Nacional

Bibliotecas rodantes

Por domingo 3 de julio de 2011 Sin Comentarios

Por Juan Diego González*

Pulsé el botón de encendido de la computado­ra. Me acomodé en la silla de madera (no me gusta la silla giratoria de oficina) y cuando tuve acceso al internet, entré a revisar mi correo. Tenía como tres días sin abrirlo. Con carác­ter de urgente estaba en mi bandeja de entrada una propuesta de Federico Castillo para participar en el programa “Bibliotecas rodantes” y los teléfonos para comunicarme. En ese momento le hablé a su celular. Le dije que aceptaba. Federico me dijo que me ha­blaría al día siguiente para explicarme mejor.

“Biblioteca rodante” si bien no es un concepto nuevo en sí mismo, para el gobierno del estado de Sonora es una forma de impulsar la lectura y el arte entre niños y jóvenes, con el objetivo de ofrecer un desarrollo más integral, además de brindar la oportunidad a los parti­cipantes de tener más expectati­vas en sus vidas.

Este programa es una colabora­ción directa entre varias dependen­cias estatales como la Secretaría de Seguridad Pública, el Instituto Sonorense de Cultura a través de la Coordinación de Estatal de Biblio­tecas y las Direcciones de Cultura en los municipios, en este caso, de Ciudad Obregón. La biblioteca es una casa rodante adaptada con libreros y libros, varias computa­doras, guitarras, mesas y bancos, un cooler para mantener fresco el ambiente. La biblioteca se jala con un troca y se lleva por todo el esta­do. Federico Castillo, coordinador de bibliotecas, me explicó que se llevarán a las ciudades donde se presente problemas de violencia, con la idea provocar un cambio en los niños y jóvenes a través del arte, la cultura y la lectura. Se co­loca la biblioteca por un mes, se presenta un festival de despedida y a rodar a otro lugar.

En esta semana de junio que tengo de participar como tallerista he visto como los niños y los adul­tos de la populosa colonia “Machi López”, donde se instaló la biblio­teca rodante, están muy emocio­nados y contentos por tener algo diferente en su comunidad. En la pura esquina de Coahuila y Lirios, al merito límite sur de Cajeme, en medio de una canchita de futbol, todo es por la tarde, primero por­que los niños están en clases; se­gundo por el calorón que se ha dejado sentir en estos días (arriba de 43 grados). Hay sesiones de compu­tación, clases de pintura, clase de guitarra y el ta­ller que imparto denominado “En busca del tesoro perdido”, cuyo objetivo es el fomento a la lectura y la diversión con los libros. La biblioteca permanece abierta todo el día para dar servicio de lectura y con­sulta como cualquier otra biblioteca, además de los talleres vespertinos.

Mi taller es una plataforma de motivación para que los niños tengan un encuentro con los libros y las letras de una forma divertida y creativa. Se llama el tesoro perdido porque al participar, nos volvemos piratas que buscan un tesoro y el mapa para llegar a encontrarlo, son los libros. La imaginación es el mayor tesoro de una persona y la lectu­ra se vuelve una herramienta indispensable para acrecentar esa imaginación.

Primero nos presentamos todos diciendo los nombres. Luego presento el taller y sus reglas básicas: diversión, trabajo y respeto. Les explico los conceptos, sobre todo el tra­bajo y el respeto porque la diversión ya la traen. A la primera provocación se ríen con ganas, unos con los dientotes preciosos de elote y otros con la ventanita de algún diente robado por el ratón de los dientes.

Al ritmo de música (desde Mozart, Vivaldi o de Big Band) hacemos ejercicios, brinca­mos, relajamos el cuello, estiramos las piernas, para después entrar en secuencias de respiración para quedarnos quietos y tranquilos. Cuando les pido a los niños que cierren los ojos, primero se sorprenden y al intentarlo se ríen. Algunos se los cubren con una mano. Con los ojos cerrados, seguimos respirando y les pido concentrarse en los sonidos del ambiente: el viento entre las hojas de los árboles, el canto de los pájaros, el auto que va pasando, su propia respiración. Por unos segundos, se quedan en silencio absoluto y cuando aplaudo para indicar que abran los ojos, indistintamente se ríen, sorprendidos de ellos mismos y su capacidad de concentrarse Después de esto, empezamos con la lectura, así como si nos lanzáramos a una piscina… No, mejor di­cho a la poesía… Sí, nos aventamos un clavado en la poesía de Jaime Sabines y su maravilloso poema “La Luna”… “La luna se puede tomar a cucharadas o como una cápsula cada dos horas… Pon una hoja tier­na de luna debajo tu almohada y miraras lo que quie­ras ver”. Cuando los niños terminan la lectura, les hago preguntas sobre el texto. Cada respuesta más o menos interesante vale un dulce de premio. Todos los niños levantan su manita y quieren contestar.

Con música de cámara del inconmensurable Mo­zart como fondo, los niños imaginan, crean, colorean y se divierten. La poesía hace su magia y el tesoro de los piratas es encontrado en medio de un tarde alegre y diferente. Los pequeños descubrieron que aprender es divertido, que la imaginación es un transporte y que los libros están llenos de sorpresas.

Geovana Ruano, encargada de vinculación de la Se­cretaría de Seguridad Pública estuvo supervisando los trabajos de todos los instructores. Estaba muy conten­ta- la sonrisa era evidente- porque en una lugar estaban niños con guitarras; en otras mesas, un nutrido grupo trabajaba con acuarela y el maestro daba instruccio­nes; en la biblioteca rodante no cabían los niños en las computadoras y la cola para entrar era larga, muy larga. De pronto, el remolque biblioteca parecía un gigantesco dragón. De sus fauces salían bocanadas de libros, conocimiento, imaginación y diversión.

Me despedí de los niños, quienes guardaban con mucho cuidado su poema de Sabines y me regalaban una tremenda sonrisa “Mañana nos vemos Juan Die­go”. Les devolví la sonrisa con mucho entusiasmo.

En esta época del año, la luna se puede ver antes de que el sol se ponga. Me sorprendí mirando una cuchara gigante que se acercaba a luna, la cual re­posaba deliciosa en un cono de nieve. Y furtivamente la cuchara pellizcaba pedazos de luna. Mañana leere­mos a Federico García Lorca, Amado Nervo y Antonio Machado. El tesoro sigue en los libros y los niños es­tán dispuestos a buscarlo.

*Docente y escritor sonorense

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