Nacional

Fenómeno e inducción

Por domingo 1 de enero de 2012 Sin Comentarios

Por Víctor Roura*

1. El periodista Juan Diego Quesada, del diario El País, se muestra sorprendido ante el “fenómeno”, así dice con latente —¿o simulada?— ingenuidad, de la música juvenil representada por los Jonas Brothers, Hannah Montana (en realidad la niña Miley Cirus, cuya fortuna personal, antes de que se convirtiera en una persona mayor, rebasaba, con mucho, más de los mil millones de euros), Zac Efron o Vanessa Hudgens —ambos de esta cosa intitulada High School Musical (HSM)— producida por la industria Disney, que gana por promover a estos chicos conservadores y bíblicos alrededor de tres mil millones de dólares cada año.

“En la propia Disney cogió por sorpresa tanta gloria de los artistas adolescentes —dice Quesada, no sé si fingiendo arrobo o arropado en un correcto mimetismo reporteril del entretenimiento—. Abrumados, los ejecutivos de la factoría casi no tenían palabras para explicar el fenómeno. Pero no perdieron ni un minuto y pusieron en marcha la maquinaria. Además de discos y películas, tu vida podría girar en torno a Hannah, HSM o Jonas Brothers: piyamas, peines, maletas, MP3 y un largo etcétera. Baila como ellos, vístete como ellos y cuando lleguen a tu ciudad ve corriendo a comprar las entradas para el concierto.”

No, en realidad no hay ningún misterio en esta comercialización brutal de la música Disney, como tampoco la hay en los éxitos radiofónicos de cualquier grupo que escuchamos en la radiofonía, por muy mediocres que nos parezcan. Porque precisamente son promovidos para obtener éxito. Por lo tanto un asunto inducido no puede convertirse, en ningún sentido, en un fenómeno social, ya que para serlo debe tener alguna interioridad inesperada, alguna señal oculta, que guardara muy dentro de sí una impredecible explosividad.

¿Cómo puede ser un fenómeno de la música, por ejemplo, Britney Spears, que tiene desde su nacimiento artístico los reflectores encima? ¿Cómo pueden ser fenómenos sociales los Jonas Brothers o Hanna Montana (en realidad la niña Cirus) si tienen detrás suyo al emporio Disney, que vigila y conduce su camino luminoso? Los Beatles se hicieron antes de ser “descubiertos” por las compañías discográficas; es decir, éstas fueron en su búsqueda porque el fenómeno social que produjo su aparición las hizo considerarlos aptos para su catálogo.

Ahora, estos triunfadores muchachos eran nada antes de ser lanzados al estrellato, lo que habla —y en ningún momento el periodista español Quesada se detiene a cavilarlo— del apabullante triunfo de los medios electrónicos, que son, hoy, los que guían, imponen, establecen, orientan, encauzan, encarrilan, adiestran, entrenan y finalmente ilustran a sus espectadores, cada vez menos renuentes (¿acaso por su extravío educativo, por su falta de fe en los dogmas filosóficos, por su analfabetismo cultural?) a las imposiciones empresariales tecnológicas.

Porque, ¡por favor!, no puede ser un fenómeno social aquello que está siendo manejado para obtener justamente éxito. Y si hoy agrupaciones anodinas como la de los hermanos Jonas (que, como todos los artistas que son creados en la actualidad, se trepan, oportunos y presurosos, al tren de la bonanza financiera, que aquí sí las oportunidades son escasas y no deben desperdiciarse, pues el juego ya no se juega como antiguamente, donde los talentosos, aunque feos, podían ocupar un sitio cimero en la escala social) pueden ascender vertiginosamente es porque, ni modo, hoy la industria de la música en efecto se ha globalizado; es decir, minimizado, reducido, atomizado: sólo dos en el mundo son las únicas que deciden en el globo terráqueo a quién le toca cantar y a quién bailar, o las dos cosas juntas, si son graciosos y hábiles, aunque sean ignorantes o estúpidos e idiotas, que estas anomalías son indistinguibles a la hora del griterío masivo en los conciertos multitudinarios.

2. ¿Por qué entonces se dicen sorprendidos ante estas pronosticables situaciones los periodistas supuestamente astutos? Creo que, en primer lugar, por una cuestión de acomodamiento cultural para tratar de no verse fuera de la órbita en la cual gira casi todo el mundo: el esnobismo del entretenimiento ha conducido irremediablemente al estado gravoso de una trivialidad común, en la cual la única referencia posible de la cotidianeidad es lo que se refleja en la industria mediática: lo que no se ve, no existe. De allí que los rotativos que antes se consideraban serios ahora sumergen en sus portadas a medianos actores y sensuales mujeres que prestan sus rostros y caderas al orbe de la farándula.

Porque estamos llegando, si no es que ya hemos arribado, a la política frivolizada que insta una prensa, ja, que no quiere verse rezagada por las noticias insufladas en los medios electrónicos, como si compitiera con ellos cuando su lugar está, o debiera estar, muy en otra parte…

*Periodista y editor cultural.

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