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DE CUANDO RÍUS VISITÓ MI CASA EN AGUACALIENTE

Por lunes 31 de julio de 2017 Sin Comentarios

DE CUANDO RÍUS

Por: Faustino López Osuna

Al inicio de mis estudios profesionales en la Escuela Superior de Economía, del Instituto Politécnico Nacional, a partir de 1962, conocí personalmente a Ríus. Tres compañeros del grupo: Enrique Bucio Márquez (guerrerense), Rodolfo Rojas Zea (capitalino), Wilfredo Ospina Ramírez (colombiano) y yo, decidimos publicar un periódico estudiantil quincenal en la escuela, con el nombre de El Colmillo. Y buscamos en la revista Siempre! a Ríus para pedirle de favor nos hiciera el dibujo del logotipo. Lo hizo utilizando la imagen del famoso personaje Chon Prieto de sus caricaturas y le agregó al nombre el calificativo “atinado”. Entonces acostumbrábamos visitarlo en la revista de José Pagés Llergo los jueves, que es cuando cobraba y nos invitaba el café. De aquellos tiempos estudiantiles nació una amistad extraordinaria de por vida.

Más de 40 años después (2006), asistiendo él a Mazatlán a la Feria del Libro en la Plazuela Machado, yo acudía puntualmente a la presentación de su último libro y para no provocar los celos egoístas de los organizadores que evitaban que yo lo acaparara por ser invitado de ellos, acordábamos ir a comer el último día de su estancia en el puerto. La última vez que se organizó la FELIART en la Machado (y nunca más se volvió a desarrollar ahí, ni él volvió a ser invitado), Ríus asistió acompañado de su nueva esposa, una mujer humilde, y una hija de ambos, de cuatro o cinco años de edad. Como estaba encantado con el pescado zarandeado, lo invité a Villa Unión, al famoso Restaurant El Cuchupetas, mi pariente. Pedí permiso para introducir una botella de vino blanco chileno y el distinguido visitante, que alternó el vino con cerveza regional, hizo los honores al mejor pescado zarandeado de la casa. Cuando elogió el platillo, le informé que los langostinos del menú (llamados por el rumbo “cauques”) eran igualmente exquisitos y tenían la garantía de que se criaban y se capturaban en el río Presidio, sin los peligrosos agroquímicos contaminantes de los distritos de riego del norte. En la charla de sobremesa surgieron, entre otros, los nombres de mi hermano Florencio y el 68 y de Andrés Manuel López Obrador y la repetición del PAN en la Presidencia. Al cambiar de tema, en un momento dado hice el comentario de que mi pueblo, Aguacaliente de Gárate, estaba a 10 kilómetros de distancia. ¿El pueblo de Florencio?, preguntó. Nuestro pueblo, redundé. ¿Quieres conocerlo? Te va a gustar, agregué. Vamos, respondió.

Así fue como se dieron las cosas para que el famoso viejo amigo Ríus conociera el terruño. En el corto camino le hice saber que el origen del pueblo se remontaba a 1685, según Denuncio que hizo Úrsula Gómez de Pardo en la Nueva Vizcaya (Durango) a quien se mercedaron los terrenos de la comunidad, “para cría de ganado mayor”. Úrsula, como el Buendía de los Cien Años de Soledad del Gabo, comentó Ríus. Así es, agregué. Incluso un tío abuelo mío se llamó Úrsulo.
El nombre del poblado le quedó porque hay aguas termales, le dije. Santa Fe y La Calientita, ésta ahora frente al ejido El Huajote. ¿Y quién fue Gárate?, preguntó. Juan José Gárate fue un catalán avecindado en la comunidad, le informé, a quien un gavillero de Los Laureano que le tenía ofrecida una manda a la virgen de la Candelaria si no lo mataban, le dio el dinero suficiente para que construyera la iglesia en 1855 (su nombre está inscrito en la marquesina de la puerta mayor) y siete años después, en 1862, construyó su casa, que yo compré casi en ruinas en 1975, para mis padres. De ahí la gente que visitaba el pueblo en las fiestas del 2 de febrero, dio en llamarlo Aguacaliente de Gárate, que hasta entonces se le conocía como de Pardo, por lo de Úrsula Gómez de Pardo. Con este nombre está registrado en las dependencias agrarias federales.

Cuando llegamos a la casona, con un medallón de cantera resaltado en la fachada con las iniciales JJG y el año 1862, a Ríus lo impresionó no únicamente la casa, sino el enorme portal, a varios niveles, de casi una cuadra y media de extensión, del que forma parte la monumental finca, al centro del mismo. Ríus se paró
en el portón de más de cuatro metros de alto, de frente a la plazuela, dominando la iglesia a la izquierda, como si formara parte del portal extendido y dijo rotundamente:
Esto es más hermoso que la descripción que hace García Márquez de Macondo. En el corredor, Ríus notó que, en paralelo, tuvo los mismos siete arcos que el portal; le comenté que la que había sido recámara de mis padres (la más grande, de tres) la había convertido en biblioteca. Cuando entró, inmediatamente
le llamó la atención que contaba con un tapanco, que le hizo recordar las casas de su tierra, Michoacán. Ahí, ante una enorme mesa de trabajo de 3 metros con 20 centímetros de largo, de amapa blanca, le pedí que se sentara en una silla giratoria italiana que yo usaba.
¿Para qué?, me preguntó. Para presumir siempre que ahí te sentaste tú, le dije, riéndose de la ocurrencia. E hizo el honor de sentarse. En el enorme patio, observó las ruinas de lo que fue la pantalla de un cine al aire libre que construyó Antonio Osuna, de El Verde, Concordia, vecino de Villa Unión, después de la Segunda Guerra Mundial, en cuyo foro, le expliqué a Ríus, se presentaron caravanas de artistas de su tiempo, como Ángel Infante y Los Cometas y fue utilizado durante muchos años para la celebración de fiestas de la escuela primaria, conmemorativas del día del maestro o de la madre. Al terminar la memorable visita, llevé a Ríus y su familia al aeropuerto de Mazatlán, a 20 kilómetros de distancia al norte, rumbo al puerto. Evoco hoy su recuerdo, como homenaje a la memoria del recién fallecido José Luis Cuevas, quien también me brindó el privilegio de visitar el Museo de Arte de Mazatlán, donde igualmente se le homenajeó, cuando tuve la dirección a mi cargo. Descanse en Paz.

* Economista y compositor

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