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Armando Jiménez, el pícaro de la crónica

Por domingo 18 de julio de 2010 Sin Comentarios

Por Adrián García Cortés*

Ciudadano que vivía en la calle de su nombre, del que los vecinos pidieron a la autoridad que lo borrara por ser un señor muy grosero en sus escritos. Ingeniero arquitecto egresado del Instituto Politécnico Nacional muy adicto al deporte amateur para el que pregonaba que en cada barrio se hicieran las instalaciones adecuadas y no las enormes construcciones para el llamado deporte profesional como gran negocio de ficción. Por supuesto, nadie le hizo caso. Señor que se codeaba con ex presidentes de la República y les servía de guía en sus recorridos por los barrios bajos de la ciudad de México, a la que recorrió a pie durante más de 25 años.

TODO EMPEZÓ A LOS 18 AÑOS TRAS LO CAMIONES

Curioso impertinente que desde los 18 años con cámara en brazo y libreta a mano iba tras los camiones, pelados y albureros para recogerles sus dichos y costumbres, para luego escribirlos en un fichero que al tiempo se convertiría en un libro de PICARDÍA MEXICANA.

Frustrado arquitecto e innovador de instalaciones deportivas, se convirtió en el cronista del pueblo más leído de todos los tiempos, con más de 150 ediciones y cuatro millones de ejemplares, suficientes para abandonar toda intención deportiva idealizada y dedicarse a recoger y escribir lo que Gonzalo de Berceo en el siglo XIII decía: “Quiero fer una prosa en román paladino en el que suele fablar el povo a su vecino”, o sea, en el habla popular de su tiempo.

Émulo del PERIQUILLO SARNIENTO (José Joaquín Fernández de Lizardi), al que suplió con “El Gallito Inglés”, primero fue censurado, luego prohibido, y más tarde acuciado por el presidente Adolfo López Mateos, quien lo apoyó y conminó a que diera a conocer su obra para regocijo de los mexicanos.

ESE FUE ARMANDO JIMÉNEZ, EL CRONISTA DE LA PICARESCA

Este fue Armando Jiménez Farías, quien a los 92 años abatido por un cáncer en la garganta abandonó este mundo en la casa de sus hijos en Tuxtla Gutiérrez, capital del Estado de Chiapas, el pasado 2 de julio. Su obra máxima: “PICARDÍA MEXICANA”, dechado de vicios y maldades, pero también de un alma folclórica de cantinas, antros, salones de baila, calles y plazuelas, fue acompañada de otras 16 obras que suman 614 ediciones y 112 millones de ejemplares. Yo lo conocí por los años cincuentas, cuando edité por varios años la REVISTA CIUDAD dedicada al urbanismo reciente en México. Aún bregaba por su ambición como arquitecto socializado del Politécnico para la generación de instalaciones deportivas cercanas a cada núcleo urbano y desechaba el imperio económico de los grandes estadios de suculentos rendimientos.

UN TIEMPO URBANISTA DEL DEPORTE Y EL BIENESTAR

Fue, incluso, colaborador asiduo de mi revista (julio 1955) donde él preconizaba “Que todo barrio de habitación disponga en delante de la superficie necesaria para el desarrollo racional de los juegos de niños y adolescentes”. Superficie concebida, si bien para la recreación, también para la convivencia y el esparcimiento colectivo en aras de una sociedad armónicamente organizada.

En entrevista del periódico Reforma (Oscar Cid de León, 03.07.10) Elsa, una de las hijas de Armando, comentó: “Nació en 1917 en Piedras Negras, Coahuila. Muy chico llegó a vivir a la ciudad de México donde estudió la carrera de arquitecto en el IPN. La ciudad de México fue su vida. Desde pequeño llegó a vivir allí: desde hace cinco años apenas se vino a Chiapas.

Le daba mucho orgullo la ciudad de México. La consideraba una gran ciudad, por su cultura. Le disgustaba que se fueran perdiendo sitios mientras ganaba espacio la modernidad”. “Últimamente, una de sus pasiones era el cine –contó su hija. Cada noche solía ver películas. Entre sus preferidas estaban El Acorazado Potemkim, La Vida es bella y El Cartero. Pedía que se las pusiéramos varias veces. Las disfrutaba mucho. Ya hasta nos las sabíamos de memoria”.

LÓPEZ MATEOS, EL GALÁN, LO IMPULSÓ POR LA PICARESCA

Lo más notable de la obra de Armando, ahora referido a la picaresca política, fue su encuentro con López Mateos en 1966, que el mismo refirió a LA JORNADA: “El presidente me tenía una envidia feroz porque hacía más de 20 años de no poder concurrir a esos sitios, por su alta investidura. Pero me prometió, y cumplió, que al cabo de una semana de que dejara el poder se dejaría crecer la barba y el bigote, usaría anteojos oscuros y ropa vieja y luego me acompañaría a todos esos sitios”. Y efectivamente, según dice la nota de LA JORNADA, ese año de 1966 visitaron la pulquería La Hija de los Apaches, en la que López Mateos tomó “y repitió de todos los curados, y quería seguir”, luego fueron a la cantina El Nivel, donde “preguntó por las bebidas y sus combinaciones típicas”.

A partir de entonces, Armando, ya en calidad de cronista afiliado a la asociación que entonces se formó, organizó giras turísticas para acaudalados y pránganas, a las que se afiliaron algunos expresidentes o familiares de éstos, a los que él mismo les contaba historias de cada antro que visitaban y les recitaba albures, refranes, piropos y rimas de borrachos, actividad que le divertía mucho y que, junto con sus regalías de las reiteradas ediciones, le permitían vivir con holgura.

Y a partir de entonces, Armando, ya en calidad de cronista afiliado a la asociación que entonces se formó, organizó giras turísticas para acaudalados y pránganas, a las que se afiliaron algunos expresidentes o familiares de éstos, a los que él mismo les contaba historias de cada antro que visitaban y les recitaba albures, refranes, piropos y rimas de borrachos, actividad que le divertía mucho y que, junto con sus regalías de las reiteradas ediciones, le permitían vivir con holgura. Lo más divertido de todo, empero, fue la visita al Salón México donde, según Armando, López Mateos fracasó rotundamente de galán porque al acercarse a una muchacha le dijo: “hermosa sílfide, lucero de la mañana, descendiente directa de la diosa Psícore”, todo lo cual la piropeada no entendió y “lo mandó al carajo”.

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