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El tompichi junto con ulama, joyas autóctonas

Por domingo 22 de enero de 2012 Sin Comentarios

Por Adrián García Cortés*

Desde que el futbol y el beisbol enseñorearon las aficiones deportivas hasta configurarse como empresas de grandes sorteos nacionales e internacionales, los juegos prehispánicos parecidos fueron relegados, algunos hasta el olvido. Las diferencias abismales entre unos y otros eran –o son– que mientras los modernos y masivos juegos tienen al final de sus objetivos la caza de riquezas económicas y la fama, los antiguos eran tributos a los dioses y, en ocasiones, hasta ofrendas de vida.

En Sinaloa, salvo contadas excepciones, el juego indígena que más ha perdurado, es el ulama o hulama, principalmente en el sur y algunos lugares del norte del estado. Sin embargo, la falta de promoción, organización y recursos, han orillado a que este juego esté a punto de extinguirse.

Un detective prehispánico va al rescate autóctono

Empero, por su devoción histórica el doctor Jorge Alberto Macías Gutiérrez, cronista oficial de Escuinapa, recientemente ha tomado registro de alguna perdurables memorias que le avalan escritos sobre un juego prehispánico muy singular, practicado en el sur de Sinaloa, que le denomina tompichi o tambuchi.

Es un juego, según Macías, parecido a una mezcla de los modernos bádminton y voleibol, que se practicaba con la palma de la mano en una cancha conocida como taste. “En Escuinapa era un espacio de cinco por cinco metros cuadrados; en Teacapán era de seis por 10 metros y en Nayarit de ocho por 10 ó 14 metros –afirma Macías–; terreno dividido en la mitad, por un mecate tenso entre dos postes, a la altura deseada o predestinada por los contendientes, generalmente a la altura de un cuerpo. El taste era demarcado con ceniza o con cal; el campo de juego estaba libre de piedrecillas y cuerpos extraños, liso y compactado”.

Macías nos informa que, aparte de documentos y testimonios escritos, tuvo dos informantes, viejos jugadores del tompichi, quienes le explicaron los avatares vividos para hacer prevalecer la tradición prehispánica. Ellos son Baltasar Padilla, alias “Cun”, y Jim Padilla, quienes refirieron que lo habían jugado desde la edad de 15 años, pero ya en esa época 1926, no existían más de 10 jugadores en el municipio.

Detalles sencillos para promoverlo de nuevo

Un extracto de lo recordado por ambos informantes es el siguiente:

Generalmente el número de contendientes era de dos por bando; pero podían jugar uno contra uno y aun cuatro contra cuatro. La indumentaria de los jugadores consistía únicamente de pantalón de manta por lo regular, y camisa; podían jugarlo descalzos o con huaraches.

Los juegos se pactaban a 12 o a 15 puntos, jugando varios partidos por la tarde, casi todos los días de la semana; los juegos de los domingos revestían cierta importancia porque se enfrentaban a jugadores de otros barrios o pueblos y las apuestas corrían en forma indiscriminada.

El saque se hacía con la mano del centro del cuadro, tomándose el tompichi por el copete, se lanzaba hacia arriba y se proyectaba por arriba del cordón. Se consideraba punto malo cuando el tompichi no pasaba por arriba del cordón o si caía al suelo, en su propio terreno o fuera del área delimitada, en el campo contrario.

Juego también de niños y atrevidas mujeres

La contabilidad era sencilla: puntos buenos y puntos malos; cuando se conseguía un empate o igualada en puntos, se prolongaba el juego a otros cinco tantos mas. Estaba prohibido invadir el terreno contrario para contestar un lance.

El tompichi lo jugaban también los niños con la “pelota” original o con una elaborada por los infantes, a base de trapo con todo y penacho.

La elaboración del tompichi era una habilidad casi artesanal de unos cuantos jugadores. Lo fabricaban con restos de una mazorca tierna y en el núcleo de la parte esférica, colocaban un material más pesado, aparte del pedazo de olote central.

Ligaban por arriba el penacho y luego lo deshilachaban para que le diera la estabilidad requerida y que invariablemente descendiera con la parte semiesférica hacia abajo.

Teacapán, Chametla, Apoderado, Escuinapa, canchas del tompichi

En Teacapán se jugó por última vez en el año de 1930. El taste se encontraba ubicado sobre la calle principal, la cual adornaban unas higueras inmensas y frondosas; aquí trazaban una raya en medio de la cancha con un huarache. Las reglas eran igual que como se jugaba en Escuinapa.

En Chiametla el célebre y querido maestro de música de muchas generaciones don Antonio Aguirre; en el año de 1917-1918, lo jugaba en un taste ubicado donde actualmente se encuentra la escuela secundaria federal del lugar.

En Apoderado no se juega desde el año de 1932. Aquí sí jugaban mujeres contra mujeres pero sólo dos contendientes: uno por bando, sin mecate, sin conteo por tantos, y sólo con ceniza dividían el campo de juego. Las apuestas ascendían a centavos como máximo. Los varones lo jugaban tres o cuatro contra tres o cuatro; a 15 tantos, si empataban, el desempate lo jugaban al día siguiente siempre por la tarde.

Vencedores y vencidos, todos complacidos por su juego

La explicación de los informantes se extiende, y ello le ha permitido al doctor Macías presentar el tema en reuniones de cronista y ahora le está dedicando mayor investigación, quizás para un libro o para promover el juego junto con el ulama como una propuesta de rescate de nuestras tradiciones prehispánicas.

–¿Y este tompichi –se le preguntó a Macías–, se hacía en competencias o cómo se calificaban a los vencedores?

–Los juegos eran de 10 por 10; el que ganaba más juegos de los 10, era el vencedor. Cuando un equipo llevaba más de tres puntos y el otro en cero, se iniciaba un nuevo juego.

En Teponohuaztla del estado de Nayarit –añadió– se jugaba aún en el año de 1936, existiendo cerca de 20 jugadores; la variante era que el cordel tendía a semejarse a la red como la que se usa en el voleibol. Se colocaba a la altura tradicional de un cuerpo, en el saque se rotaban todos los jugadores.

Existía un juez, con un silbato de barro; él dictaminaba si era bueno o malo el punto y llevaba la anotación de los tantos; también existía un capitán o cabecilla.

Otros informantes han aportado historias que bien vale la pena esperar que el curioso investigador, como lo es Macías, nos las haga conocer.

*Cronista Secretario del Instituto La Crónica de Culiacán.

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