografía del elenco, hice preguntas aquí y allá, la respuesta no se hizo esperar, era la misma persona.

Posteriormente me he enterado que Cuquita participó con anterioridad a esta obra de teatro, en varias zarzuelas y operetas: “La Marcha de Cádiz” (zarzuela), “Molinos de Viento” (opereta), puestas en escena en el Cine Goya.

Después de haber participado en “Canción de Cuna”, actuó en otra comedia titulada “Julieta y Romeo”, también en el Cine Teatro Alameda con su hermana Natalia Carrillo García.

La última obra de teatro en que intervino fue “La Muralla”, del escritor español Joaquín Calvo Sotelo, en 1960. Esta obra la escenificaron en el edificio de la Escuela Normal del Estado, siendo gobernador el Lic. Juan C. Gorraez a quién le ofrecieron una función especial y otra al señor Obispo Alfonso Toriz Cobián. Tomaron parte en esta obra: Cuquita como primera actriz, Rafael Lozada Maldonado, Ma. de los Ángeles Lozada, Angelita Guerra Malo entre otros y fueron dirigidos por el muy famoso Jorge Papadimitriu Galván. Esta obra más tarde, fue llevada al cine, actuando en los papeles protagónicos Armando Calvo e Irasema Dilian.

Ahora la señora Ma. del Refugio Carrillo García es una mujer que ha rebasado los noventa años, posee un dulce carácter, y conserva esa sensibilidad especial que adquieren quienes han interpretado un papel protagónico y han tenido amor por los niños. Con esa gracia que Dios le dio y la gentileza que cultivó, logró una personalidad muy propia, que le dio la capacidad para enfrentar la vida con entereza, sensatez, valentía, pero sobre todo, con caridad.

Fue su cuna el mismo lugar que fue declarado Cuna de la Independencia, el pueblo de Dolores Hidalgo, Guanajuato, y de allá vino en 1938 a conquistar a Querétaro.

Por esas fechas aún quedaba la resaca del gobierno de Saturnino Osornio. Habían pasado apenas dos años del destorlongo que causó al cerrar todas las escuelas particulares, por considerarlas confesionales. Además clausuró la única institución de enseñanza superior en el Estado, el Colegio Civil, que estaba auspiciado por el mismo gobierno.

Su madre conocía de antemano a la Sra. María Septién de Urquiza, por lo que al llegar a esta ciudad le hizo una visita de cortesía. Le informó que ya estaba instalada en esta ciudad y que su casa la ponía a su disposición. Entre otras cosas la Sra. Urquiza le comentó que sus hijos menores estaban sin estudiar porque no encontraba una institución educativa de su confianza. A lo cual, contestó la Sra. Carrillo: Tengo una hija que les podría dar clases. Ha estudiado solamente, hasta tercero de Normal. Tenía apenas dieciséis años cuando atendió a sus primeros alumnos: Juan y Alejandro Urquiza.

Comenta, con ese su candor propio, la maestra Cuquita: que en aquella época los estudiantes salían de primaria preparados, como si hubieran estudiado el bachillerato, por lo tanto era apta para enseñar, pues había cursado las materias de pedagogía e instrucción, en la normal de las Madres Adoratrices, en San Miguel de Allende.

De los niños mencionados Juan estaba para tercer año y Alejandro para segundo. Durante dos años fueron sus alumnos y en virtud de que fue invitada para dar clases en el Colegio Plancarte, sólo para niñas y señoritas, fueron llevados sus dos discípulos a estudiar con el Sr. Terrazas, que acababa de abrir un colegio en la calle de Próspero C. Vega.

La maestra Cuquita fue contratada por el colegio Plancarte, una institución inusual pues no tenía edificio propio por estarse iniciando, por lo cual los grupos estaban distribuidos en diferentes casas.

Comenzó por atender el tercer año de primaria. El primer año que estuvo al frente de ese grupo su aula estaba en la casa de una Sra. Garcinaba en la esquina de Juárez y Reforma. Después, el segundo año, estuvo en la casa de los Sres. Altamirano, en la calle de Pasteur Sur. Tenía apenas 18 años. En el nuevo domicilio había otro grupo atendido por una monjita muy corajuda, desgraciadamente nunca pudo congeniar ni con ella ni con sus alumnas Las alumnas de Cuquita eran unas pequeñas criaturas que la querían mucho, a tal grado que un día en que se enfermó, su mamá fue a avisarle a la madre que su hija Cuquita estaba enferma y no podía asistir a su grupo. La monjita no hizo nada, dejó a las niñas solas, pero ellas mismas se cuidaron y se pusieron a hacer todo lo que la maestra les había enseñado. Cuando quiso intervenir en el grupo la monjita, las niñas se opusieron.

Lo cierto es que por más esfuerzos que hizo, no pudo la maestra Cuquita congeniar con su compañera. Ante tal adversidad la maestra Cuquita sintió que había obtenido la experiencia necesaria para atender una escuela propia y se independizó.

Ella habitaba con su familia una casa amplia, en la calle de Hidalgo, marcada con el número 22. Hizo sus cálculos y al ver lo grande que estaba, se atrevió a iniciar ahí su escuela. Con ella se fueron 6 de sus antiguas alumnas. Por eso empezó con puro sexto.

Como no estaba reconocida su escuela por la Secretaría de Educación, y teniendo la obligación de darles su certificado, recurrió al director de Educación, Mtro. Rafael Rosas Rosains, que conoció en San Miguel de Allende, pues sus hijas habían sido sus compañeras. Por lo cual la orientó con amabilidad y cariño. Le dijo: “-te voy a conceder unos exámenes a título de suficiencia, nada más que son hasta enero, vas a tener que aguantar dos meses-. Porque entonces, los exámenes eran en noviembre. – debes seguir dándoles clases, y cuida que no olviden sus materias, a fin de que cuando yo te avise estén listos para el examen, y si lo hacen bien les otorgaré el certificado”. Y así fue.

