Estatal

PASCUAL ROJAS

Por martes 30 de junio de 2015 Sin Comentarios

Por: Nicolás Avilés González

Pascual había llegado de El Dorado a trabajar de obrero azucarero en Costa Rica, de allá trajo la afición a la bebida, de tal manera que cuando llegó a Costa Rica encontró a muchos que les gustaba el agua generosa, rápidamente hicieron una cofradía, el motivo era compartir la bohemia en las tardes del fin de semana. En los sesentas había una limitación férrea de la venta de cerveza y licor con el fin de evitar la proliferación del consumo bebidas embriagantes, para tal efecto, el gobierno estatal a través de la oficina de permisos para consumo y venta de alcohol limitaba o hacía difícil el acceso a dichos productos, esto estaba vedado para la mayoría de la población. Las concesiones eran otorgados a los amigos de los funcionarios en turno o a los que cubrían las cuotas o “moches”, también tenían otro mecanismo, limitaban el horario de venta lo que hacía que los expendios cerraran sus cortinas a las 21.00 hor as.

Costa Rica era una comunidad agrícola y obrera por lo que los horarios de venta se ejercían de manera estricta, aunque hay que aclarar que eso en realidad no limitaba del todo el consumo ya que después de cerrar los expendios, él o los que quisiéramos seguir la juerga teníamos que pagar el doble por la cerveza o el licor que se expendían de manera clandestina en los aguajes que existían en el pueblo, de paso les diré que estaban plenamente identificados y protegidos por las autoridades municipales. Esto daba al traste con la política oficial de proteger a la economía familiar.

Una noche de farra, Pascual, Nacho “Tampico” y El “Atole” Quintero quedaron a medias y decidieron seguirla por lo que decidieron trasladarse hasta Culiacán en un taxi del Sitio Eugenia y se dirigieron hacia la capital de Sinaloa. En esta, alquilaron un carromato de tracción animal, de las denominadas “Arañas”, en la que andaban de cantina en cantina, en una de tantas dejaron al Arañero un poco pasado de copas y Pascual tomó las riendas del caballo.

Horas después los encontraron y con todo y huesos fueron a parar a las pestilentes celdas de la cárcel municipal. El delito era menor; por aquellos años se estilaba que se pagaran con trabajo comunitario, por lo que los sacaban con escoba en manos a barrer las calles, siempre seguidos por un guardián del orden. Este castigo llevaba implícito el ridículo y el dejar una lección al infractor, de paso una enseñanza a la sociedad de lo que no se debía de hacer.

Aquella mañana la tropa de presos se derretían bajos los incrementes rayos del sol de agosto en Culiacán, que reverberaba y al rebotar en el pavimento se proyectaba hacia arriba golpeándoles el rostro sudoroso. El esfuerzo de barrer, la desvelada y la cruda hacían estragos en el cuerpo de Pascual ya que hacia un doble esfuerzo tenía secuelas de polio en la pierna derecha por lo que estaba acortada como la Pedro Torrecillas, además de chueco, estaba viejo y pasado de tamales.

Ese día de inclemente sol, la cuadrilla avanzaba a marcha forzada cumpliendo con su castigo, de momento se vieron cerca de las puertas de “La Ballena”, Pascual se adelantó y sin pensarlo dos veces ingresó a la cantina e inmediatamente ordenó un directo de tequila que se lo empino de un solo sorbo, lo acompañó con sal, limón y agua mineral, luego otro, el cantinero que tenía grandes dotes de psicólogo se percató que había cometido un error al darle los vinos y cuando Pascual pidió el tercer “caballito”, este de inmediato lo negó al mismo tiempo le solicitó le liquidara la cuenta de los consumido.

-Págueme lo que debe y le surto el otro pajuelazo Pascual, contestó:
– No traigo dinero, pero ando crudo y necesito el tequila p’a curarme
-ah, no traes dinero, ¿Crees que aquí es beneficencia pública?
– No exactamente, pero me siento re´mal, tienes que ayudarme.

En esos momentos notaron su ausencia en la bola de barrenderos y entraron a la “Ballena” a buscarlo, el mesero al verlos con voz en cuello les gritó
-Policía, policía, policía, este bato consumió dos tragos y no me los quiere pagar, llévenselo. Pascual, volcó el cuello hacia atrás en el rostro se dibujaba un gesto irónico y para reforzar la irresponsabilidad que le caracterizaba con su voz ladina alcanzó a replicarle
-Hay que puñete, me train barriendo…

Retiraron a Pascual a que siguiera en su faena y el cantinero pagó a su patrón los tragos con los que el obrero azucarero aquella mañana de agosto se curó la cruda.

* Docente facultad de Medicina / UAS

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