Nacional

Bajo el presidio de la tecnocracia

Por jueves 30 de junio de 2016 Sin Comentarios

Por: Francisco Tomás González Cabañas

“Pienso, en efecto, que es en el poema de Parménides, en la pregunta que él instaura, que se pone en marcha la posibilidad de la ciencia futura. Pero lo peligroso de la fórmula sería el de hacer creer que se trata aquí de un proceso ineluctible, de una necesidad fatal de tipo hegeliano”. (Martín Heidegger. CON-VERSACIÓN CON HEIDEGGER Frederic de Towarnicki / Jean-Michel PalnierL’Express, nº 954, 20-26 octubre de 1969.Traducido por Julio Díaz Báez. Revista Palos de la Crítica, nº 4 ½; abril septiembre de 1981 (México).

Comprar barato para vender caro. Esta es la lógica que sostiene nuestra occidentalidad económica y por ende social. Quiénes más ganan en nuestro sistema, sin justificar ni argumentar por qué (como si lo ne-cesitasen), lo hacen, por esta operación básica, nimia e inercial. Comenzaron contando con sus dedos y como el ejercicio de abstracción les dificultaba la operatoria, crearon los números, el ábaco hasta llegar al ordenador.

La humanidad, se materializa, se reduce, a una simple operatoria que brinde un resultante, que debe ser siempre a favor de quién la propone o realiza. Hace tiempo, o desde que el tiempo es tiempo, la filosofía se pregunta acerca del ser. La filosofía política debería preguntarse qué es el ser humano, y sí dentro de esta acepción su condición de rehén de la tecnocracia le permite tal humanidad.

De acuerdo a un texto clásico y también básico de filosofía “El Hombre Rebelde” de Albert Camus (quién magistralmente definió que la única pregunta metafísica con sentido era la de determinar sí valía la pena continuar viviendo en vez de suicidarse) el hecho “occidental” de revelarnos ante lo establecido, es un acto de libertad que nos posiciona en otro hito de lo humano, es el decir basta a una situación de opresión.

El ejemplo es obvio, la esclavitud, pero la magia de Camus (por no decir la capacidad, inteligencia o poder de interpretación) se instaura cuando nos dice

que también esa opresión la sentimos, ante tecnócratas que nos dicen, actuando como autómatas de un sistema que los ha enajenado a ellos, que, como y donde tenemos que hacer las cosas, llámese trabajo se-rial, sin pensamiento, sin contenido o cualquier acción, política y social que no contenga la convicción de une ejercicio de abstracción humana.

Veamos: “A las dos formas tradicionales de opresion que ha conocido la humanidad, mediante las armas y mediante el dinero, Simone Weil añade una tercera; la opresión mediante la función. Se puede suprimir la oposición entre comprador y vendedor de trabajo, sin suprimir la oposición entre quienes disponen de la maquina y aquellos de quienes dispone la maquina. El hombre rechaza al mundo tal como es, sin aceptar abandonarlo.

En realidad, los hombres se aferran al mundo y en su inmensa mayoría no desean dejarlo. Lejos de querer siempre olvidarlo, sufren, por el contrario, porque no lo poseen bastante, extraños ciudadanos del mundo, desterrados en su propia patria. Salvo en los instantes fulgurantes de la plenitud, toda realidad esta por ellas inconclusa. Sus actos se les escapan a otros actos, vuelven a juzgarlos con rostros inesperados, huyen como el agua de Tántalo hacia una desembocadura todavía ignorada” (Albert Camus).

“La exterioridad como reflejo y consecución del hombre como ser social, posee diferentes medios por el cual se hace presente. Es de obligada necesidad nombrar el certero axioma que postula la aparición del lenguaje como una consecuencia obligada de las contradicciones que parten desde la naturaleza misma de la oposición.

Es decir que esta manifestación contundente encuentra argumentos ineluctables en la profundidad misma del ser (entendido este como simple nominalizador particular de un género abismal). Tal es así que el continuo devenir o la ficcional temporalidad que acaece en el interior del hombre y se traduce en el he-cho de ser social, comprende un sinfín de lucubraciones que parten desde una cuestión de inexpugnable realidad innata, o sea desde un punto estrictamente ligado con las entrañas mismas de la esencia (entendida ésta como lo menos influenciado por el factor social).

Es por esta razón que la soledad pura, enmarañada en un sinfín de espejismos, no puede manifestarse de un modo contundente, a tal punto que sus medios que intentan llegar al corazón mismo de una definición sólo abordan complejas conceptualizaciones que por circunstancias sociales equívocas discurren en teoremas que derivan en simples opiniones.

Es de vital importancia tomar parte de estos preceptos, ya que de algún modo indican el por qué de los fracasos y el por qué de las ficticias representaciones a las cuales el ser humano se sostiene tan cómoda-mente.

La representación, el símbolo, dieron comienzo a una serie de sistémicas manifestaciones con el fin de garantizar una organización obligada, ya que la solución o toda situación problemática orillaba por la exterioridad.

Creemos que la partogénesis en un imaginario agrupamiento de genes, indicaba este camino, el pequeño animal sabía dónde encontrar sus nutrientes.

Una de las proteínas más rica en energía fue nominalizada con posterioridad como dimensión temporal. Ésta, de algún modo se transformó en un gran vicio para el pequeño animal, una substancia cuasi ineluctable. Sabemos, de qué modo los irrefrenables deseos superfluos perjudican a la víctima de éstos. Intentaremos esbozar un vital tratamiento que no sólo ataque de raíz al problema, sino que además apunte al verdadero tópico neurálgico.

Desde el momento mismo en que surgió una diferencia terminante entre los movimientos del sol y sus constantes juegos con la luna se desarrolló una arrasadora programación temporal, que como punto final de los extremos verosímiles, que participan en los cuadros computables de cuerpos axiológicos certeros, lleva el nombre de Greenwich.

Esta especificación objetivamente (o sea sin contar los efectos causa consecuencia que pueda llegar a ejercer) modificó una relación del hombre para con su hábitat. De esta manera el ser adquiría un particular atributo que luego terminaría siendo una parte constituyente de él mismo. Es decir, un objeto de vital energía, con el poder suficiente de direccional ciertas conductas y manifestaciones.

Lamentablemente todo se fue aglomerando tras esta magnánima pantalla, los acontecimientos fueron catalogados según esta dimensión, el hombre fue considerado según esta magnitud, que ya tenía un carácter de inevitable, y todo seguía tal cual alguna vez no había sido un espacio dirigido o capitaneado por el tiempo”

Hubiera sido lo mismo no decir o no hacer nada, por la abstracción, por el pensamiento, por las convicciones, dejar que todo sea copiar, pegar, camuflar, escatimar, hacer sin pensar, correr sin sentir, respirar sin otro objetivo que no sea el que el aire pase, pero no, es preferible, al menos para algunos, ser como somos y decirlo, antes que suprimirnos en la nada material de la técnica y callarnos por la supuesta conveniencia de un cobre que no sólo que no alimenta el alma sino que además la mutila, ésa es su función.

*Filosofo y escritor argentino

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