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El Éxito

Por viernes 31 de julio de 2015 Sin Comentarios

Por: Jaime Irizar López

El exitoNada es estático, todo cambia. Lo único constante es el cambio señala la famosa sentencia. En este mundo vertiginoso donde las investigaciones científicas, los avances médicos, los espectaculares progresos en las tecnologías de la información con la consecuente transculturización de las sociedades del mundo, y otras cosas más, nos hacen reflexionar en la necesidad imperiosa de replantearnos las definiciones y vigencias de ciertos conceptos, entre ellos los referentes a los valores y principios útiles a la sociedades modernas, pero sobre todo a la idea actual en torno al significado de la idea de “éxito”.

En los albores de la humanidad, por necesidad propia de nuestro proceso evolutivo, nos empezamos a organizar en pequeños grupos, tribus o etnias, en un principio para asegurarnos las posibilidades de perpetuar la especie mediante el apareamiento que propicia la cercanía y para conseguir con mayor facilidad el abastecimiento de alimentos que aseguraba el crecimiento y desarrollo de la descendencia.

En esta etapa, el cazador, el recolector de frutos o aquel que incursionaba con éxito en la incipiente agricultura, eran personajes que ejercían un liderazgo natural entre el resto de su colectividad. Posteriormente se consolidaron los esquemas de producción y apareció el concepto de propiedad en la conciencia colectiva, surgiendo en consecuencia la necesidad de replantearse como grupo ante los nuevos retos, para así defender la integridad física de sus componentes y el patrimonio integral de la comunidad.

La seguridad, fue la razón y el motivo principal de lucha, su factor de cohesión, la necesidad prioritaria, y por lo tanto, la habilidad guerrera se tenía en alta estima. Los más fuertes y experimentados en el arte de la guerra eran los jefes de las tribus, y aprender a matar en la lucha emprendida para defender a los suyos, era considerado casi por todos, como un acto virtuoso. Lo anterior sólo para ilustrar que los valores y los principios, han venido evolucionando de tiempo en tiempo y de cultura en cultura. Lo que antes era bueno y virtuoso hoy ya no lo es tanto y viceversa. De época a época, de cultura a cultura, la visión de lo bueno y lo malo en las prácticas y costumbres de cada núcleo social siempre han sido diferentes, sin que nadie pueda etiquetar definitivamente algo como bueno o malo, sino simplemente como una forma de dar una respuesta social a la problemática común.

La influencia de la ignorancia y las religiones, dieron pie a la creación de una tabla de valores morales y principios que pretendían de origen, propiciar unas relaciones más armónicas entre los miembros de la sociedad. El concepto del pecado, y del infierno dantesco rebosado de diablos, fantasmas y temores, consolidaron una conciencia colectiva definida por el miedo y los sentimientos de culpa. Pensar distinto, ser irreverente, era en ese entonces considerado como una franca herejía, por eso los clérigos, sacerdotes, chamanes, eran las figuras máximas de autoridad y liderazgo y asumieron las posiciones más influyentes de esas épocas.

En ese entonces, las metas bien definidas y los propósitos más claros de esas sociedades, eran formar una familia dentro de un marco de valores y principios que lograran apartar a los hijos del mal, o dicho de otra manera, procurar hacer hombres y mujeres de bien. Posteriormente los pensadores, liberales o no, que eran, al igual que hoy muy pocos, intentaron filosofar sobre el ciclo vital tan corto de los humanos, quisieron incorporar en la mayoría de las conciencias la lógica y, a sus conductas la ética. Intentaron despojar al sexo de todo bagaje moralista y a la vida de todo sentido humanitario.

La revolución industrial, el capitalismo con su hijo mayor y preferido el consumismo, vinieron a construirle el nuevo rostro a las sociedades modernas. Siguen las mayorías sin querer aprender a leer y a pensar por sí mismos. Condenan a los seguidores de estas arcaicas prácticas al ostracismo social, equivalente moderno de la cacería de brujas que condenaba a la hoguera en la edad media, a quienes practicaban brujería eran herejes o tenían dinero y bienes suficientes como para despojarlos de ellos tras realizar este tipo de acusaciones.

Hoy se condena a quien no comparte espacios o ideas de diversión o entretenimiento. Los miembros de la sociedades modernas están plenamente convencidos de que la vida es demasiada corta como para gastarla en formalidades, por eso interiorizaron muy bien el concepto de úsese y deséchese, mismo que define el marco conductual del consumismo. Trabajan, los que tienen la fortuna de tener empleo, sólo como un medio para obtener recursos para comprarse diversión. Las mayorías no se comprometen con las generaciones futuras, creen ser tal vez, la última generación de la humanidad; tienen confusa la tabla de valores heredada por sus padres y abuelos, y no les ha dado por construir, tras un análisis serio, unas nuevas reglas de convivencia que asegure la perpetuidad de la especie así como la convivencia armónica. Nadie procura acumular virtudes y principios, están convencidos que con ello no comprarán joyas, mansiones, coches de lujo, admiraciones y envidias populares, exceptuando tal vez, una vida decorosa, tranquila, producto de su trabajo y honestidad.

Han enterrado en el panteón del olvido toda la amplia gama de valores, herencia tradicional de las generaciones pasadas y los han suplido a todos, por uno solo: el dinero. Es una gran verdad que ya nadie quiere ser líder auténtico, guerrero defensor de su pueblo, constructor de familias y de sociedades más sanas, y exitosas. Toda idea del éxito se circunscribe a la acumulación de riquezas y poder, para la compra compulsiva de diversión, entretenimiento y para ostentar con soberbia sus adquisiciones.

En la actualidad ningún rico es tonto y todo pensador mesurado es un desfasado y perdedor. Antes, y tal vez hoy, la idea del éxito que antes tenía tantas interpretaciones como individuos había en la tierra, hoy se reduce de manera simplista a dos conceptos básicos: poder y dinero; no importando para nada los medios que han ayudado a adquirirlos. Tener dinero y poder para ostentar y presumir, más que para satisfacer necesidades personales y familiares, es la meta más común de los que aspiran ser “exitosos”. Tener dinero suficiente para que despierte las envidias y confundan en sus cabezas y sus relaciones humanas, los conceptos y las ideas de trato por interés, con las expresiones espontáneas de afecto y cariño.

La falta de rumbo, la orientación correcta, la olvidada búsqueda de la felicidad sustentada en los justos medios, los equilibrel exito 2ios, todo eso quedó en el olvido. El alcohol, las drogas, el sexo indiscriminado, la desintegración familiar, la falta de respeto, la barbarie, pueden ser quizás unas de las consecuencias obligadas de unos valores endebles y de una pobre definición de la idea del éxito y de una vida sana.

Cierto es que la vida es muy corta. Lo es también, que su propósito fundamental debería se: aprender en el menor tiempo posible el cómo ser feliz. Esa es la esencia del buen vivir. Por último les digo, y no para justificar este artículo, ni mi condición económica, que tal vez Dios no me dio riquezas, pero si una familia buena, sana y feliz; que más quiero para presumir. Estoy más que convencido de que no se puede tener todo en la vida.

*Cronista de Sinaloa de Leyva

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