Nacional

México y el vino

Por domingo 25 de diciembre de 2011 Sin Comentarios

Por Juan Cervera Sanchis*

El 17 de agosto de 1521 don Hernando Cortés y sus hombres celebraban con una opípara comida su llegada a la gran Tenochtitlan. Corrió el vino. Era vino de Castilla traído desde Veracruz a la ciudad derrotada de los meshicas.

Fueron aquellos los primeros envíos de vino peninsular a las tierras recién conquistadas del nuevo mundo, dado que era costumbre que los peninsulares comieran acompañados de una botella de buen vino. Naturalmente que aquellos envíos de vinos se fueron incrementando al paso del tiempo.

Don Hernando nombró a Juan Bello escanciador por lo que pasó a la historia como el primer escanciador de las Américas. En las ordenanzas de don Hernando (1524) hay varios capítulos en donde se habla respecto al cultivo de la vid en la Nueva España.

Se establecen determinadas obligaciones para los vecinos que quieran dedicarse a ello. No obstante, el cultivo de la vid en aquellos tiempos estuvo casi por completo a cargo de los misioneros, dado que en las misiones se necesitaba el vino para el oficio de la Santa Misa y, por supuesto, para el consumo en las comidas. Los frailes lograron incluso injertos de las cepas silvestres de la tierra con las llegadas de España, que dieron vinos excelentes.

Los primeros vinos que se obtuvieron en México se dieron en lugares de Puebla, Michoacán, Querétaro y Oaxaca.

En 1594 en la hacienda del Rosario, Coahuila, cerca de Santa María de las Parras, Francisco de Urdiñola, capitán del ejército español, establece la primera bodega que hubo en la Nueva España. Más tarde se abrirían otras en San Luis de la Paz, Guanajuato y California.

Fray Junípero de Serra, quien funda la primera misión en Loreto, logra mejorar las vides silvestres y no se diga el incansable padre Juan de Ugalde que, en aquel territorio, hizo prodigios a fuerza de trabajo, consiguiendo vinos tan buenos y aún mejores que los que llegaban de la Península Ibérica.

Otro impulsor del vino en México fue fray Martín de Valencia.

Siendo el año de 1597 Lorenzo García, un laborioso poblador español, afincado en el Valle de Parras, abre ahí sus bodegas.

Estas bodegas serían adquiridas en 1870 por Evaristo Madero, quien las agregó a la Hacienda del Rosario, que ya era suya y que perteneciera anteriormente al ya citado capitán Francisco de Urdiñola. El buen vino producido en la Nueva España engendró temores entre los productores peninsulares quienes influyeron para que la corona girara órdenes a los virreyes con el fin de evitar la competencia que el vino cultivado enestas tierras les hacía.

Fue así que, en 1771, el virrey Marqués de Cruillas ordenó que no se continuaran plantando vides.

Las penas para quienes no se sujetaran a dichas ordenanzas eran en extremo severas. El cultivo de la vid decayó en la Nueva España y, con ello, los ya entonces excelentes vinos novohispanos, fueron desapareciendo.

Hubo que esperar hasta la llegada de la Independencia para impulsar de nueva cuenta la viticultura en el país.

El primero que animó a los mexicanos a ello fue don Miguel Hidalgo.

Consumada la Independencia don Agustín de Iturbide reorganizó la hacienda y dio impulso a todos los cultivos poniendo especial énfasis en el de la vid.

Desgraciadamente el recién nacido país sufre una larga crisis y se desangra en contiendas entre enemigos internos y externos. Hay que esperar hasta el régimen de don Porfirio Díaz, donde se hace un enorme esfuerzo para impulsar la ya, casi en extinción viticultura.

Es entonces que se traen sarmientos franceses y son plantados en el centro del país, en la hacienda llamada Roque, próxima a la ciudad de Celaya.

Siendo el año 1910 arriba a México Antonio Perelli-Minetti. Este hombre de origen ítalo-americano planta vides en el rancho El Fresno, Torreón.

Llega a cultivar 400 hectáreas. Introduce en la región las variedades Málaga, Tokay, Petit Sirah y Zindandel.

La nación se agita de nuevo con la Revolución.

Los viñedos son abandonados. Se ha de esperar más de una década para comenzar de nuevo.

Se comienza otra vez y, desde entonces, el cultivo de la vid en México viene creciendo y la excelencia de los vinos mexicanos es más y más apreciada. Ahí están los vinos de las Bodegas de Santo Tomás, procedentes de Baja California, donde destacan los tintos Barbera y Valdepeñas y el blanco Chenin Blanc, entre otros.

En Querétaro, Las Cavas de San Juan, bajo la marca Vinos Hidalgo, cultivan ricas uvas, como la Cabernet Sauvigno y la Pinot Noir. En San Juan del Río las Bodegas Cruz Blanca de la familia Nicolau, de origen catalán, difunden las marcas Montebello y Cruz Blanca. Aguascalientes contribuye a la excelencia de los vinos nacionales con el San Marcos y el Conde de Ayala. En todas las culturas antiguas el vino tuvo su Dios.

Los etrusco lo llamaron Fufluns, los egipcios Osiris, los sumerios le rendían culto bajo el halo de la diosa Gestin, los griegos cultivaron su devoción bajo el éxtasis de Dionisios y los romanos desbordándose con los excesos de Baco.

El vino, sí, el vino en México, cuyas primeros viñedos fueron plantados por orden de don Hernando Cortés y tras el éxito de los mismos despertó miedos y celos en la corte de Madrid, por lo que el rey Felipe II en 1595, setenta años después, prohibió su replantación, aunque fue desde México que se propagó el cultivo de la vid en el resto de América.

*Poeta y periodista andaluz.

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