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Un misionero checoeslovaco en Mocorito 1767

Por domingo 27 de febrero de 2011 Un comentario

Por Gilberto J. López Alanís*

Concebimos la ruta de las misiones jesuitas en Sinaloa, como un recorrido histórico que propi­ció un cambio humanista, en la perspectiva de la presencia española en el norte de la Nueva España. Tratamos de superar la única y limitada visión sobre los restos arqueológicos, en cambio, nos pronunciamos por la trascendencia cultural del trabajo misional, que superó la visión evangelizante que se hace sobre el tra­bajo de la Compañía de Jesús en esos 176 años de pre­sencia transformadora en nuestra entidad.

La ruta de las misiones jesuitas, va más allá de los restos deteriorados de las parroquias, sojuzgamientos indígenas e intrigas palaciegas entre el papado y los monarcas españoles. El tema da y dará para muchas colaboraciones en este sentido, hoy quiero abordar someramente, la figura del padre Francisco de Hlawa, expulsado de la misión de San Miguel de Mocorito, en 1767. Fue natural de la hermosa ciudad de Praga, capi­tal de Checoeslovaquia, dicen una de las ciudades más bellas de Europa, nacido en el año de 1725, misionando entre los pimas, grupo indígena de fuerte presencia en lo que hoy es la alta Sonora y parte de Chihuahua.

Su trabajo en los últimos tiempos jesuíticos en el noroeste mexicano fue difícil, la modernidad borbóni­ca venía atizando cambios administrativos en el reino español, priorizando la explotación acelerada de los fundos mineros, con una creciente fuerza de la milicia provincial, se buscó concentrar mano de obra indíge­na en la extracción de oro y plata, enfrentándose con ello a la práctica misional que tuvo en la ganadería y la agricultura su principal base productiva, desarrollando por las características de estas mercancías un mercado interno de carácter regional.

Estas reformas estratégicas del siglo XVIII aplica­das en las provincias norteñas, tuvieron como base las intendencias y su política militar, con lo cual se desa­rrollaron mecanismos de violencia fronteriza que afec­taron radicalmente a los nativos, así, se les arrebató el uso del arco y la flecha, se les indujo al alcoholismo, se les impuso la compra de armamento defectuoso, con ingreso limitado a la oficialidad, se les arrebataron las mejores tierras y la violencia específica sobre algunos grupos alcanzó dimensiones terroríficas, al tratar de arrebatarles el uso de la lengua nativa. Las reformas borbónicas buscaron generara mano de obra gratuita o de escaso precio para beneficio de militares y mineros, sin emoción humana, sin proyecto concertado y social de vida.

Así llegó Francisco de Hlawa a la misión de San Mi­guel de Mocorito, después de 16 años entre los pimas y creyendo huir de aquellas maldades cayó en otras, ya que al ser expulsado, integró un conjunto de pa­dres jesuitas que iniciaron como rehenes y criminales, un largo recorrido desde sus misiones, pasando por el puerto de Guaymas hasta San Blas, para de ahí viajar hasta Guadalajara, luego a la ciudad de México, para de ahí ser trasladados a Veracruz y esperar un tiempo más de sufrimientos y hacer la travesía trasatlántica, para por fin radicarse en algún país de Europa, que no fuera España.

Solo para ilustrar la rudeza de este viaje baste decir que de Tepic a Guadalajara murieron veinte sacerdotes jesuitas, desde españoles, alemanes, polacos, italia­nos, franceses, mexicanos y de otras nacionalidades. Recordamos que en la misión de San Miguel de Moco­rito, se habló y escribió en polaco, se soñó en el paisaje de aquella tierra y los naturales del valle del Evora, su­pieron de otras influencias culturales.

*Director del Archivo Histórico General
del Estado de Sinaloa.

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