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La arriería en Badiraguato

Por domingo 22 de enero de 2012 Un comentario

Por Óscar Lara Salaza*

La arriería durante muchos años fue una de las actividades más prósperas en las distintas regiones de México, porque era el medio de transporte de las mercancías para el comercio. Con la llegada de los ferrocarriles y posteriormente con la apertura de carreteras, la arriería fue desapareciendo con el tiempo, ya que aquellos convoyes de mulas y de burros que transitaban por los caminos reales pedregosos y polvorientos, se cambiaron por los vagones de ferrocarril que se perdían por los rieles y las vías.

Badiraguato, fue el municipio sinaloense en el que más perduró y más empuje tuvo la arriería, ya que por su condiciones geográficas -en las estribaciones de la sierra- mucho tiempo tendría que transcurrir para que existieran carreteras a todos sus poblados y rancherías, amén del ferrocarril, por lo que el transporte de sus bienes y mercancías tenían que hacerse a lomo de mula.

El comercio a Badiraguato llegaba en recuas y se distribuía en recuas. Los dos grandes comerciantes del municipio eran Melesio Cuén y don Eufrasio Salazar. Traían mercancías desde Guadalajara hasta la Estación de Retes, en la sindicatura de Pericos. Ahí cargaban las recuas y las trasladaban por caminos de herradura hasta la cabecera de Badiraguato. Luego los pequeños comerciantes de pueblos y rancherías bajaban hasta el centro del municipio para abastecerse, y en recuas más pequeñas conducían los enseres hasta sus lugares de origen.

Por muchos años también, en Badiraguato se trasportó a lomo de bestias el vino extraído de las vinatas propiedad de la familia Cuén; desde el pueblo de Bamepa salían el viejo Pastor Uriarte y su hijo Pastorcillo, con decenas de mulas cargadas de damajuanas de vino para la venta en la tienda de Cuén.

Otra línea del comercio que el municipio desarrolló con éxito durante lustros, fue la de productos derivados de la caña de azúcar -en una de las regiones más intrincadas del municipio- en la sindicatura de los Cortijos de Guatenipa, nombre puesto precisamente por ser este un pueblo donde se sembraban extensas áreas de la caña de azúcar, La caña, después de cortar, la acarreaban en carretas y la procesaban en un trapiche; esto es, la metían en un molino de madera que se activaba dándole vuelta a una palanca, tirada por una mula o una yunta de bueyes y abajo iba cayendo la miel en unos casos de acero. Una vez que la miel se enfriaba se elaboraba la panocha y el dulce de noroto, mientras el viento bañaba el paisaje con aquel olor a miel de caña que era capaz de despertar el antojo hasta reventar la hiel.

A este proceso le llamaban “la molienda”, y cabe decir, que la molienda constituía toda una fiesta, asistían gentes de todas las rancherías vecinas a tomar miel recién salida, que era una verdadera delicia. Por la noche, se organizaba un baile de acordeón y guitarra y bailaban hasta el amanecer.

Como había sobreproducción, organizaban su propio comercio para vender a los pueblos abajeños. Recuerdo aún, ver las recuas de don Diego Cuén de los Cortijos, pasar por Batolito con más de 100 mulas cargadas de estos productos a vender a las comunidades río abajo, recorriendo pueblo por pueblo hasta llegar a la costa. Trazaban su ruta de tal manera que una vez vendido su producto en pueblos costeños, se trasladaban hasta El Playón de Angostura o El Monte Largo de Navolato, y así al regreso llevar la recua cargada de sal en greña e ir vendiendo por los pueblos, aprovechando la recua en su retorno, convirtiendo la ruta de ida y vuelta en un negocio redondo.

Salen al amanecer

Recuerdo que, para nosotros, unos chiquillos aún, era tal la novedad, que no perdíamos detalle de sus expresiones y movimientos, nos encantaba oír sus pláticas por la noche antes de acostarse y relatar sus batallares y trajines. Por eso cuando leí el libro de Salvador Ortiz Vidales, “La arriería en México”, volví a disfrutar aquellos pasajes pueblerinos, cuando dice, “Al amanecer, los arrieros están de pie y se han desayunado; se ensillan las bestias de mano y después se reúne a las otras. Llegan turbulentamente entre nubes de polvo, y atropellándose en el amanecer, una luz indecisa va iluminando el cielo, lentamente se ocultan las estrellas y en el pueblo aún en sombra, se comienzan a oír esos ruidos tan propios de la hora del alba: el golpe de una puerta, la torturadora tos de alguna vieja asmática que se levanta a la primera misa, o la voz del gañán que conduce los bueyes al potrero y los llama por sus nombres…”

El pensamiento del arriero se mueve al mismo compás del andar lento y cansado de sus cabalgaduras, siempre cargadas de mercancías y cruzando por ásperos caminos pedregosos.

Quizá cualquiera podía arrear, pero no cualquiera era un arriero; un arriero tenía que ser un profesional, saber entapujar, amarrar y sobre todo ajuarar a los animales, “los sudaderos se deben colocar cuidadosamente, y después de un detenido examen de lomo de las mulas, para evitar desolladuras o mataduras lamentables. Las cinchas, igualmente, se deben de apretar de un modo hábil para que no vayan ni demasiado ajustadas, provocando en las mulas esos ruidos poco decorosos, ni demasiado flojas, de manera que hagan peligrar la carga”.

