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Cuento De Primavera

Por domingo 7 de abril de 2013 Sin Comentarios

Por Alberto Ángel “El Cuervo”*

Cuento-De-Primavera¿Diez años… Quince…? Aquella tarde, ya hacía mucho que había dejado de contar el tiempo… Dejó de contarlo cuando de pronto se convenció que jamás volvería… Cuando creyó entender bien a bien sus palabras… ¡Ya…! le había dicho una y otra vez, ya ocúpate de ti, ya no sigas, ya… Y lentamente se fue escurriendo su ausencia en el alma y la piel… Lentamente dejaron sus caricias de doler tanto… Lentamente se fue volviendo aire su mirada y su recuerdo… Hasta que intentó convencerse que “No tiene caso… Entiende… Es solamente tu corazón el que desgasta las horas evocándola… Ella amanece cada día en otro paisaje, en otra emoción que nada tiene que ver contigo… Es solamente tu obsesión la que mantiene la esperanza… Una esperanza inútil que sólo es tuya, una esperanza que no es ni remotamente la de ella… Es solamente tu obsesión, nada más… Nada más…” Aquella tarde, había tenido muchas señales… Así las llamaba ella, señales… En realidad no eran más que cotidianeidades que en su desesperación intentaba volver mágicamente agoreras… Como la esfera… ¿Qué sería de aquella esfera? Seguramente la había tirado… Cuando se la entregó, fueron derramadas las promesas de conservarla siempre… “Si alguna vez me extrañas, toca la esfera y evócame… Ahí estaré contigo…” “Así lo haré, porque esta esfera está cargada de ti, de tu amor y tu presencia, así lo haré…” Seguramente la había tirado… Después de todo, estaba rota… Ligeramente, pero rota al fin… Frágil… Como todas las esferas, frágil… Como la vida, frágil… Como el amor… Como ella… Ella era muy frágil, extremadamente frágil a fuerza de ser tan sensible… En eso eran idénticos, definitivamente lo eran… Ambos eran capaces de llorar en escena no porque así lo exigiera el personaje sino porque no podían evitar sentir… Ambos eran capaces de culminar en el llanto franco durante la magia orgásmica desbordada… Ambos eran capaces de desprenderse de todo con tal de ayudar a suavizar el llanto de un niño… Eran frágiles… Muy frágiles… Como la esfera… Por eso su necesidad de escudarse con esa coraza de granito y acero… Esa coraza con la que solía protegerse y que había quedado expuesta muchas veces en el instante sublime del amar, cuando el amar y el llanto se hacen uno… Era como si de pronto sus lágrimas deslavaran el granito que utilizaba para volverse impenetrable y quedara así, sin protección alguna, en plena desnudez de espíritu ante él y… Eso daba miedo, mucho miedo… Cuando alguien es capaz de diluir en un beso sólo, en un sólo beso una coraza tan grande y tan fuerte que ha permanecido tanto tiempo siendo tan efectiva como escudo, es momento de sentir pavor, es cuando te conviertes en un niño desvalido… Tú, que pensabas que podías arremeter contra el mundo entero sin que nada pudiera sacarte de esa cueva protectora… Por eso, cuando él había roto el hechizo con su beso, su caricia, su palabra, su canto, su trazo… Ella había sentido tanto miedo… “Es que tú me vas a traicionar… Sé que me vas a traicionar” “De dónde sacas eso, de dónde… Jamás lo haría, jamás…” “Sí, mi intuición no miente, jamás me he equivocado, jamás…” Y nada la habría convencido de nada más… Era lógico pues que hubiera tirado la esfera… Sí, seguramente la había tirado… Y ¿por qué…? ¿Por qué no podía pensar que la conservara…? ¿Acaso no seguía guardando él aquel pañuelito facial con sus lágrimas…? ¿No era ahora su turno de defenderse pensando que solamente él sentía, que solamente él había amado, que solamente él recordaba y la evocaba con tanto amor durante las tardes de melancólica ausencia…? Eso era egoísta y vanidoso… ¿Acaso en su egocentrismo pensaba que solamente él era capaz de amar así…? “Sabes muy bien que no se deja de amar cuando se ama…” Eso le había dicho en el albor de la despedida… Y ahora, en este principio de primavera, volvía a extrañarla como aquel primer instante del beso del adiós… Pensó acudir a las pirámides en busca de la energía que el equinoccio derrama… Eso cuentan… Pensó buscar en alguna canción el paliativo a su recuerdo doloroso… La música, finalmente, es por antonomasia la dulcificación de la nostalgia extrema… Eso cuentan… Y finalmente, dejando que sus pasos al azar le guiaran, había llegado ese domingo a aquella esquina… La esquina que desde aquella vez de aquella otra tarde, aquellos labios suyos aquel entonces, le hicieran percibir el recorrido del amor por todos los sentires y todos los pensares… Aquí me encuentras siempre, había dicho… “Aquí estoy cuando quiero pensar tranquila mientras como una pizza o una pasta y una copa de vino… Me gusta venir en domingo porque casi no hay nadie y así puedo encontrarme conmigo misma un momento y reposar todas las angustias que quedan sobre la espalda en días normales…” Ahí se habían despedido en un abrazo y un beso en la mejilla dado que las miradas vigilaban el adiós… Pero esa despedida fue percibida como incompleta, de tal manera que cuando él partía, se encontraron las miradas nuevamente en esa complicidad total solamente para que al dar la vuelta, ella se acercara cuando él detenía la camioneta sabiendo que era menester despedirse de otra manera… Y después de haberlo besado breve y delicioso, las palabras que ahora resonaban como un eco de campanas de iglesia de domingo: “…No podías irte así… No era posible que te dejara ir sin el beso…” Tal vez por todo ello, pensó, me trajeron los pasos hasta aquí… Lo pensó al darse cuenta del sitio al que lo habían guiado consciente o inconscientemente sus andares…