Ante tal éxito prosiguió en su labor educativa. Abrió la preprimaria, que entonces se llamaba párvulos, donde era auxiliada por su señora madre, María Isabel García de Carrillo, en primeras letras, y empezaron a llegarle niños pequeñitos, porque año con año, los padres solían decir: Llévenlos con Cuca, con ella salen muy bien preparados.

Entre sus alumnos tuvo uno muy especial, a quien enseñó a leer y a escribir, se llamaba Jesús Pérez Hermosillo, que después fue rector de la Universidad. Desde los 5 años ya era muy inteligente, sabía leer y escribir a esa edad. Y la maestra Cuquita, para hacerse propaganda, le pedía permiso a la mamá y se lo llevaba a la Librería del Sagrado Corazón. Lo sentaba en el mostrador, le daba un periódico para que leyera y el pequeño Jesús lo leía. Era tan chiquito que las personas se acercaban asombradas al verlo tan pequeño, lee y lee. Y decían: – ¿Pero será cierto? La maestra les decía: -pues véanlo, está leyendo. Y además escribe y muy bien. Esta simpleza le rindió muchos frutos, por ella acudieron innumerables papás a inscribir a sus hijos. Esa si que fue una curiosa manera de hacer propaganda. Ella supo demostrar el fruto efectivo de su trabajo.

Fue muy enérgica. No hubo niño que con ella no aprendiera. A los que estaban retrasados nunca los dejó abandonados, ni tampoco les dejó pesadas tarea de matemáticas para su casa, porque sabía que los papás se las hacían. Por eso siempre trabajaron las matemáticas en su clase. Además a los retrasados, a la hora de corregir los cuadernos, no les permitía ir a recreo y en su escritorio les explicaba, hasta que entendían. Al ver que ya dominaban la materia, dejaba a los niños libres.

Tuvo muchos alumnos en sus aulas. Para ella, mujer de noble corazón, todos eran muy buenos y aplicados. Recuerda con alegría a los niños Vera Gil, los de Alba: Chepo, Lupita, Gabriela, Juanito; Carlos García Alcocer su médico de cabecera y Enrique su hermano; los Tejeda Septién, los seis hijos de Carlos Paulín y María Luisa Nardoni, los González Valle, los Escobar Cuevas, los Besoy, los Arvizu, los Borbolla, los Lámbarri, los Núñez Vera y muchos más. Han pasado tantos años que entre brumas de la mente apenas se acuerda de ellos. Tristemente comenta: ya voy perdiendo la cuenta.

En sus 65 años de trabajo, nunca tuvo la intensión de lucrar. Por eso trató siempre por igual a sus alumnos ya fueran muy pobres hasta los de padres muy ricos. Agrega que había familias que tenían hasta 5 alumnos en su colegio y consideraba que no era lo mismo pagar por uno que por cinco. Por ello ayudó entre otras familias a la de Carlos Arvizu, muy conocido aquí en Querétaro, fue el promotor de que fuera declarada nuestra ciudad: Patrimonio Cultural de la Humanidad. Él fue su alumno lo mismo que sus hermanos, no tenía corazón Cuquita para cobrar al pobre papá cinco colegiaturas. La maestra hacía la cuenta y en su generosidad consideraba que no era justo.

Su ilusión como maestra era ver a sus alumnos leer y escribir y saber aritmética. Logrando esto, sentía haber cumplido. Por ese ideal fue generosa y evitó lucrar con la enseñanza. En sus 65 años de trabajo nunca se enriqueció, y aunque la carga era muy pesada le da gracias a Dios que la ayudó a formar hombres muy buenos y mujeres respetadas.

Esta mujer es tan tierna y tan llena de amor y de gratitud que no se cansa de dar gracias a Dios por la riqueza que le dio a su vida. Por nada del mundo cambia la emoción del encuentro con algún ex-alumno. Unos ya son viejos, otros abuelean. Pero todos la abrazan con ternura, la besan con cariño, le dan generosamente su afecto.

A lo largo de su fructífera vida como maestra ha recibido varios reconocimientos por su excelente labor: en mayo de 1996, siendo Gobernador el Lic. Enrique Burgos García y el Lic. Arturo Proal de la Isla Secretario de Educación, le otorgaron un “Reconocimiento por su obra educativa en bien de la niñez y la juventud queretana”. Esta ceremonia solemne se llevó a cabo en el Teatro de la República.

En noviembre del mismo año la Delegación del Centro Histórico correspondiente al Ayuntamiento de Querétaro le otorgó un “Reconocimiento por su labor magisterial iniciada hace 60 años”, el delegado que se lo otorgó era nada menos que su ex alumno el Arq. Carlos Arvizu García.

En el mes de noviembre del mismo año, le otorgaron otro “Reconocimiento por su obra educativa en bien de la niñez”. Éste, se lo otorgaron sus hermanos, su hijo y sus alumnos.

El matrimonio formado por el señor Carlos Paulín Cosío y la señora María Luisa Nardoni de Paulín, le organizaron con un grupo de padres de familia un acto de reconocimiento muy especial, entregándole un hermoso cuadro de “Reconocimiento” con los nombres de los seis hijos que fueron sus alumnos.

Su alumno más preciado es Tito, su hijo. Con ella aprendió sus primeras letras, luego pasó al Queretano y ahora es hermano Marista. Él es su orgullo y heredó de su madre la vocación y es un brillante maestro.

La maestra Cuquita merece con creces el reconocimiento y el amor que ha recibido de sus alumnos y de la sociedad queretana, que sabe aquilatar a sus mentores generosos.

* Abogado y autor queretano

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