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DEL ORGANISMO AL SIGNIFICANTE

Por lunes 30 de noviembre de 2020 Sin Comentarios

VERÓNICA HERNÁNDEZ JACOBO

Desde el momento en que entramos al baño del lenguaje el organismo biológico deja de ser un cacho de carne y este organismo adquiere un cuerpo, con este cuerpo nos llega una tensión constante, la lengua y lo biológico son como agua y aceite cada uno inscribe su parcela real.

El cuerpo se transforma en boca que habla, y eso hablante que le viene del Otro lo constituye, lo deletrea. En un tiempo se planteó el síntoma como acontecimiento del cuerpo, o bien solo se goza del cuerpo, el cuerpo aparece como un enigma o bien como una pared donde el narcisismo choca y se resquebraja.

Pareciera que el cuerpo goza independientemente de mí, y usa la fantasmática de cada sujeto para tal fin, Freud de hecho hablo del cuerpo en tanto conversivo en las histéricas, ellas sufrían de contorsiones y ataques histéricos, hoy diríamos a la luz de Lacan que es una forma muy específica de goce, el cuerpo es un condensador de goce, no somos un cuerpo tenemos un cuerpo, es un cuerpo de ficciones, pedazos cortados al ideal narcisista y esto nunca satisface, o pocas veces se está a resguardo con el cuerpo que portamos.

El significante deja marcas en el cuerpo, y lo sexual en tanto goce imposible de satisfacer coloca al sujeto en un constante sufrimiento, salvándose con el síntoma, pero aun así no deja de gozar. En el niño el cuerpo se presenta como condición de goce para efectuar en ese mapa lo polimorfo por excelencia, ahí el goce por un desliz perverso interpela al cuerpo y lo somete a fijaciones que en su repetir dejan una estela pulsional que agujerea al cuerpo.

Parece entonces que lo real sea lo que eso sea, produce en el cuerpo angustia, fobia, goces distintos que anormalizan a los sujetos, por ahí no es posible hablar de salud mental. La psicología prefiere acuerparse en el determinismo biológico, aun hoy concibe el cuerpo como un amasijo de carne orgánica, desalojando el efecto de la lengua sobre el cuerpo y desconociendo el parlêtre que da vida al sujeto, en la orientación lacaniana hablamos incluso del síntoma como un cuerpo extraño, invasivo, cuerpo parasitado por el significante. Cuando Freud descubre la sexualidad infantil, el niño recuperaba goce al retener sus heces fecales, forzando el cuerpo, esta repetición avergonzaba a la madre, la colocaba en una situación difícil al ver que su hijo se perdía en la senda de la perversión al valorar tan gratificantemente sus heces fecales, su hace pipí, las erecciones del infans y todo eso es para la madre enloquecedor.

En el cuerpo se instala el goce de la vida, pero también la muerte como su nadir, de ahí que el sujeto no deje de angustiarse, aunque se menciona que en lo inconsciente según Freud no existe la representación de la muerte, eso hace creernos un prejuicio de la inmortalidad, consuelo de tontos, ya que la muerte es lo más seguro para el sujeto hablante tal vez no para las otras especies.

El problema del parlêtre a diferencia de los demás animales, es siempre un asunto de los cuerpos, la delgadez, la obesidad, los cortes en cirugía, todo esto afecta al sujeto, las operaciones estéticas, el quitarse y ponerse labios para Freud era algo delirante, cuanto debe de sufrir una mujer para seguir existiendo para el goce del otro, goce del cuerpo que ese otro no completa, “me habría gustado escribirte acerca de la teoría sexual, pues tengo algo entre manos que me parece admisible y que se confirma en la práctica; pero sigo perplejo ante lo femenino, y eso me induce a desconfiar de todo el asunto” (Sigmund Freud, carta a W. Fliess 5 de noviembre de 1899).

Lo femenino es una piedra de tropiezo con respecto al cuerpo, pues lo que ella confecciona la coloca en una insatisfacción difícil de colmar, de ahí que la ciencia se topa con el cuerpo y prefiere reducirlo a una suerte de retazos de pedazos, cachos de carne sobre lo cual opera con la técnica y el fármaco, organismo muy alejado del cuerpo freudiano que aquí se expone.

Doctora en Educación

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