Nacional

La literatura de la Revolución Mexicana

Por domingo 16 de octubre de 2011 Sin Comentarios

Por Horacio Valencia*

Era difícil para los soldados combatir en contra de Dios, porque
Él era invisible, invisible y presente, como una espesa capa de aire
sólido o de hielo transparente o de sed líquida.
José Revueltas

El siglo XX es un lapso histórico caracterizado por la efervescencia de ideas y pensamientos; es gracias a esta serie de transformaciones que el mundo logró revoluciones fundamentales que se tradujeron en cambios profundos. En México entre 1910 y 1920 se vivió un proceso caracterizado principalmente por revueltas armadas, reclamos sociales y disputas por el mando político. A este segmento nacional se le ha llamado Revolución Mexicana, celebrándose el 20 de noviembre de cada año. Remontándonos a la historia, la revolución inicia con el derrocamiento del gobierno de Porfirio Díaz. Luego de la caída del general y de la ascensión de Francisco Madero a la silla presidencial, las diversas fracciones revolucionarias gestaron con una serie de pugnas que derivaron en asesinatos políticos y sucesiones de poder.

Como todo proceso histórico, la Revolución Mexicana trajo consigo no sólo cambios en las esferas políticas y económicas, sino que abrió cauce en los diversos terrenos sociales. En el arte penetraron las temáticas revolucionaras: afloraron nuevas expresiones y formas de ver la realidad y la transición del país. Por ejemplo, en la pintura surge el muralismo representado por Rivera, Orozco y Siqueiros. En el campo de la música el corrido se consolida ineludiblemente como medio de transmisión de noticias, combates, hazañas o derrotas. Años más tarde, el cine proyecta incansablemente a los héroes y los villanos de la revolución: Pedro Armendáriz, María Félix, Pedro Infante, entre otros, caracterizaron a los personajes de las contiendas armadas, consolidando así, las figuras de la identidad mexicana. Se creó, a partir del triunfo revolucionario, una uniformidad de lo mexicano. Era importante definir una cultura propia que diera al país andamios sólidos en el proyecto nacional. Una de las plataformas más notables fue la campaña educativa de José Vasconcelos, que frente a la Secretaría de Educación Pública, desarrolló su idea del pueblo mestizo: Por mi raza hablará el espíritu.

En el terreno literario la Revolución Mexicana definió nuevas formas de contar la realidad social. Los escritores buscaron las correlaciones entre su obra y el medio socio-histórico en que les tocó participar. Algunos escritores vivieron de manera directa la pólvora y la sangre en los campos de batalla. El cuento y la novela fueron las formas narrativas que se desarrollaron como productos estéticos. La novela de la revolución tiene su antecedente concreto en la obra Los de Abajo (1915) del médico y escritor Mariano Azuela. No es sino hasta diez años después de su publicación que dicho libro fue reconocido ampliamente. Su valor radica en no haber escrito, común en la época, cuadros de costumbres o héroes exaltados, pero sí grupos humanos con problemáticas vitales y definidas. Por lo tanto, Los de Abajo abre camino a un nuevo realismo y una nueva forma de novelar las historias; marca la dirección literaria a otros escritores del continente americano. A partir de 1928 se adhieren a dicha corriente Martín Luis Guzmán con La sombra del caudillo (1929), José Rubén Romero con Desbandada, El pueblo inocente y Mi caballo, mi perro y mi rifle; las tres obras publicadas en 1936, Gregorio López y Fuentes con El indio (1935) y Arrieros (1937) y Rafael F. Muñoz con la biografía Francisco Villa (1923) y la novela ¡Vámonos con Pancho Villa! (1932). Por su parte, el cuento de la revolución ha sido poco estudiado, sin embargo, éste género no sólo es revolucionario por los temas, sino por las innovadoras formas de contar. Rompe con la tradición del modernismo de Nájera, Urbina o Nervo; el cuento de la revolución es consciente de las problemáticas sociales: el pueblo en medio de la miseria, el soldado en baños de sangre, el pelotón que estallaba en medio de las balas, el hambre presente en la mesa del campesino. Para contar su realidad, los cuentistas construyeron técnicas novedosas para plantear situaciones que requerían otros lenguajes y visiones sobre una existencia cambiante.

El 31 de diciembre de 1910 Ricardo Flores Magón publica en el número 18 de la revista Regeneración Dos revolucionarios, en el relato se expone la dicotomía de pensamientos entre un soldado viejo y un joven revolucionario. Magón, más que crear una obra literaria perfecta, toma de pretexto su escrito como un instrumento para movilizar el pensamiento y emancipar al pueblo del asfixiante sistema de gobierno. Pese a lo anterior, ya se gestaba la semilla del género. Entre 1910 a 1916 otra serie de autores publicaron anécdotas, ensayos, relatos y cuentos en relación a los hechos armados. Muy pocos son los que se ocupan del cuento entre 1916 a 1924. En 1925 se da un auge en relación al tema, se publican relatos en revistas, periódicos y libros. Pero no es hasta 1928 que el cuento se ve fortalecido logrando su más alta cumbre gracias a Rafael F. Muñoz con El feroz cabecilla (1928) y Martín Luis Guzmán con El águila y la serpiente (1928). Muchos fueron los nombres que fortalecieron el cuento revolucionario: Gerardo Murillo, Mariano Azuela, Francisco L. Urquizo, Francisco Rojas González, Lorenzo Turrent Rozas, Mauricio Magdaleno, entre otros. El gran logro de dicha literatura es que derivó en la construcción de obras narrativas modernas y con mayor complejidad expresiva; José Revueltas, Juan Rulfo o Rosario Castellanos fueron los herederos directos de una serie de sucesos, tanto políticos como culturales, que viraron el rumbo de las letras mexicanas. Para finalizar, es importante advertir que la Revolución Mexicana fue un acontecimiento histórico que generó su propia literatura con formas y temáticas perfectamente delimitadas; no se intentó escribir un modelo o una copia, sino representar el presente herido de un país en transición:

El indio quitó la olla del fuego y mientras agitaba el café, dijo con el tono de la más profunda amargura:

– ¿Y todo pa´ qué? Tanto correr y tanto susto y tanta hambre ¿pa´ qué? ¡Pa´ que mi coronel si ande pasiando en automóvil con una vieja que dice qu´es su mujer!

Removió las brasas con el mismo palo con que había meneado el café, y la luz viva de la hoguera iluminó nuestros rostros con una extraña claridad.

*Lic. En Literaturas Hispánicas. Maestro en Creación Literaria
por la Escuela de Letras de Madrid. Director del centro de creación y corrección
ALTAZOR: alta asesoría literaria y discursiva.

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