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Norteadas: La poesía nace del silencio

Por domingo 8 de septiembre de 2013 Sin Comentarios

Por Víctor Roura*

Jaime-LabastidaCon Animal de silencios (Fondo de Cultura Económica, 1996), Jaime Labastida (Los Mochis, Sinaloa, 1939) resume más de tres décadas de actividad poética. Galardonado con el Premio Xavier Villaurrutia precisamente por este volumen, y por otro de crítica literaria (intitulado La palabra enemiga, editado por Aldus), Labastida advierte en su tomo de poesía: “No he modificado ninguno de los poemas. Ramón López Velarde afirma, no sin soberbia, en el prólogo a la segunda edición de La sangre devota, que ‘retocar el pasado es superchería’ y que no ha cambiado ni una palabra ni un punto, a tal grado es ‘fanático por la inmutabilidad de la obra de arte’. En cambio, Paul Valéry dice que un poema jamás se termina, ‘se abandona’. No sé si el instante en que he abandonado un poema sea el instante justo. Pero, sin ser fanático de la inmutabilidad de la obra, estimo que no está ya en mis manos el transformarla. Debe continuar su camino”.

El hombre es animal de silencios, apunta Jaime Labastida, “y la poesía nace del silencio. Silencio significa, en su origen, abstención de hablar. Con la palabra, el hombre rompió el silencio de la tierra. Sólo el hombre es, pues, animal de silencios porque habla y se expresa, antes que nada, en palabras. Desde la época imperial latina se llama silentes a los muertos y en la lengua rústica se dice de la luna, cuando declina y se vuelve invisible, que es silente o silenciosa. El silencio significa, para mí, entrar en lo más profundo de la existencia, ahí donde se funden la vida y la muerte”: “Me dañará, lo sé ya desde ahora, la nostalgia. Se ha cerrado el ciclo de toda destrucción y el amor y el amor se combaten. Nos hemos desgarrado como quien tercamente, hora tras hora, regresa al mismo sitio por tocar animales destruidos o muecas disecadas. Un rencor de pupilas o ceniza anunciado en el fuego. Así también endurecimos. Es posible que llegue un día en el que ya no quiera hacer ningún esfuerzo por reconstruir tu mirada más débil, aquella que borraba hasta el presagio de la pesadumbre. Nos matamos con los adioses simples, con la sonrisa puesta mal en la frontera tensa de la noche. También morimos cuando una cuchara cae desde la mesa con un ruido de terremoto impresionante a la mitad de nuestros dos silencios”.

Labastida es un cuidadoso seleccionador de las palabras. Las elige del inundado silencio que nos rodea. No es asunto sencillo ser poeta, ciertamente. No es cosa de poner una palabra aquí y allá y que cada quien traduzca lo que el poeta quiso decir. Si bien el lector, en la poesía, es un determinante factor de la terminación del poema, no significa que, como en algunos cuadros plásticos,
sea el elemento que finalice la obra. Porque el poema, en la más bella extensión de la palabra, no termina donde el lector supone (ni, acaso, donde el autor lo abandonara) sino que continúa aún después de su aparente fin. Como dice Labastida que dice Valéry, se abandona el poema, nada más. Por eso, los poemas son interminables, porque habrá alguien, siempre, que venga a recogerlos y a darles uso personal. ¿Y el poeta? El poeta se distancia para dejar su canto escrito en otras voces. En este sentido, tal como decía Valéry, Labastida cumple a carta cabal su cometido poético. De su libro La sal me sabría a polvo (Siglo XXI Editores, 2008):

¿Moriremos a la sombra? Aquellas flechas
con las que los enemigos quieren destrozarnos,
¿serán tantas que cubrirán la luz del Sol?
¡Habremos de impedir, a costa de la vida,
el avance del déspota y los bárbaros?
¿Moriremos en este lugar, sin que podamos
retroceder un solo paso¿ ¿Así obtendremos
la gloria? Pero, ¿en qué consiste la gloria?
¿En morir ofreciendo el rostro al cielo y a la luz?
¿En morir por la libertad? ¿En construirla?

*Periodista y editor cultural.

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