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El Traslado de los restos de Hidalgo y Morelos

Por domingo 6 de junio de 2010 Sin Comentarios

Por Gilberto J. López Alanís*

En la agenda del gobierno federal sobre el Bicentenario y el Centenario se realizó a finales de mayo, con el protocolo requerido, el traslado de los restos de los héroes de la Independencia Nacional, del monumento del Ángela (si Ángela) de la Independencia a El Castillo de Chapultepec, para después según se informó, ser exhibidos en Palacio Nacional.

Este traslado removió intereses históricos que no pudieron soslayarse; se coló la información sobre la existencia de algunas falsedades; se refrendó la autenticidad de los restos de Miguel Hidalgo y se cuestionaron los de José María Morelos, por la jerarquía católica, la cual además mostró su inconformidad por no ser invitada a tan significado evento, aduciendo que la mayor parte de los héroes implicados fueron sacerdotes.

Este reclamo de participar en un acto del Estado Laico, es pertinente, La Iglesia Católica como institución histórica en el proceso social de la formación de la República no debe ser negada en la inserción en los festejos del Bicentenario y el Centenario lo cual debiera hacerse apegándose a lo que marca el precepto constitucional de la Ley de Cultos.

El contraste histórico es evidente, cuando Hidalgo es fusilado en Chihuhua en el año de 1811, junto con otros de los partícipes en la Revolución Independiente, se ordena su decapitación y traslado de restos a la Alhóndiga de Granaditas para ser exhibidas sus cabezas como escarnio público. Hoy las cabezas de los héroes son trasladadas y depositadas en un recinto de magnífica trascendencia para veneración pública.

No cabe duda, el tiempo tiene sus contextos, hace dos siglos, la misma iglesia que hoy los reclama los condenó a la excomunión y degrado, atentando contra su individualidad, llegando a la tortura inquisitorial y hoy Hidalgo y Morelos considerados como los más significativos héroes de la patria son reclamados como hijos de una madre que los despreció.

El héroe concentra en su cauda y brillo voluntades trascendentes, en este caso, ante la
imposibilidad de negarlos, lo mejor es sumarse a su halo protector y participar, aunque sea en forma imperiosa y a regañadientes. Bueno fuera que la propia Iglesia Católica y Apostólica Mexicana estuviera más activa en los festejos del Bicentenario, para conocer otras facetas de estas efemérides, para elevar la discusión y descubrir otras motivaciones que los círculos académicos y de políticos no pueden visualizar, porque no hay que olvidar que incluso hasta en las cartas constitucionales de nuestra inicial formación republicana la religión católica tuvo exclusiva, imperiosa y única presencia.

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