Nacional

Yerros y plagios

Por domingo 26 de febrero de 2012 Un comentario

Por Víctor Roura*

1. El domingo 4 de abril de 1999 el entonces gerente mexicano de la editorial española Alfaguara, Sealtiel Alatriste, en un artículo periodístico —con gran despliegue por parte del diario Reforma, tal como se acostumbra en esa empresa cada que publica a una gran contratación, que es decir un prestigio bien pagado— recordó a Guty Cárdenas en un aniversario de su infausta muerte. Apuntó que el compositor meridense había sido asesinado en La Ópera, bar de la Ciudad de México localizado en el Centro Histórico que, hoy en día, incluso muestra en su interior aún las huellas de aquella tragedia.

Sealtiel Alatriste cometió varios yerros.

Salvador Morales indica en su libro Auge y ocaso de la música mexicana (Contenido, 1975): “El 5 de abril Guty Cárdenas salió precisamente de la XEW al terminar el programa y se dirigió al Salón Bach, un famoso bar de la Avenida Madero. En un reservado lo aguardaban tres amigos: Rosa Madrigal, hermosa aspirante a estrella de cine, Arturo Larios y Tranquilino Murillo. Pocos minutos después se unieron al grupo dos españoles, José Peláez Villa y Jaime Carbonell el Mallorquín, este último cantaor de flamenco. En un momento dado, Guty pidió al Mallorquín que cantara algo y se ofreció a acompañarlo con la guitarra. Cuando terminó la interpretación, todos aplaudieron excepto Peláez, quien dijo al yucateco que no servía para el cante. La expresión despectiva y el alcohol provocaron la cólera de Guty, que retó a golpes al hispano. Tranquilino Murillo, sabedor de que ambos acostumbraban andar armados, intervino para evitar el pleito. Logró que el cantaor y Peláez se retiraran a la barra, pero Guty lo siguió enfurecido. Peláez recibió al compositor con un botellazo en la cabeza y Guty, tambaleante, sacó su pistola y disparó tres veces: los dos españoles cayeron heridos. Pero en ese momento entraba al bar Angel Peláez Villa, hermano del herido, y al ver lo que acontecía vació su pistola sobre Guty. Éste cayó con cinco impactos en el cuerpo. Rosa Madrigal se arrodilló ante él.

“—¡Dios mío, lo han matado! —gritó.

“Eran casi las 12 de la noche del martes 5 de abril de 1932. Augusto Cárdenas Pinelo había muerto instantáneamente”.

Los disparos a los que se refería Alatriste en La Ópera son la huella de la presencia de Pancho Villa en ese bar, pero ésa es otra historia. Carlos Fuentes, en Los años con Laura Díaz (Alfaguara, 1999), escribe que Juan Francisco López Greene, el que sería el marido precisamente de Laura Díaz (casados en un juzgado de Xalapa el 12 de mayo de 1920), “era poderoso, era torpe, era delicado, era distinto” y era amigo, además, de Xavier Icaza a quien, dice Fuentes, por escribir “poesía vanguardista y relatos picarescos” lo llamaban “futurista, estridentista, dadaísta, nombres que nadie había oído mentar en Veracruz”.

Pues es probable, sí —¿debido al regionalismo aculturizado de Veracruz?—, que nadie (¡nadie!) en el puerto hubiese oído hablar en 1920 del dadaísmo, corriente instalada de manera oficial en 1917 con la aparición de la revista Dadá que dirigía Tzara, ni del futurismo, que surgió en 1909, pero lo que sí era seguro es que nadie (¡ahí sí nadie!) había oído mencionar la palabra “estridentista” porque el movimiento se institucionalizó, éste sí en México, un año después —en diciembre de 1921— de la fecha en que data Fuentes su capítulo histórico.

Pero eran minucias, y lo eran porque quienes cometieron estos equívocos son —eran, sobre todo en el primer caso— personalidades que no erraban… a pesar de que erraban. Quien ya “es” alguien en el medio intelectual tiene derecho a decir lo que sea, y también a equivocarse, y todos harán el papel de distraídos para no turbar, con sus impertinencias, a las insignes figuras. Una vez, hacia fines de los ochenta, Víctor Flores Olea, entonces presidente del Conaculta, arribó a Cancún para inaugurar un festival de cultura afrocaribeña. A la hora del discurso de apertura, el funcionario declaró que para él era un honor estar en esa hermosa ciudad de Querétaro…

El público se turbó, pero nadie hizo nada para corregirlo.

Sólo un cercano suyo, en la mesa, se acercó a Flores Olea para indicarle que en realidad estaban en Cancún. Flores Olea, confundido, todavía dudó: “¿No estamos en Querétaro?”, preguntó a su confidente, pero su voz, clara aunque titubeante, se oyó por el micrófono. Hubo un momento de silencio, que fue roto por algunas risillas de complacencia de algunos intelectuales que acompañaban, en la mesa de honor, al egregio presidente del Conaculta, y el discurso transcurrió sin tropiezos.

Nadie volvió a tocar más el tema. Porque, aunque se equivoque, el intelectual de prestigio no comete equivocaciones. Ya otros disculparán sus yerros. José Emilio Pacheco, para disculpar los errores de Fuentes, dijo que el novelista estaba en su derecho de tergiversar la historia, si así convenía a sus intereses literarios. Total. Si Alatriste decía que Guty Cárdenas murió en La Ópera, ¿a quién le ocasionaba daño?

Fui el único que en su momento hizo notar el yerro, lo que me hizo ganarme la antipatía de Sealtiel Alatriste y la exclusión de las actividades culturales en la UNAM.

2. Trece años después este mismo intelectual es acusado de plagiario por un grupo cupular de la cultura mexicana, y entonces, por vergüenza profesional, Alatriste no sólo renuncia a su cargo de coordinador de Difusión Cultural de la UNAM sino también renuncia al afamado Premio Xavier Villaurrutia, que supuestamente otorgan los “escritores a los escritores”, desprestigiando, de paso, a quienes están detrás de este galardón que con esto muestra, a las claras, lo que siempre se ha negado: el Villaurrutia es un premio para amistades selectivas. Y la mesa de redacción de Letras Libres, en este momento, ha de estar brindando por su inobjetable triunfo bloguero: hicieron caer a un intelectual que, obvio, no pertenece a su grupo. Lo que de nuevo me hace afirmar que el territorio de la cultura está fincado y consolidado por las estrechas élites intelectuales que, ¡ay!, sí observan los yerros cuando quieren percatarse de ellos.

*Periodista y editor cultural.

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