Estatal

De la normalidad sospechosa.

Por domingo 15 de octubre de 2017 Sin Comentarios

Por: FAUSTINO LÓPEZ OSUNA

A la luz de recientes acontecimientos monstruosos, como la última masacre en Norteamérica por parte de un tal Stephan Paddock, concretamente en Las Vegas, que han impactado a la opinión pública mundial, inevitablemente volvemos una y otra vez a la noción de normalidad.

El investigador, periodista y columnista Ernesto Hernández Norzagaray en uno de sus últimos interesantes trabajos, ubica a Paddock como un ser normal, condición en la que se incubó en él a un tremendo sicópata asesino, que mató calculadamente, con la frialdad y el placer de los depredadores, a sus víctimas. Con la diferencia de que éstos lo hacen impulsivamente para satisfacer su hambre, mientras que el norteamericano, abominable, no lo hizo para comérselas. Es como si un cazador “humano” va a la selva a puro matar sin recoger ni uno de los cientos de animales cazados. Éste, el gringo, utilizó un arma que percute 800 cartuchos por minuto y lo hizo contra toda una aglomeración humana pacífica, desarmada, reunida para un concierto de música country.

Norma, apunta el diccionario, es “regla general sobre el modo de comportarse o de hacer algo, o por la que se rige la mayoría de las personas”. Normal: “conforme a la regla, a la norma”. Tras estas definiciones empieza la anormalidad. Es de subrayarse que, al conformarse las ciencias modernas, la más tardía fue la Psicología, que es la que estudia la actividad psíquica, siendo la psique el “conjunto de las funciones sensitivas, afectivas y mentales de un individuo”.

Partiendo de la base de que el mundo interior de una persona es el reflejo del mundo exterior y toda su vida, su vida individual y social, transcurre en esa permanente interacción, ¿qué factores afectan el equilibrio mental de las personas, excluyéndolas como singularidades de la sociedad? Tradicionalmente, la religión contribuye a “equilibrar” a los desajustados y detrás de la bondad difundida, para obligarlos a que no pequen, se recurre al miedo al castigo del pecado, generando un pavoroso sentimiento de culpa en los fieles sometidos al dogma. (Cuando fallan hasta las excomuniones, hacen lo que Moisés, según William Faulkner, en su “Desciende Moisés”: descuartizaba, a la vista de la tribu, a los infractores de sus órdenes. Cualquier parecido con la Santa Inquisición, es pura coincidencia). Si la educación pública o laica (que no es eclesiástica ni religiosa) contribuye otro tanto en la “formación” de valores cívicos de los educandos, en un momento del proceso educativo se adquiere la conciencia de que se pueden desacatar todas las reglas sociales, como la de etiqueta, por ejemplo, sin consecuencia alguna, pero no la norma legal, pues es la única por la que se aplican sanciones económicas y pérdida de la libertad. Cuidado con esa.

Vivimos, entonces, en un mundo de normalizados por el pánico al castigo, pero, por los resultados como el de Paddock, tal normalidad es digna de toda sospecha y obliga a la pregunta: ¿qué sucede en la psique de alguien que va descubriendo que la moral es como un invento de los poderosos para someter a los débiles del planeta? ¿Desencanto? ¿Compulsión para convertirse en un asesino en serie? ¿Qué le acontece cuando cae en cuenta que algunos importantes ejemplos para la humanidad fueron inventados a conveniencia? ¿Por qué jamás se ha detenido nadie a recapacitar que desde que empezaron a haber reglas en las antiguas civilizaciones, hasta nuestros días, todas apuntan a someter al individuo, supuestamente por el bien general? La ONU lo hace sobre las naciones y cada nación sobre sus habitantes. Y cada día que pasa aumentan constituciones, decretos, reglamentos, etc., con ese fin. ¿Cuándo llegará el día que se considere que los seres humanos arribaron por fin a la casi perfección y todas las naciones de la tierra empiecen a derogar todas las leyes que se inventaron para mantenerlo de por vida preso física y mentalmente? Pero llegamos de nuevo al punto en que se debatió aquello de que el hombre era malo por naturaleza, sobreviniendo la contra tesis que sostuvo que la cosa era al revés: que el hombre era bueno por naturaleza y que la sociedad era la que lo volvía malo.

Pero más allá de Soren Kierkegaard, que convirtió la angustia en la experiencia fundamental del hombre, sirviendo su pensamiento de base al existencialismo; más allá de la ontología (parte de la filosofía que estudia el ser y su existencia general), la interrogante es: ¿qué explicación tendrá la sed de sangre de las bestias, bautizadas y educadas en nuestras exitosas democracias? Octavio Paz, en ´Conjunciones y disyunciones´, asienta que al oriental le es imposible imaginar al Ser, del mismo modo que a los occidentales nos es imposible imaginar la Nada. ¿Será que los asesinos ya están aprendiendo a ver la nada a través de una inconmensurable fisura de un átomo de su cerebro, disolviéndoles el sentido de todo? (¿Antimateria?) ¿Será esa la explicación a la aterrorizante conducta de Stephan Paddock? Por ahora, mientras el único fin del sistema siga siendo el lucro y no cambie a fondo el adoctrinamiento base de la educación actual, ¿cuántos Paddock más nos están esperando a la vuelta de la esquina del tiempo? ¿Cuántos Hitler y Trump más?

*Economista y compositor.

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