La yegua del cencerro

En los pueblos es común calificar a la mujer con más autoridad dentro de las demás mujeres, como “la yegua del cencerro”. El ejemplo más claro, la muchacha solterona, que es quien se hace responsable de llevar al resto de las muchachas al baile, o cuando se genera algún alboroto por cualquier “quítame estas pajas”, a la incitadora le llaman “la yegua del cencerro”. Esto tiene toda una connotación en el argot de la arriería. En el libro “Souvenirs d’ un prisioner de guerre du Mexique”, del francés Ernest Vigneaux de 1854, donde narra su visión de aquél México, describe las recuas y al respecto relata: “A la cabeza avanza gravemente la atajadora poseída de toda su importancia”. La atajadora es una yegua, no lleva nada, a no ser una campanilla al cuello; su papel es guiar la recua y el atajo. Los sonidos de la campanilla congregan a las mulas que sienten por la yegua una afección inexplicable; pero perfectamente comprobada. Sin la tajadora el atajo se desbandaría en el camino y se desperdigaría en el campo por la noche. Cuesta más trabajo conducir diez animales sin atajadora, que cien con este jefe de filas. Las mulas que tienen pocas simpatías entre sí, según lo suelen demostrar de una manera enérgica, sienten en cambio, una gran simpatía por la atajadora.

El santo de los arrieros

Los arrieros, hombres de los caminos, con los riesgos y los peligros que esto conlleva al sortear las amenazas de la naturaleza y las perversidades de los hombres, también tienen un santo a quien encomendarse y a quien implorar en medio de sus soledades: San Sebastián Aparicio, que según fray Joseph Manuel Rodríguez, uno de sus biógrafos, nos dice que este beato nació en la Villa de Gudiña, Provincia de Galicia, el 21 de enero de 1592. A los 12 años se enferma de una peste, y a punto de perecer es salvado de un modo milagroso por la oportuna intervención de un lobo que, encontrando abierta por descuido la puerta de la habitación donde yace el enfermo, se dirigió hacia él y usando como lanceta sus dientes, le abrió un tumor cuanto fue necesario para la total extracción de sus materias; aplicando después la boca a chuparlas; y últimamente lamiendo con la lengua la cisura hasta dejarla del todo cicatrizada, y tan sanó Aparicio, que concluida la operación, advirtiendo que estaba la puerta abierta, se levantó a cerrarla, y volvió lleno de aquellos afectos, que era natural le excitase su cristiana gratitud.

Después Aparicio vendría a América y se asentaría en las cercanías de Puebla, donde adquiere terrenos para la siembra de maíz. Pero también se le reconoce como el que introdujo las carretas en México. Después se arbitrió el medio –dice el cronista– de formar las carretas, a que uncidos los novillos, ya bueyes mansos, completó el todo de la utilísima máquina en que comenzaron a transportar las familias de las haciendas de campo y mercancías, que desembarcaban en el puerto de Veracruz, a las ciudades de Puebla y México.

Las mulas educan al arriero

En el libro “Los Mexicanos pintados por sí mismos”, publicado en el año de 1885, se dice que el arriero a semejanza de los maridos sin fortuna, “que no dieron con su media naranja, véase condenado a tratar con las mulas” a quienes califica de seres de “índole desapacible y condición indomable”. Pues resulta las más de las veces, “que son las mulas las que educan al arriero, como sucede con todo hombre que se impone la tarea de regenerar a las hembras”.

En cuanto a los conocimientos, -dice este autor- tenía el arriero ya una lengua enriquecida de mil interjecciones que empleaba con sus compañeros, las mulas… era astrónomo, porque al ver las “cabrillas”, averiguaba la hora que era con una diferencia de 40 minutos. Era homeópata, porque más de una vez y al padecer ciertas enfermedades, trató de curarlas con sus semejantes; es decir, con el famoso “similia similibus”, que traducido literalmente significa: “Un clavo saca otro clavo” y más, mucho más sabía este mozo de mulas.

Pero sobre todo el arriero es alegre, adora sus canciones como a la mejor compañera por esos campos verdes, por eso era común ver a los arrieros perderse en el horizonte de los caminos, elevando su voz al viento y retumbando el eco de una canción que en una de sus partes dice:

A donde te hayas hermosísimo lucero
Con quien te encuentras endulzándole la vida
Mientras yo aquí como mula sin arriero
Muy triste y solo por los caminos de la vida.

*Diputado Federal / Cronista de Badiraguato.

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Un Comentario

  • Cleotilde dice:

    Excelente articulo. Me hizo recordar viejos tiempos, aquellos veranos que pasabamos en Badiraguato, la Tierra de mi padre. Encontre este articulo buscando informacion sobre «La Molienda». Era Yo muy chica y mi padre en una ocasion me llevo a presenciar el proceso de la cana de azucar, Yo en mi mente me quede con la idea que el sitio que visitamos, con su gran molino de madera, se llamaba «La Molienda», y he buscado por anios en internet sin suerte alguna. Mi padre hace anios que fallecio y tristemente ya no hay contacto con familia en Badiraguato.
    Gracias por traer bellas memorias de tiempos que como dijo el poeta «…. no volveran!».

    Cleotilde

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