Estatal

Ayer, igual que hoy, pero muy mejorado

Por domingo 16 de enero de 2011 Sin Comentarios

Tomado del periódico Noroeste

Por Adrián García Cortés*

16 de septiembre de 1910. Colocación de La primera piedra del inmueble, en acto solemne conmemorativo de las fies­tas del Centenario’. Diccionario Difocur 2002. P 221.

Para los críticos consuetudinarios de las obras inaugu­radas sin terminar, vayan estos hermosos y elocuentes párrafos sobre el mercado Garmendia:

“Cuando ingresaron los primeros comerciantes al Gar­mendia, éste no estaba en condiciones de albergar a ningún vendedor por las siguientes razones: faltaba construcción de locales, no tenía cubiertos los tragaluces; las ventanas de los cuatro costados no estaban al descubierto, los baños eran le­trinas pestilentes y nauseabundos por todas partes; no exis­tía luz eléctrica y cuando la hubo apenas eran dos pequeños focos que más bien parecían luciérnagas; el piso era de tierra, el cual necesitaba regarse diariamente con agua del río. En época de lluvia, aquello era un verdadero chiquero…”

94 años después, la historia se repite

Es una descripción tomada del libro de Benjamín Luna Lujano titulado “Papas y Cebollas, Mercados Municipales” editado por La Crónica de Culiacán. Según el cronista, esto ocurrió en junio de 1916, por lo que se deduce que el mercado nunca fue inaugurado y que una nueva ocupación ocurrió 94 años des­pués, finales del centenario de la Revolución Mexicana, con rasgos y similitudes para recordar.

Gracias al empeño de los locatarios de este legendario mercado del Centro Histórico de Culiacán, con el supuesto apoyo de los gobiernos federal, estatal y municipal, se hizo una remodelación de su interior con ánimo modernizador; pero la prisa política por inaugurar lo que nunca se había in­augurado, permitió que la ocupación parcial se hiciera, como antaño, sin terminar.

La diferencia de ayer a hoy, es que si bien estaba la mitad de los puestos interiores sin terminar –sin agua, ni alumbra­do eléctrico, ni pisos, ni drenaje–, la otra mitad lucía esplén­dida: no había pisos de tierra lodosos, sino mosaicos lucien­tes; deslumbraban las luces, aunque los techos de los puestos ocultaban la gran bóveda del edificio y carecía de baños. Las calles del entorno tampoco estaban terminadas.

País de primeras piedras ¡no cambia, no cambia!

Pero el edificio fue inaugurado un siglo después de haberse colocado la primera piedra; una de las tantas piedras que ha­brían de colocarse para las fiestas del primer centenario de la Revolución, precisamente el último día hábil del año de 2010 que terminaba, y último acto político, también de una administración pública estatal y municipal que concluían su periodo gubernamental.

El acto se efectuó en un tramo de la calle Rubí, casi esquina con Ángel Flores, frente al costado oriente del emblemático edificio, a media cuadra, sobre la misma calle de Rubí, donde los locatarios expendían bajo carpas y toldos improvisados sus pollos, sus pescados, sus carnes y muchos, muchos comestibles, expuestos a todo tipo de polvos, bichos y alimañas nocivas.

Pero no hay que extrañarse de ello. En México, y más en Sinaloa, ya es costumbre inaugurar obras sin terminar, sin que nadie se inmute. Lo importante es que se sepa que allí, amenizada la concurrencia con la tradicional tambora y re­gocijada con los bailadores espontáneos del “Sinaloense”, al­gún día habrá una obra terminada, “aunque pasen los años”. Y ese rito se cumplió, o debía cumplirse, porque si de algo pueden ufanarse los locatarios, es que su mercado nunca ni nunca será terminado.

Oportunidad centenaria de celebrar el centenario

Sabido es que Luis Felipe Molina Rodríguez, el arquitecto que diseñó el Garmendia, siendo presidente municipal puso la pri­mera piedra del mercado en 1910. La oportunidad de conme­morar su centenario era ahora, en el 2010, que a la tradición mexicana de celebrar las primeras piedras, tenía que hacerse una inauguración aunque fuese el último día del año. Y a par­tir de ahora, el mercado contará su historia de centenas en centenas, como cada año todos celebramos la Independen­cia, la Revolución, la Constitución, la Democracia… cuando empiezan, y no cuando se consuman.

Inaugurado así el mercado, faltaba bautizarlo o reafirmar su nombre en la pila onomástica. Desde su inicio fue siempre el mercado –un tiempo se le llamó el parián–, y no fue sino hasta 1918, siendo gobernador Ramón F. Iturbe, cuando se le empezó a citar en las actas de cabildo como mercado Gar­mendia, en mérito a sus servicios a la Revolución.

Gustavo Garmendia, ingeniero militar, tuvo el arrojo de eliminar al coronel Jiménez Riveroll durante la aprehensión de Madero en Palacio Nacional. Durante la Decena Trágica fue jefe de la policía de la ciudad de México. Consumada la usurpación de Huerta, se afilió al constitucionalismo de Ca­rranza, y el 12 de noviembre 1913 murió desangrado por una bala en la pierna durante la toma de Culiacán.

¿Fue Iturbe quien le dio nombre al Garmendia?

No se ha encontrado, hasta ahora, ningún testimonio oficial que ratifique el nombramiento del mercado; pero reconocido por su correligionario Iturbe, fue seguramente éste quien le impuso el nombre de Garmendia al mercado.

En la misma ocasión del acto inaugural centenario del pasado diciembre, tuve la satisfacción de recibir, de parte de los locatarios, un reconocimiento a mi oficio de cronista dedi­cado a la memoria culiacanense. Con mi gratitud en el alma, entonces quise decirles lo que ahora les digo:

“Quizás lo más importante sea, en esta inauguración cen­tenaria, la toma de conciencia de que lo pasado, con sus aza­res y venturas, se convierta en el presente en una lección de vida que, además de asegurar la identidad, le dé a las nuevas generaciones la fortaleza para engrandecer lo que sus ances­tros han logrado.

“No es ocioso recordar que hoy los hijos, mañana los nie­tos, tienen en sus manos un quehacer de fecundas realizacio­nes en su beneficio y de la colectividad del entorno. Orgullo habrá de ser que ese antiguo galerón de techos altos, que aún reclama una proyección artística, fue obra cabal de los pro­pios locatarios, y de cómo lograron empatar las tendencias de dos administraciones municipales que con mucho denue­do asumieron el compromiso de hacer realidad la remodela­ción”.

*Cronista de Culiacán

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