Nacional

El alcalde de Lagos

Por domingo 11 de septiembre de 2011 Un comentario

(parte I)

Por Álvaro Delgado*

Ocurrió en Lagos hace más de dos siglos, pero pudo ocurrir –y de hecho ocurre– en otros lugares de la República Mexicana y del mundo: Un espontáneo alcalde, aparentemente ingenuo, que muy solemnemente ejerce su autoridad con gran capacidad para generar involuntarios disparates y barbaridades.

Se llamó Diego Romero y en la literatura mexicana se conoce como El Alcalde de Lagos, de la entonces villa de Santa María de los Lagos, que luego se denominó –como hasta ahora—Lagos de Moreno, Jalisco, tierra de escritores de la talla de Mariano Azuela, padre de la novela de la Revolución; José Rosas Moreno, el mayor fabulista de México, y Carlos González Peña, erudito y académico de la Lengua, sólo por mencionar tres.

“¿Quién que guste de la buena literatura de autores mexicanos desconoce o, por lo menos, no ha tenido referencias ocasionales de aquel alcalde laguense, a veces surrealista, en otras absurdo, inagotable fuente anecdótica?”, pregunta Víctor Hugo Lomelí en la cuarta de forros del libro El alcalde de Lagos y otras consejas, de Alfonso de Alba, el escritor que, en 1957, recogió en ese libro las tonterías atribuidas a don Diego Romero.

El lúcido crítico literario Emanuel Carballo escribió, en 1997, que las patrañas atribuidas al alcalde “presentan a los habitantes de Lagos como seres incapaces de raciocinio, crédulos, engreídos con lo que es y significa su ciudad, una de las más prósperas entre las del estado de Jalisco,” y que “son, por una parte, producto del resentimiento y, por la otra, penitencia contra un pecado mortal, la soberbia”.

Entre las consejas atribuidas a don Diego, de las que aquí daremos cuenta, se encuentran aquella que narra que un nopal creció en la cornisa del primer cuerpo de la torre derecha de la parroquia y tomó una decisión: construir un gran andamio de madera por el que subiese un buey a devorar la cactácea.

Y otra: Después de largos años de trabajo, los laguenses inauguraron su puente. Ese día se descubrió una placa: “Este puente decía se hizo en Lagos y se pasa por arriba”.

De la pluma de Alfonso de Alba, quien también gustó de la política y fue secretario de Gobierno cuando el gobernador de Jalisco fue el también escritor Agustín Yáñez, transcribo por ahora tres consejas:

PANADERÍA DE PAN

La nomenclatura de las calles ha sido siempre un problema urbano. En la naciente villa don Diego se propuso atacarlo. Y como había confusiones lamentables sobre todo lo referente a los nombres de las tiendas, dispuso que todos los negocios aclararan, mediante un letrero en la fachada, la especialidad de la tienda y el nombre del propietario.

El primero en obedecer fue el dueño de un cajón de lencería y miscelánea. Hizo pintar este rótulo: La Aurora de Leobino Jordán. Se venden listones de todos los colores y también verdes.

En una vinatería muy visitada, en la esquina de la Plaza del Hueso (local que hoy ocupa La Mensajera) se vendían, además, menudo, vísceras y guisadas menudencias para botana de los asiduos al copeo. Y el letrero que mandaron poner por una calle decía La Vida. Más abajo este rótulo explicativo que no cupo en un solo muro: Se vende hasta el ano, y a la vuelta, checer.

Días después don Diego citó al dueño de la panadería La Espiga Dorada y le impuso una multa de cuatro reales por no acatar debidamente la disposición. Abajo del nombre del establecimiento se leía Panadería de Pan. A don Diego causó verdadera indignación que el propietario hiciera mofa de su autoridad. Cómo éste alegara, que no decía de esa manera, el alcalde se trasladó a la panadería. El negocio estaba ubicado en la esquina de las calles Real y del Panteón. Efectivamente, en la primera se leía Panadería de Pan, y en la segunda, taleón Gómez.

Querella que terminó armoniosamente con el envío de don Diego de una canasta de fruta de horno.

DOS ORDENANZAS POR BANDO

A todos los moradores de la villa sorprendió este bando, según aviso que se dio al público por la voz de un pregonero: “Orden del señor alcalde: desde hoy, el que tenga puercos que los amarre y el que no que no”.

¡El que tenga puercos que los amarre y el que no que no! ¿Qué secreto entrañaba tan absurda disposición? Alguien pensó que tenía su origen en el descuido de algunos vecinos que permitían que sus animales domésticos –burros, cerdos, gallinas—pastaran y picotearan a ciencia y paciencia de todo mundo en el solar dispuesto para la Plaza de Armas, frente a las casas Consistoriales. Al principio todos acataron la disposición y tiempo después advirtieron que en ese caso don Diego había dado una orden que bien podría ser catalogada entre los más luminosos principios de derecho.

El ordenamiento obedecía a que se habían avecindado en Lagos gentes que tenían la imprudente costumbre de amarrar a los cerdos… ¡pero sólo a los ajenos!

En otra ocasión don Diego hizo conocer a los habitantes que las casas que se alquilaran debían tener, en parte visible, la oferta y el precio.

En una casa de bajos soportales, junto al convento de Pobres capuchinas, apareció, ante los sorprendidos laguenses este letrero: Esta casa se renta en 15 reales; si regatean mucho en 13, último precio 10.

JOYO JUERA

Las abundantes aguas lustrales que empaparon la cabeza del buen alcalde no lograron ningún reblandecimiento de los límites internos de su tozudez.

A pocos días, en una de sus frecuentes inspecciones al estado general del adelanto urbano, encontró un gran hoyo que obstruía el paso entre el atrio parroquial y lo que más tarde sería la Plaza de armas.

Hizo amplia consideración sobre las dificultades que traía aparejado el acarreo de escombro desde las afueras. Entonces ordenó que se hiciera otro hoyo, a estimulante distancia, cuya tierra sirviera para atestar el primero… y así se cavaron ocho hasta llegar al río.

Este ingenuo y desconcertante procedimiento –que por paradójico que parezca nada tiene de extraordinario, pues estamos acostumbrados a algunas obras públicas que parten del centro hacia fuera y no a la inversa—ha valido a todo aquello que nace en Lagos el sonoro y vistoso mote de “joyo juera”…

*Periodista.

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