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Un Alemancito en la Ribera del Piaxtla (2da Parte)

Por domingo 24 de agosto de 2014 Sin Comentarios

“Y aquí la reflexión surge espontanea. Aceptamos y aplicamos las normas morales y aquellos principios de la ética, que se dan en el entorno social en el que nos desenvolvemos, sólo cuando ello no altere, ni perjudique nuestros intereses personales, sin importar que con ello, se involucre y lastime a las personas más cercanas a nuestros afectos” El Autor.

Por Salvador Antonio Echeagaray Picos*

Sobre los antecedentes “castrenses del abuelo, les cuento que poco antes de que se iniciara la “revolución mexicana” llegaron al pueblo militares del “supremo gobierno” preguntando por los hombres del lugar o de las rancherías cercanas que fueran “buenos para tirar”, es decir que fueran expertos cazadores y a quienes se les ofrecería la cantidad de $200,00 mensuales, más alojamiento y alimentos, a los que calificaran en las pruebas de tiro a que serían sometidos; los contratados irían  a Mazatlán para de ahí, ser trasladados a Nogales, Sonora, y al área en la cual  realizarían el trabajo especial “cinegético” durante  cuatro meses mínimo.

Recordemos que en esos tiempos de “paz porfiriana” se pagaba al labriego rural, entre cincuenta centavos o un peso diario por jornada de “sol a sol”, por lo que a esta convocatoria acudieron varones de todas las edades para participar en las pruebas de “tiro al blanco” en la búsqueda de ser seleccionados. Sólo cuatro tiradores de los más de cincuenta que asistieron a la prueba fueron calificados como aptos. Entre ellos mi abuelo. Este es un tema que amerita un relato aparte que, desde ahora, debo a los lectores de este prestigiado periódico. Ya centrado en lo que vengo narrando, les digo que, en Mazatlán, fui testigo de “ojos y oídos”, de todo lo que sucedió alrededor del niño que representaba el gran misterio para los San Javiereños… Se habrán de imaginar la expectación que generó mi presencia en el seno de la familia más famosa del pueblo debido al misterioso bebé que aún nadie conocía…y desde luego, de lo que la gente esperaba que el nieto del capitán maderista, o sea yo, a los ocho años de edad, “mitoteara” acerca de la incógnita que rodeaba a mi tía y “su hijo”, quién ya formaba parte de la comunidad piaxtleña.

Viviendo en un ambiente de estricta disciplina castrense, misma que aplicaba el abuelo en el entorno familiar, así como los tiernos y prudentes consejos de la Abuela Amalia, callé…nada dije de lo que conocía a plenitud…ni en el baño diario en el rio con la pandilla…ni en el juego de pelota…ni en la patinada en la plazuela por las tardes…ignoré las preguntas de mis mejores amigos y de uno que otro adulto que se acercaba a mí con golosina a la mano tratando  de “sacarme la sopa”, sin ningún resultado…sólo daba a entender que quizás más adelante platicaría del asunto que mantenía en “vilo” a los lugareños, buscando con ello, mantener la importancia que hacia mi persona se me reconocía por ser el sobrino de la enfermera y el “titular” indiscutible del secreto que rodeaba a mi tía y “su” vástago. Es hasta hoy, que a través del periódico que irradia la cultura desde la “Atenas” de Sinaloa, “La Voz del Norte”, doy a conocer, develo por fin, el “drama” que afectó a una acaudalada familia alemana residente en el puerto de Mazatlán y atendiendo desde luego, que a la fecha, no infrinjo ningún código de ética moral ni social, toda vez que la citada familia de origen teutón  desapareció de Sinaloa para siempre.

La enfermera, supuesta madre del niño varias veces mencionado, formaba parte del personal especializado en el área de ginecología, de la más prestigiada clínica hospitalaria de Mazatlán, debido a la recomendación del director en Jefe de la citada institución. Este distinguido profesional era a su vez, médico de cabecera de la  connotada  familia alemana, que poseía, por cierto una gran fortuna generada en actividades de tipo industrial, el comercio, la pesca  y la  construcción de barcos. Como suele suceder, quizás más en la vida real, que en la ficción literaria, del cine o la televisión, la hija única del empresario, y a espaldas de la familia, por supuesto, tuvo tórrido romance con apuesto marinero de uno de los tantos barcos propiedad del rico alemán.

Cuando ya no era posible biológicamente ocultar el embarazo, la hija comunicó a su madre la situación en la que se encontraba, con lo cuál  explotó el drama con todas sus implicaciones. Enterado el padre de la muchacha sentenció el aborto sin apelación alguna. Es entonces cuando el distinguido médico, director de la mencionada clínica, atendiendo al angustiado llamado de la madre, se ve involucrado en el drama familiar, así como la tía enfermera, y  el resto de mi familia residente en  San Javier…

Imaginemos el intenso conflicto que se vivió al interior de la familia del alemán; la hija embarazada fuera de matrimonio, los arrebatos del temperamental ex oficial del ejército alemán durante la primera guerra mundial, mancillado en su honra por un simple marinero playero de sangre plebeya, casi analfabeta y sin ningún destino.

La madre, como siempre, fue el refugio de los pesares, arrepentimientos tardíos y lágrimas de la hija que suplicaba el perdón paterno, sobre todo cuando se enteró de que su padre había decidido que abortara “el producto del pecado”. En el colmo de la desesperación, la afligida madre consideró que quizás el médico, gran amigo y consejero del ofendido padre, aceptara intervenir ante su esposo para evitar la muerte de la inocente criatura que se gestaba aún en el vientre de su adorada hija.

De conformidad con los principios de la ética socrática que desde siempre aplicaba en el desempeño de su vida profesional, el prestigiado Médico, atendió las súplicas de las dos mujeres, madre e hija, que compartían ya un mismo sufrimiento, y llevó ante el encolerizado magnate el proyecto que había elaborado cuidadosamente y en el cual se planteaba la solución del drama familiar que básicamente consistía en salvaguardar tanto la vida de la parturienta como la del hijo que nacería en 4 meses, según el examen que personalmente había realizado.

El planteamiento sometido a la consideración del ofendido padre, consistió en lo siguiente: La familia alemana, construiría con sus propios recursos, a más tardar en 5 meses en terrenos de la Clínica, la ampliación y su equipamiento, de la sección destinada a servicios de Ginecología, la cual se donaría a la Institución formalmente. Ahí, sería internada la hija un mes antes del  parto, con todas las consideraciones y la privacidad que el asunto exigía. El propio director de la clínica así como una enfermera con especialidad en ginecología, de su máxima confianza, se encargaría de atender a la distinguida paciente. Después del alumbramiento, la citada enfermera se haría cargo del niño que sería llevado a un pueblo de la que era originaria cercano a Mazatlán, con la protección del personal de seguridad del citado magnate. La eventual adopción en favor de la enfermera, se decidiría  más adelante por la familia alemana. La madre jamás  conocería el paradero del niño, como igualmente nunca se enteró de la “suerte” del desdichado marinero que fue uno de los primeros “desaparecidos” en Sinaloa.

El rico Alemán aceptó el plan que le permitía “guardar las apariencias” ante la rancia y cerrada sociedad del puerto mazatleco y así…las sencillas, cordiales y honestas familias del pueblo de San Javier, vieron disfrutar la felicidad de un desgarbado niño rubio que gustaba de la pesca y hacer largas caminatas por la ribera del rio Piaxtla, que fue rescatado de la muerte sentenciada por el abuelo, debido a que la amada hija, perteneciente a lo más alto de la clase social porteña, entregó su amor a un hombre ajeno a esa élite.

*Notario público y autor.

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