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RECORDANDO EL OTRO SISMO

Por sábado 30 de septiembre de 2017 Sin Comentarios

recordando el otro sismo

Por: Faustino López Osuna

Hay un dicho popular que dice que no puede caer un rayo dos veces en el mismo sitio. Pienso que eso sea tal vez cierto, con excepción de los pararrayos, pues estos son construidos por el hombre con ese fin, para atraerlos y que no afecten al menos las viviendas de la comunidad: descargan en el suelo la electricidad de los rayos, brindando protección sobre sus efectos. Desde niño, los recuerdo en las iglesias. Ahí está uno en la de mi pueblo, desde hace 162 años, sobre la torre, del lado oriente, colgando de él un grueso alambrón, no sé de qué material, que se hunde pegado a los cimientos, en el atrio.

Con este rudimentario conocimiento de la imposibilidad de que caigan dos veces los rayos donde mismo, vivía convencido de que con los terremotos sucedía lo mismo. Pero estaba equivocado. La Naturaleza, en un proceso infinito de miles de millones de años del Universo, comprendida la Tierra, no solamente produjo o provocó en el último siglo el segundo cataclismo en la ciudad de México, en la misma fecha, 32 años exactos después del de 1985. Cualquiera podrá decir que en ese lapso sucedieron otros tantos terremotos, de menor o diversa intensidad. Pero todos esos fueron más bien oscilatorios, sin provocar mayores daños, y los señalados fueron, también, con mayor o menor grado, trepidatorios (trepidar, agitarse algo con movimientos rápidos y repentinos), que son los que provocan el desplome de los edificios (perder una construcción la posición vertical), abatiéndolos. Lo mismo podrá decirse que fueron distintos los epicentros. Pero ambos sucedieron el mismo día del mismo mes.

Mientras la Tierra sea un planeta vivo, se puede seguir argumentando que la ciudad de México no tiene escapatoria de tales acontecimientos, por estar asentada sobre un eje volcánico y, por ello, más expuesta a las repercusiones de las fallas geológicas (fractura de una capa, acompañada de un desplazamiento vertical, oblicuo u horizontal de los bloques), submarinas o continentales. En el país, el eje volcánico forma un semicírculo del noroeste al este del mismo, cruzando el altiplano, desde el volcán de Colima, con una ramificación en el Ceboruco en Nayarit, el Paricutín en Michoacán, el nevado de Toluca en el Estado de México (de momento olvido el nombre del volcán extinto sobre el que se asienta la ciudad de México en su parte sur, cuya tefrita (roca volcánica) se extiende bajo Ciudad Universitaria), el Iztaccíhuatl y el Popocatépetl en México y Puebla, La Malinche en Tlaxcala y Puebla y el Pico de Orizaba en Veracruz. Algunos, todavía hoy, en eterna actividad eruptiva. En ese espacio cósmico terrestre vivimos y habitamos los mexicanos.

Haciendo una analogía del planeta con la de un organismo vivo, sobrevivimos a los espasmos y estornudos telúricos planetarios. Las definiciones lo precisan. Hábitat: Conjunto de factores geográficos relativos a la residencia del ser humano: hábitat rural; hábitat urbano. Conjunto de condiciones relativas a la vivienda. Telúrico: Relativo a la Tierra. Sísmico: movimientos telúricos. Planeta telúrico: Planeta denso y pequeño cuyo prototipo es la Tierra. (También lo son Mercurio, Venus y Marte). En la ignorancia, se duda de la pequeñez de nuestro mundo: su diámetro ecuatorial mide aproximadamente 12 756 km, y su diámetro polar 12 713 km. Científicamente, la datación de la edad de la Tierra se estima en 4 600 millones de años.

Regresando a nuestra dimensión, ante la imposibilidad de prevenir fenómenos naturales como los terremotos y al no poder relacionar los efectos con sus causas, los seres humanos suelen refugiarse en pensamientos mágicos y buscan, como se hacía en el mundo antiguo, explicaciones hasta parapsicológicas o paranormales a los mismos, en tanto que, hasta el diccionario, para definir lo paranormal, apunta: “Se dice del fenómeno cuyas causas, inexplicables desde el estado actual del conocimiento, se deben a fuerzas desconocidas de la naturaleza de origen psíquico (percepción extrasensorial, psicoquinesia, etc.)”

Y entonces se hace una mezcla de efectos sin causa, de reacciones sin acción y se vuelve la mirada a fenómenos que ocurren únicamente en la sociedad, fatales, como los de la naturaleza y, como éstos, no menos incomprensibles. Dejando a un lado lo que representa septiembre para el pueblo mexicano (el inicio, en 1810, de la gesta y, en 1821, la proclamación de la Independencia nacional); descartando los hechos de impacto mundial que representaron el derrocamiento y muerte del presidente chileno Salvador Allende y el ataque a las Torres Gemelas norteamericanas igualmente en un septiembre, ¿qué hecho histórico pudo ocurrir en este señalado mes, que impactó como un terremoto el destino del pueblo de México? Lo único rescatable digno de una Oda o de una Epopeya, por su dimensión y por lo que representó para la soberanía nacional y la libertad de pensamiento, fue el rompimiento de relaciones diplomáticas con El Vaticano, hace 123 septiembres. (Prolegómeno de la laicidad republicana conquistada por la nación desde los días de la Constitución de 1857). Siete años después del sismo de 1985, se restablecieron las relaciones. Si en 2017 sumamos los 25 años de que fueron restablecidas en 1992 y los 7 años que sucedieron después del sismo de 1985, nos dan los 32 años que transcurrieron, igualmente, de sismo a sismo. ¿Otra coincidencia? Parece que la Tierra también recordó el otro de 1869. Si no se equivocó Pitágoras, claro.

A mí me tocó la experiencia del temblor de 1985, viviendo en un departamento prestado por Jesús Monárrez, que siempre le agradeceré, en el viaducto Miguel Alemán, de la colonia Roma Sur, en la ciudad de México.

¡Que vivan los brigadistas de 2017!

* Economista y compositor

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