—¿Cuántas personas, señor…?

—Dos… Es decir, yo, una nada más…

—¿Le gusta esta…?

—No, deme aquella del fondo por favor…

Desde ahí podría observar la llegada de aquellos que, como ella, buscaban la tranquilidad del domingo en La Condesa… Tal vez era el único día que la tranquilidad invadía la zona… El único… Sacó un cuaderno… Veneciano… “¿Veneciano, es veneciano? Wowwww ¡Está bellísimo…! Hasta la piel se siente suavecito y la calidad de encuadernación es maravillosa” “Sí, es encuadernación a la escuela antigua, a mano, yo mismo asistí al taller donde los encuadernan” “No conozco Venecia… Debe ser bello…” “Un día iremos… Y a París…” “¡Wowww, París… ¿iremos a la Torre Eiffel?” “Por supuesto… Y a muchos sitios más… Sólo que ahí no te me vayas a adelantar mucho buscando esferas, porque ahí sí te me pierdes… Mejor de la mano buscamos una esfera parisina…” Y entre la remembranza y nuevas cavilaciones que evocaban su bella presencia como intentando regresar en el tiempo (como aquella película, principio de la magia) dejó correr el trazo garabateando algunas figuras en el cuaderno veneciano… Ya no estaba, pero siempre estaba con él… Ya no estaba y no podía dejar de mirarla… A cualquier lado donde volviera la vista le parecía adivinar su figura caminando de prisa, como escapando… Y cada vez que pensaba haberla visto, sentía en sus piernas el impulso de salir corriendo a alcanzarla…

—¿Qué le voy a servir al señor…?

—Una hawaiana… Y una esfera…

—¿Perdón…?

—No se preocupe, perdóneme usted jajaja, es una broma personal…

—Enseguida, señor… Y ¿de tomar, puedo ofrecerle algo?

—Présteme su carta de vinos por favor…

Después de pedir una botella de uva carmenere, se levantó para ir a lavarse las manos… El restaurante estaba prácticamente solo, de tal manera que dejó incluso abierto el cuaderno en esa misma página donde había escorzado apenas algo que intentaba emular aquella esfera que tanta magia había traído a sus vidas alguna vez… Mirándose al espejo, pensaba en lo que hacía ya mucho tiempo le decía su padre: “El tiempo transcurre más aprisa después de cierta edad…” tal vez su padre lo hubiera escuchado de su abuelo y su abuelo de su propio padre… Era una frase que se escuchaba con un sabor añejo, como si tuviera ese cuidado del reposo con el que los viejos guardan y sacan de su escondite los tesoros más preciados para mostrar a los nietos… Como aquellos roperos que se antojaban enormes y con el paso del tiempo iban empequeñeciendo a medida que se pasaba de la infancia a la adolescencia para llegar a la adultez cuando los muebles gigantes de los abuelos dejaban de hacerse más pequeños cada vez… Tomó el agua fría del grifo entre las manos y la llevó a la cara… Como un juego, llevaba las manos hacia atrás en el rostro intentando hacer desaparecer las batallas que el tiempo convirtiera en arrugas en los párpados… Jalaba y soltaba el rostro… Así varias veces hasta que una pequeña risa le hizo pensar que, como decía aquel viejo tango: Contra el destino, no se batalla… Después de buscar inútilmente un secador de aire, tomó contrariado una hoja de papel… ¿No sabían acaso que por cada hoja de papel muere un árbol? ¡carajo, cuánta inconciencia…! Regresa al espejo y con los dedos intenta acomodar el cabello… No habiendo podido quedar conforme, abandonó la labor del peinado y se dirigió a su mesa donde ya lo esperaba una pizza, una copa y su cuaderno… A punto de llamar al mesero para protestarle que había servido el vino sin que lo probara antes, se dio cuenta que en la copa, había huella de sus labios, indudablemente eran sus labios… Mismo color, misma forma e inclus mismo aroma del labial… Instintivamente recorrió el lugar para encontrarla sin resultado… Pensaba en esa magia que siempre se daba con ella, cuando volviendo al cuaderno para reanudar el trazo, pudo leer junto al dibujo incipiente de la esfera en escorzo, en esa letra inconfundible de su bella caligrafía: Perdone… ¿Podría decirme dónde compró su esfera?

En esa intensa evocación que intenta recobrar los días…

*Cantante, compositor y escritor.

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