Nacional

José Emilio Pacheco en Hermosillo

Por domingo 2 de febrero de 2014 Sin Comentarios

Por Miguel Angel Avilés*
Para Mario Arturo Ramos y aquel inicio de una perdurable amistad.

Jose-Emilio-PachecoCuando llega la muerte, pese a todo, hay que mirar por la ventana, desde ese cuarto oscuro, porque afuera, resplandeciente, estará una luz infinita, como legado de una vida que se vivió alimentada de palabras para alcanzar la trascendencia. Por eso, hoy que te sé muerto, José Emilio, quiero verte desde aquí, dando una nueva batalla donde también vencerás porque nadie habrá de morir, menos tú, si prevalece el recuerdo, ese caballo incansable donde ha de cabalgar: TU ETERNIDAD.

Aquí la voz se quiebra y el espanto de tanta soledad llena los días porque, en esa línea exacta de Pellicer viene a mi memoria la vez, guardada para siempre, que anduviste en estas calles ardientes de Hermosillo, ese 2006 para que bien merecido se te rindiera tributo dentro del XI Encuentro Hispanoamericano de Escritores “Horas de junio”, que se realizó del 31 de mayo al 3 de junio de ese año.

Días antes aquí en esta tierra de fuego, donde según decía Monsiváis, luego de resentir ese doble sol que aquí habita en esos meses, que no hay habitantes sino mártires, se había apagado otra voz, nunca para siempre, como era la de Alonso Vidal Balbastro, el mismo, según cuenta Raúl Acevedo Savín, jefe de esas horas de Junio, que dudaba que José Emilio, estaría en este evento como había empeñado su palabra, esa a la que en toda su vida amorosamente le fue fiel. Al respecto, el Jeff Durango, no sin dolor, anecdotiza: “en el año 2006, JEP vino por primera y única vez a Sonora… el poeta Alonso Vidal escribió una columna donde comentó que JEP no estaría en Sonora, porque en ese tiempo era muy difícil que saliera incluso en la misma ciudad de México. Le hablé por teléfono a Alonso para decirle que yo creía en la palabra de JEP, pues me había asegurado que participaría en el Encuentro de Escritores en Hermosillo. Alonso siguió diciéndome que no me creía: Alonso nunca supo que JEP sí estuvo en Hermosillo, pues falleció dos días antes que iniciara el Tributo que ese año le rendimos a tan entrañable y excelente intelectual mexicano. En Horas de Junio, estamos de luto…”

El que esto escribe, se suma a esa consternación y a guisa de testigo, trae a la memoria esa tarde en que el Jeff, a través del desaparecido Messenger, como si me mandara un telegrama desde su corazón, me dice lacónico: “Murió Alonso”. Yo me asombro y le hago preguntas estúpidas de las que sólo arroja la consternación y pregunto después sobre detalles del evento, ese que estaba por comenzar y que se engalanaba con la presencia de José Emilio Pacheco. El encuentro daría inicio en la Sociedad Sonorense de Historia, en el centro de la ciudad, hasta donde, luego de una, dos, tres mesas de lectura, llegaría a paso lento y encorvado, el gran poeta, el que ahora fallecido, se inmortaliza en vida eterna con su obra.

Pobre de mí si acaso remotamente el gran maestro me hubiera leído pues estaría contradiciendo lo dicho por él aquel 21 de abril de 2010 cuando deja una serie de objetos en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes para que se abran 100 años después en 2110: “Lo dejo para que quien abra esto en cien años sepa quién fui, porque no creo que nadie recuerde mi obra.” Esta frase, lo que dice y como la dice, es la proyección de un hombre que, pese a la apariencia que denotaba esa noche en Hermosillo, bastó escucharlo para conocer y reconocer su jovialidad, su elocuencia, su sentido del humor, su aparente solemnidad que en cada intervención llamaba a la risa y la reflexión en la voz de quien lo sabe todo. Ante el auditorio lleno y con más de 45 grados de temperatura, además de recibir el reconocimiento, al poeta se le nombró ciudadano distinguido de la ciudad, por lo que dijo sentirse muy contento, pero a su modo, acotó que el reconocimiento es de los lectores por seguir leyendo su obra en el siglo XXI.

“Yo no creo que el reconocimiento sea mérito mío, sino de ustedes que han recreado esos textos que escribí hace más de 25 años… cuando escribí ‘Las batallas en el desierto’ pensé que sólo lo leerían cinco personas”, comentó un Pacheco humilde, en aparente seriedad, pero con una picardía vigorosa hasta ese momento desconocida por muchos de los presentes. Vestido con un pantalón obscuro y una camisa de manga larga en color gris con diminutos cuadros grises, y unas gafas como las de un invidente pero que todo lo ve, incluso el desamor a su patria y su fulgor abstracto, inasible.

Con ese estilo y refiriéndose al Premio del Príncipe de Asturias de las Letras, JEP(como solía firmar su columna Inventario en el semanario Proceso), comentó que desconocía el haber estado dentro de los favoritos, sin embargo se sintió alagado por el haber sido tomado en cuenta. “Como cambian las cosas de país en país, si yo fuera norteamericano, yo pondría en mi currículum: ‘fue finalista del Premio Cervantes’, ‘fue finalista del Premio Asturias’ y aquí es la ignominia decir que fue finalista, es como decir que fue un mediocre”, dijo el poeta, también autor de la novela El Principio del Placer. Con voz reposada, decía como paradoja, que había tenido muy buena suerte con los premios, pero a su vez mala, en el sentido que le han dado premios que no tienen trayectoria, tal como sucedió con el Premio García Lorca, en el 2005, que apenas se han entregado dos premios desde el 2004.

“Luego salen diciendo que son premios de mafias, siempre ganan los mismo, pero el Premio García Lorca, la gente que me propuso, fueron jóvenes poetas de Granada, que nunca los había conocido, porque el problema de los premios es que es un juego de influencias. Yo lo siento como si hubiera comprado un billete de la Lotería Nacional, y me sacara el premio, pero yo les juro, eso sí, que no he hecho nada para obtener un premio, es pura generosidad, y me tiene sorprendido lo que me ha pasado en Hermosillo señaló con un dejo de ironía.

Esa noche José Emilio Pacheco fue testigo de la formación del Parlamento Hispanoamericano de Escritores, ese que buscaba que poetas y narradores queden asegurados al llegar a la vejez, y de cual se ha vuelto a saber poco. Esa noche también, acompañado de su amigo y siempre cálido José Luis Martínez probó el sabor Sonorense, degustando con fervor unos tacos en la Cenaduría “Don Chuy”, en unas de esas mesas que cada Junio, en el mismo lugar y con la misma gente, nos despiertan el recuerdo. El maestro se marcharía al día siguiente, pero se dio su tiempo para departir con la concurrencia que con devoción y respeto, llevaba a la practica el tributo dedicado a este personaje. Hoy, desde este suelo que pisaste, habremos de parafrasearte y decir. “El arte ha muerto. Su fantasma está más vivo que nunca”. José Emilio Pacheco, pero su obra y su legado están más vivos que nunca.

*Lic. en Derecho, escritor y Premio del Libro Sonorense

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