Nacional

LA RUTINA…

Por domingo 6 de abril de 2014 Sin Comentarios

Por Miguel Ángel Avilés*

Uno piensa que los días serán como se planearon, pero no siempre es así. Esto es bueno porque la rutina a veces mata; el día de ayer, por ejemplo, alisté todo para hoy y le hablé por teléfono a cada uno con quienes me vería. La jornada anuncia ser ardua. Durante la mañana andaré de un lugar a otro sin parar. Por la tarde dos desesperadas cincuentonas me firmarán la demanda de un juicio intestamentario a bienes de su madre y aparte tengo que preparar a un par de pendejos que me traerán como testigos  los padres de ese menor que de nuevo hizo de las suyas. A  la hora de la comida, sale bien,  me veré con Max, ese pinchi rufián de mierda que parece que ahora si me pagará.

Este último me ha citado en el café de siempre donde hemos platicado por horas y horas hasta el hartazgo y donde se vio con su esposa por última vez  antes de que esta  se largara para siempre con sus hijos y lo dejará solo en aquel departamento.

Tú estabas en casa puntualmente: Tantito mas y me encuentras en fachas. Terminé de hacer los ravioles, preparé una ensalada verde, puse a enfriar el vino y corrí a bañarme para esperarte como merecía la ocasión.

Escuché el timbre, rocié mi cuerpo con esa loción que me regalaste y entusiasmado, bajé para abrir la puerta. Ahí estabas con ese vestido rojo, recostada en la pared, con tus ojos bien abiertos como asombrada. Lo más rápido que pude te tomé en los brazos y te subí en peso hasta la recamara que había preparado sin descuidar ningún detalle.

Te deposité en la cama y mi cuerpo comenzó a temblar como la primera vez que hicimos el amor. No podía concebir que estuvieras ahí entera, mirándome fijamente sin parpadear, como si de pronto se te hubiera hecho un nudo en la garganta y no pudieras hablar.

El autor de esto se fue por lo más práctico; en tu cuello color violeta resaltaba un borde como si un pincel hubiera trazado un boceto. Estabas con tus brazos rígidos y tus labios se comenzaban a oscurecer.

“Esta noche será inolvidable” me dejaste dicho en la contestadora. “A las 8 estoy ahí” remataste con malicia. A partir de ese momento hice mis planes. Cancelé dos citas que tenía agendadas para la tarde y me fui al centro comercial a comprar todo para la cena.

Creo que es una descortesía de mi parte cenar yo solo sin que tú estés ahí junto a mí, uno cerca del otro, sentados a la mesa, como otras veces.

Debo de apagar el aire, tu cuerpo está frio y esa piel ardiente ahora se está poniendo rígida. Debo salir. Sé que no es de caballeros dejarte sola pero debo irme.

A esta hora creo que ninguna ruta estará disponible. Los microbuses no deberían de parar nunca. Pero bueno, un taxi me dejará más rápido en la terminal. Bien dicen que Dios sabe lo que hace.

La madrugada está fresca. Eso es lo malo de salir de prisa: se olvida todo. Debí traerme ese saco negro pero ya qué.

“Salidas al sur” dice en la ventanilla y a la muchacha le pido un boleto al azar para una ciudad que apenas conozco. “En diez minutos nos vamos” dice el chofer de corbata. Voy al baño, regreso a la fonda  de la terminal y compro un café con mucha azúcar. El café quita el frio y el dulce tranquiliza.

Hubiera preferido no hacerlo pero a estas alturas nadie aceptará explicaciones. Pinchi gente de mierda. Tomo un trago de café y esa tibia dulzura me recuerda sus labios. Besaba como nadie. Nuestras bocas siempre se deseaban. Todo parecía interminable.

¿Por que tenía que hacer eso?.  Todas las mujeres son insaciables. Él siempre lo dijo: “las mujeres son insaciables y lo dan todo”. Yo nomás lo escuchaba y con una sonrisa fingida le festejaba su fanfarronería haber si así me pagaba. Esa vez que nos vimos en el café de siempre fue más allá. Tomó su celular y lo puso sobre la mesa. La mujer gozaba intensamente. Él la cabalgaba frente a ese espejo grande. Tenía sus labios encendidos y una mirada extraviada. El amor enloquece, te vuelve un animal. Por un buen rato una bestia la sigue a todas partes. Su piel se le pone de gallina, se ondula, sus manos se aprisionan de esas otras manos, luego las va soltando y entrega el cuerpo con un suspiro que en un rato se apaga.

Ese idiota lo supo hacer muy bien, pero yo no quería unas pruebas así. Ya sé cómo me puedes pagar, le dije. Le di una fotografía y las señas del lugar donde la podía encontrar. Todo fue una coincidencia: supongo que él llegó después de que recibí ese recado en la contestadora y en unos minutos saldó la deuda que tenía conmigo.

Este autobús no arranca. Pinchi chofer de mierda. Como si yo tuviera su tiempo. Será mejor buscar uno que se dirija al norte. A veces pensamos que lo tenemos todo planeado pero no es así. Yo pensé que disfrutaríamos esa rica cena y después arderíamos hasta el amanecer. Eso creí cuando terminé de hacer esa ensalada y me subí a ponerme a tono como merecía la ocasión.

Los días nunca son como se planearon. Esto es bueno porque la rutina a veces mata. A veces solamente.

*Lic. en Derecho, escritor y premio del libro Sonoroese

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