Nacional

EL QUERÉTARO LÚDICO

Por lunes 15 de enero de 2018 Sin Comentarios

ANDRÉS GARRIDO DEL TORAL

Conozco a un tipejo audaz, con poco sentido de la moral, de apellido Pellegrini y que, en pocas palabras, es un hijo de la lada y no es pariente de Carlos Slim precisamente. Siempre lo admiré en secreto y no pude ser como él, mi carrera académica y mi trayectoria política me lo impedían, aunque por dentro le guardaba envidia. Resulta pues que ese caón se enamoró perdidamente allá por 1985 de una hermosísima y distinguida joven de los rumbos de la hacienda de Callejas.
Lógico que esa aristocrática Dulcinea nunca le iba a corresponder en sus amores y él tampoco se atrevió a pedírselos siquiera, guardando en su plebeyo pecho ese gran amor que jamás lo abandonaría, como una maldición. El locuaz mozuelo se refugió en la bebida, la bohemia y sus estudios –indejo no era- y finalmente se casó con una virtuosa jovencita, que a la postre le resultó una muy buena esposa.
Pasaron los años y la herida en carne viva que aún sangraba en el tunante aquél se abrió de par en par cuando se enteró que la damisela encantadora se iba a matrimoniar con un tal “Narigón”, muchacho de la oligarquía queretana. ¡El plebeyo lloró noches enteras y pensó en hacer una travesura! ¡Ideó llevar una serenata donde moraba la altísima estrellita aquella e interpretarle las más sentidas canciones que le había cantado en sus mocedades! La decisión ya estaba tomada pero había que llevarla a la práctica y eso no era tan fácil, porque el despechado ya era el príncipe de la ciudad y, si lo cachaban, su honra se iría por el caño.
Puso manos a la obra y le comunicó su sueño a un gran amigo de nombre Paco Robelo –vecino de Callejas-, acordando ese mes de marzo llevar la ronda un día antes de la boda mencionada, ya que el novio andaría de borracho en su despedida de soltero y no tendría tiempo para rondar la esquina de su prometida.
El plebeyo no quiso usar un coche oficial ni tampoco su elegante carro particular para no dejar evidencias, así que se transportaron toda la noche en el modesto Chevy de Paco Robelo para pasar desapercibidos, como dijera Itzcalli Rubio. En esa época la policía y el tránsito eran exclusivamente estatales y había que tener cuidado, sobre todo que la familia de la Dulcinea era muy pero muy influyente.
Para agarrar valor, el par de caones se instaló en el bar “El Ángel”, ubicado en la hoy plaza de la Constitución, mejor dicho plaza del Ovni de Garrido Patrón, donde se aventó cada uno tres cubas de Bacardi Blanco techador, al mismo tiempo que hicieron la lista de las canciones que quedaban para la ocasión y se dispusieron a contratar al trío en cuestión, el que parecía más bien un dos y medio porque al excelente requintista le faltaba una pierna.
Sabiendo el plebeyo que la serenata podía ser interrumpida en cualquier momento por la policía o por la familia dizque agraviada, hizo la lista de canciones -en una servilletadándole prioridad a las que consideraba más “llegadoras” y adecuadas para la ocasión. Dieron las doce de la noche y la ronda organizada se dispuso a trasladarse al sur citadino, encabezando el cortejo el Chevy azulito, seguido del vocho jodidísimo de los músicos.
Temiendo los filarmónicos que los dos caones solicitantes se escaparan sin pagar, le exigieron al enamorado furtivo el pago por adelantado: ¡dos millones de pesos de antiguos pesos por seis canciones sin contar las pinchísimas “Mañanitas”! Claro que el enamoradizo galancete los mandó mucho a la lingada con “Las Mañanitas” y les pidió tocaran otra en lugar de ese bodrio tan ilógico: a ver lectores, yo aquí coincido con el furtivo Romeo en cuanto que esa chinche canción es ilógica y falsa, porque el Rey David nunca cantó, solamente fornicó y si no me creen lean Historia Universal y se darán cuenta que tuvo chorrocientos hijos; ¡Qué tiempo iba a tener de andar cantando cursilerías!
Regresando a la historia de amor despechado, los músicos sospechaban que en algo peligraba su libertad o integridad física al ver la actitud de sus clientes, quienes se limitaron a señalar el domicilio en cuestión, cubierto de flores y enredaderas, alejándose hasta la carretera Panamericana observando y oyendo desde lo lejos a los musicantes.
Medrosos y cobardes, los ejecutantes interpretaron una a una las bellísimas piezas musicales: “Peregrina”, “La Malagueña”, “Ojos Tapatíos”, “El día que me quieras” (la de Manuel Esperón, no la de Gardel), “Estrellita”, “Alborada” y “Te vas a casar, queriéndome a mí…”. En la elegante casa todas las bellas hermanas y la distinguidísima mamá se preguntaban el consabido “¿a quién se la trajeron?”.
La preciosa matrona prefirió –por salud espiritual- echarle la responsabilidad a su rubia y encantadora hija tercera, aunque su corazón de madre le dictaba otra cosa: ¡el plebeyo andaba rondando nuevamente a su hija mayor en tiempos no muy decentes para hacerlo! 28 años más tarde Paco Robelo y el plebeyo todavía se ríen de su puntada y las cuatro hermanas se echan furtivas miradas entre sí, como confidentes, cada vez que estando en una fiesta se oye alguna de esas coplillas. Les vendo un puerco hecho canción.
LAS SIRENAS DE TILACO: Decidí escapar de mi ciudad estrangulada en la semana de Pascua del mes de abril de 2017 en compañía de los maestros Luis Pérez Sabido y Guillermo Muñoz Gutiérrez, bardos y compositores de altos vuelos, para que se instalaran en la Quinta Las Conchas en el ruiseño poblado de Bernal y compusieran algo. Pérez Sabido me mata con “Yo sé que volverás” y Memo Muñoz con “Quisiera estar contigo”, así que bien sabía
que ese par de días no me iba a aburrir para nada. Rondaba el crepúsculo atrás del cerro de “El Picacho” y la Peña de Bernal se cubría con un manto rojo cuando el Cronista del Mayab, Pérez Sabido nos empieza a contar una conocidísima fábula china que te ordena a ti, ser humano, cuando menos sembrar un árbol, escribir un libro y tener un hijo.
Entonces, el bardo yucateco cambia el contexto de la conversación y lo traslada a Mérida, en que un paisano suyo se afanaba, sin lograrlo, en cumplir con lo recomendado por la cultura de la China, notándose ya la amargura en
aquel singular peninsular. Terminó su sabroso relato el Maestro del Mayab con estas palabras: “Y lo consiguió el amigo, después de larga jornada: un árbol seco y torcido, un libro muy aburrido y un hijo de la chingada”. Máare, les vendo un puerco chino, un matorral de la plaza del Estudiante, un libro de la historia de la CNC y un hijo malagradecido.

* Doctor en derecho, Cronista de Querétaro

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