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Orozco I: La Casa del llanto y México en Guerra

Por domingo 4 de julio de 2010 Sin Comentarios

Por Arturo Camacho*

Pintura y verdad, es el nombre de la exposición anto­lógica del pintor José Clemente Orozco que se exhibe en 20 salas del Instituto Cultural Cabañas hasta el 30 de julio, sin duda es una oportunidad única para estudiar, conocer y disfrutar la obra de uno de los pintores más im­portantes del siglo XX, su recorrido requiere de un mínimo de tres horas así como de haber comido y haber dormido lo suficiente para no andar bostezando ni con sinfonías esto­macales por lo que recomiendo hacerlo en varias visitas.

En principio no hay que dejar de ver las series “Casa del llanto” y “México en Guerra”, que a decir de los especialis­tas son piedra de toque para la Iconografía mexicana, son pinturas basadas en un trazo emotivo y preciso. “La casa del llanto” fue parte de la primera exposición individual del artista realizada en septiembre de 1916, de esta serie que según la maestra Raquel Tibol estaba integrada por 26 pie­zas podemos ver en la muestra antológica diez. Hay que ver detenidamente “La buscona” único óleo de la serie en donde se observan algunos elementos de lo que será el es­tilo del artista, su trazo sencillo y contundente para carac­terizar personajes.

Es visible también en estas acuarelas una ruptura definitiva con la pintura académica y su convencionalismo, el pincel es utilizado emocional y simbólicamente, su intención es captar atmósferas y sentimientos, la rapiña propiciada por la carestía de la guerra civil está presente en Despojo en donde tres hetairas le roban la cartera y los botines a un cliente; hay ironía en baile de pepenches en donde tres parejas parecen balancearse al ritmo de una mazurca, sin ninguna postura moral consigue plasmar, picardía y rasgos de ternura de estos personajes del burdel, son prueba de su aguda observación y de un dibujo de trazo rápido; según el poeta José Juan Tablada su “pincelada sutil y prodigiosa” está a la altura de un Utamaro o un Toulusse Loutrec.

En esta misma sala puede divertirse con las satíricas caricaturas realizadas para diarios capitalinos de la época, llama mi atención su actitud despiadada para con el demó­crata Francisco I. Madero y su hermano Gustavo al que rei­teradamente trata de corrupto.

Otra sala que hay que visitar es “México en Guerra”, 20 tintas realizadas en Nueva York entre 1926 y 1928 con el tema de la Revolución, en las que el pintor ha plasmado un poderoso documento artístico que como todo gran arte es vigente; Anita Brenner y el Dr. Atl han acertado en sus co­mentarios: intensidad de expresión, unión de la grandiosi­dad de sus frescos y concisión del dibujo. Como Rembrandt y otros grandes maestros ha sabido utilizar la tinta para en un pequeño espacio construir volumen, planos y expresión con el uso intenso del color negro o la gradación mesura­da de grises, en su composición se aprecia una distribución clásica de grupos el trazo de figuras es simple y deja las manchas para la expresión dramática.

En El ahorcado consigue una simplicidad apabullante por el alto muro negro que exalta la figura que exangüe cuelga de un poste telegráfico; ese muro de lamentaciones está presente en Guerra, donde la casa ahumada se presen­ta como prolongación de las mujeres que velan un cadáver; en retaguardia un pelotón camina de espaldas cansado, pintar a la mayoría de los personajes en esta actitud es una intención con la que el artista manifiesta un silencioso ho menaje a esa masa anónima que peleó en la revolución, es un poema visual y épico a “la bola” que se incorpora a las filas revolucionarias porque si se quedaba le iba ir peor. Una ex­cepción respecto a dibujar rostros es En los cerros, en el que dos mujeres afligidas abrazan a sus hijos mientras la desola­ción del paisaje es telón de fondo del éxodo provocado por la guerra civil.

Por la dinámica de su composición, el balance de sus for­mas arquitectónicas y su fuerza plástica anuncian los elemen­tos característicos de su obra mural. Renato González Mello escribió que esta serie, no se realizó durante el movimiento armado de 1910 y que la visión derrotista que prevalece en los dibujos se debe a que el artista estaba en un “autoexilio” neoyorkino después de haber sido truncado su trabajo mural en San Ildefonso y cuando Diego Rivera se apropiaba del movimiento pictórico muralista con burdos recursos de pro­paganda, es por ello que Orozco pinta a una revolución vista de lejos.

Revolución en México sobrepasa la crónica, su poderoso trazo en que combina geometría y volumen, así como su ma­nejo magistral de negros y grises consiguen una obra artística insuperable que dialoga con pinturas y dibujos de los pintores contemporáneos europeos; su economía de líneas y su fuerza expresiva son un excelente ejemplo de los caminos seguidos por la vanguardia internacional. Sin duda la serie es uno de los más lúcidos testimonios de la lucha armada de 1910. Orozco se ha adelantado a su tiempo haciendo del dibujo un lenguaje pictórico, un producto artístico inspirado en la barbarie de la guerra civil.

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