Nacional

El Sócrates… El Pitágoras… El Aristófanes y El Angustias

Por domingo 25 de diciembre de 2011 Sin Comentarios

Por Alberto Ángel El Cuervo*

El montón de llantas y maderas viejas encendidas, no alcanzaba a engañar el frío de la madrugada… Los amigos de la cuadra, ya se habían ido a sus casas… El Angustias, que siempre hablaba con alguien, se mantenía en silencio… La botella de tanguarnis entre sus manos como si fuera objeto de oración en su delirio… Yo giraba de un lado a otro intentando que el calor se quedara de fijo en alguna parte del cuerpo… Había llegado antes que todos… No había más pollos, así que llegué antes… Siempre nos encontrábamos ahí, a un lado del parque de Buen Tono… La fogata, alcanzaba casi los dos metros de alto y la noche se escurría entre los dedos igual que el viento frío… Fue cuando lo vi llegar… Como no dijo nada, yo tampoco abrí la boca más que para jadear en ese intento inútil pero tan común en todos por defendernos del frío… Es como sí el jadear, nos produjera la posibilidad de generar calor en una cápsula alrededor del cuerpo… Pensé que se trataba de alguno de los amigos de El Angustias, pero no cumplía totalmente ese perfil… Por fin, después de imitar mi conducta moviéndose circularmente para capturar el calor, dejó salir un par de palabras envueltas en un idioma extraño… ¿Cómo dijo…? Y en un acento igualmente extraño aclaró: “¿Mucho frío…?” “Algo… desde que tenía 5 años, cuando aquella nevada, no sentía tanto frío en la ciudad…” En aquella ocasión, mi abuelo Alonso me había llevado de la mano a ese mismo parque donde ahora esperaba mis compañeros de intención navideña… Por primera vez había visto la nieve sobre la calle, sobre los árboles y me daba la impresión de ser una escenografía que mi abuelo había preparado para mi hermano y para mí… Su cara me parecía familiar… Había algo en su rostro anciano y regordete… La barba era sumamente peculiar… Por momentos, cuando se situaba de frente a la fogata, me parecía reconocerlo… No tardó mucho en llegar el otro camarada… Aunque ambos tenían una barba larga, la de este último era más alargada y sus rasgos igualmente afilados… El primero, sin ser gordo, era de facciones redondas y la nariz más ancha… Se saludaron en ese lenguaje que yo no entendía y por sus risas y gestos podía claramente darme cuenta que eran amigos o cuando menos viejos conocidos… Al poco rato, un tercer barbón hizo su aparición con palabras extrañas igual a las de los otros dos… Se saludaron afectivamente y algo preguntó de mí, lo que entendí por el lenguaje corporal… Entonces, el recién llegado, con la barba más corta, el rostro recio y completamente calvo, saludándome me preguntó a quién esperaba… “A mis amigos…” “¿Quiénes son…?” “Amigos de hace muchos años…” Cada diciembre hacemos lo mismo, nos cooperamos para comprar mantas y pollos para repartirlos en las calles de la colonia… ¿y ustedes…? no los había visto nunca por aquí… “Bueno, nosotros estamos aquí temporalmente… Ya casi regresaremos… Solamente habremos de cumplir la misión, de comprobar la hipótesis… Y mientras tanto, le hacemos compañía a El Angustias…” La desconfianza me recorrió… Después de todo, a fuerza de saludar a El Angustias cotidianamente y procurarlo de cuando en cuando con algo de comer o alguna moneda para su tanguarnís, le habíamos cobrado un afecto… Era parte del barrio, un amigo, un amuleto, un símbolo de la injusticia y la disparidad que al indignarnos nos reivindicaba al mismo tiempo, como si en verdad estu viéramos contribuyendo a combatirlo… Pensé en ir a buscar a los demás para decirles que habían tres extranjeros que pudieran dañar a nuestro Angustias… Casi por instinto, me acerqué y le pregunté si estaba bien… El Angustias, levantó la mirada y la botella invitándome de su tanguarnís… Como queriendo mostrar que los lazos de amistad eran muy fuertes, le di un trago a la botella sintiendo cómo un fuego me quemaba por dentro… ¿Cómo podía beber esto…? Bufando, le devolví la botella y pregunté envalentonado por el alcohol del 96 qué hacían ahí, qué buscaban y dónde vivían… “Aquí… Pero nos iremos pronto…” “Tenemos trabajo temporal…” “En dónde trabajan…” La historia que me contaban, me hacía sentir cada vez más desconfiado… El primero, el de la nariz ancha, no tenía trabajo formal… Vivía de la simpatía que despertaba en los estudiantes de Filosofía de la UNAM… Todos los días esperaba a la hora de salida y como un merolíco lo rodeaban escuchando sus disertaciones que causaban la risa de burla de los estudiantes convencidos de ser los poseedores de la verdad y se burlaban del anciano de ropajes extraños… Uno que otro le daba una moneda para rematar su charla siempre con un “Yo sólo sé que no sé nada…” Entonces, me di cuenta a quién me recordaba ese su rostro regordete y su ancha nariz… En un libro de Ferrater Mora, había visto la fotografía de un busto de Sócrates y su parecido con este amigo de El Angustias era increíble… El segundo, había intentado conseguir trabajo en la ESFM del Politécnico (Escuela Superior de Ciencias Físico Matemáticas) pero aún cuando fue sometido a un examen de oposición del que salió triunfante, no lo contrataron porque no tenía papeles de alguna universidad seria contemporánea que lo acreditaran… Terminó por conseguir un título falso en una imprenta escondida en una vecindad-laberinto por el rumbo del zócalo, a espaldas de Palacio Nacional… Y así, pudo lograr dar clase de Aritmética en una escuela de las consideradas no muy acreditadas pero que permanecían abiertas por el apoyo que el plantel brindaba a la Maestra… Con el sueldo de las clases, intentaba sobrevivir y ayudar a los otros dos… Pero por más que trataba de extenderlo, no encontraba la ecuación que le permitiera deducir cómo pagar un auto, una casa, y lo equivalente a la colegiatura de tres supuestos hijos… De tal manera que se limitó a enseñar hasta el teorema que él mismo se decía haber descubierto… “La suma del cuadrado de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa…” Pitágoras… Parecía que se trataba de tres teporochitos más con una imaginación muy grande… Más relajado, escuché lo que correspondía al tercero de ellos… Su nombre era Aristófanes… Y había conseguido ser aceptado en una carpa que funcionaba allá por la colonia Guerrero alternando con El Caballo, Inclán, Zayas y Chóforo para quienes en realidad era uno de los “secres” y a veces, cuando alguno faltaba, le permitían participar en sus vodeviles de carpa… Di otro trago al tanguarnís y ya no me pareció tan desagradable… La plática con los tres filósofos “chompiras del Angustias” logró que el frío se olvidara y sentados en semicírculo esperé a mis amigos en medio de las disertaciones dialécticas decembrinas y alcoholizadas… Cuando me encontraron, la hipotermia era severísima… Después me enteraría de la muerte de En Angustias… y aunque regresé muchas noches, jamás volví a saber de mis amigos alias El Sócrates, El Pitágoras y el Aristófanes… Tres teporochos más que las noches decembrinas de la Ciudad de México me había hecho encontrar…

*Cantante, compositor y escritor.

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