Nacional

Los Bojórquez: las amarras sanguíneas del poeta Abigael

Por domingo 13 de febrero de 2011 Sin Comentarios

Por Luis Alvarez Beltrán*

El papá de mi padre se llamaba Ra­món Bojórquez y a la vez su papá se llamaba también Ramón Bojórquez, nuestro bisabuelo. La historia dice que tenía su casa enfrente del Templo de Pueblo Viejo y fue la casa que ocuparon los filibusteros norteamericanos cuando quisieron invadir Caborca en 1857. El in­dio que lanzó las flechas para quemar la pólvora enemiga conocía la casa porque trabajaba con la familia. Por eso pudo quemar el cuarto con la séptima flecha”, cuenta doña Amanda Bojórquez, prima hermana de la madre del poeta cabor­quense Abigael Bohórquez.

La septuagenaria mujer, hija del Ca­borca viejo, de calles polvorientas y de casas de adobe, el Caborca de antes del ferrocarril, establece la relación sanguí­nea suya y del poeta con ese capítulo cla­ve de la historia del pueblo y luego, con algo de añoranza, casi hablando para sí misma, dice “El 10 de febrero de este año mi esposo Lencho (ya difunto) y yo esta­ríamos cumpliendo 50 años de casados”.

“Abigael era un niño solitario, ence­rrado. Antes, por la moral de aquellos años, era muy mal visto que una mujer saliera embarazada sin estar casada. Quizás doña Dolores, la madre de Sofía (Bojórquez García, madre de Abigael), siempre resguardó a su hija y al niño Abigael del resto de la sociedad para evitarles las habladurías, para que no los criticaran. Porque nunca salía, siem­pre estaba en su casa”. Recuerda doña Amanda B. Viuda de Mendívil.

“Mi padre se llamaba Gonzalo Bojór-quez, hijo de Ramón Bojórquez, y sus her­manos eran Bernardo, Federico, Loren­zo, Ramón y el abuelo de Abigael que se llamaba Ángel, padre de Sofía Bojórquez García. Mi padre y sus hermanos tenían unas milpitas, sembraban trigo que des­pués le vendían al Molino Harinero San Carlos. En eso trabajaban todos, los más favorecidos también tenían vaquitas”, re­memora como si lo estuviera viendo.

“La casa donde Abigael nació es por la avenida G. entre las calles Cuarta y Quinta, que era la casa de sus abuelos y donde siempre vivió Sofía con su hijo. La maestra Esther Soto Bojórquez, era a la vez nuestra tía y fue la que enseñó a Abi­gael el mundo de las letras y el arte. Ella vivió por la calle Quinta casi esquina con avenida H.”

“Nunca supimos quien fue el padre de Abigael, todavía estos últimos años entre las hermanas y primas nos pre­guntamos quién era su papá y nadie sabe nada. Nunca le dijeron a nadie.” Con total sinceridad confiesa la sencilla vecina caborquense.

“Varios de mis tíos, tres de ellos, vendieron propiedades, tierritas, casas, y se fueron a vivir a San Luis Río Colo­rado, Abigael también se fue para allá, y su mamá Sofía. Después también se la llevó a México (Estado de México), donde murió y fue enterrada. No supi­mos de qué murió la mamá de Abigael. Él quería algún día traerse a su mamá a Caborca, pero esa ilusión nunca se le cumplió puesto que él también murió… muy pobre, todo un poeta, y murió en la pobreza”, platica doña Amanda acerca de aquel fatal diciembre del 95.

“Abigael volvió a Caborca un par de veces, una de ellas con una maestra o investigadora, venían a recopilar datos so­bre su vida aquí. Lo vimos, nos reunimos en casa de mi hermana, le daba mucho gusto vernos, saludarnos. Le gustaba su pueblo y el desierto. En otra ocasión vino y fuimos al Rancho de mi cuñado Dolores Canastillo, esposo de mi hermana Ignacia Bojórquez, ahí pasamos todo un sábado, mataron una vaca para hacer carne asa­da y fue un ambiente de alegría familiar todo el día”.

“Dicen que desde muy chico ya era así, amanerado, afeminado” reflexiona la señora Amanda. Algún psicoanalista ex­plicaría mil cuestiones acerca de la infan­cia de Abigael Bojórquez; pero me pongo a pensar en el claustro del poeta en su ni­ñez, de lo que su mente en ebullición fue capaz de crear a partir de una circunstan­ciada soledad, de una condición de pro­lífico silencio, de mordazas de afecto, de la elusión contra los señalamientos, de la letra escarlata que le marcó la frente con la “p” de poeta que era ya de por sí estig­ma demasiado. Y pensar que cuando la sopesó en su espalda, en su costado, en su rostro, en su cuerpo todo, él mismo levantó su cruz y la cargó orgulloso en nombre de los suyos. Y así escribió, entre miles de estrofas que adornaron las pági­nas doradas de la obra mexicana.

*Novelista y economista. Caborca

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