Nacional

La navidad, canto de vida

Por domingo 18 de diciembre de 2011 Sin Comentarios

Por Juan Cervera Sanchís*

La Navidad conmemora el nacimiento de Jesús, el Niño-Dios. Navidad es igual a nacimiento y, todo nacimiento, es un milagro en sí mismo, porque la vida es el más extraordinario y maravilloso de los milagros que existen en el gran milagro de la Creación. El milagro de la vida, tan real, es a su vez una invitación al milagro del canto.

Es por ello que la Navidad ha inspirada a músicos y poetas. En su torno y entorno han surgido incontables poemas y canciones.

Se afirma que el primer cantor de la Navidad fue el Papa Telésforo. En el segundo siglo de la era cristiana dicho Papa compuso el más antiguo canto de Navidad de que se tiene memoria. Desde entonces no ha cesado la cristiandad, año con año, de crear nuevos cantos navideños, que se unen a los tradicionales ya existentes, y que están en la memoria de todos, para celebrar la llegada del Niño-Dios.

En España, que es quien trae los primeros cantos navideños al Nuevo Mundo, esos cantos se hicieron villancicos en el siglo VIII. Desde entonces, Navidad tras Navidad, la gente de habla castellana en todo el orbe no cesa de elevar su voz, en fecha tan memorable, para celebrar lo acontecido hace ya más de dos mil años en el Portal de Belén, musicalmente. Ello, como si acabara suceder cada mes de diciembre, los cristianos recuerdan el nacimiento de Jesús de Nazaret y, por ende, a su santísima madre, la Virgen María, la humana y purísima madre de Dios hecho carne y hombre. Milagro de milagros.

La Navidad es pues cuento y cántico. Es por ello que sin villancicos y posadas la Navidad no sería propiamente la Navidad tal como se siente y se vive.

Los cristianos todos en los templos y en sus hogares siguen cantando:

“Esta noche es Nochebuena,/ noche de felicidad./ Esta noche es Nochebuena/ y mañana es Navidad.”

Viejas e ingenuas canciones cargadas de simbolismo poético.

Canciones con un sabor y una atmósfera que nos conmueven y penetran de secreta y mágica luz las almas.

Algo tienen en su raíz y en su música estas cancioncillas, que son estremecidos cánticos, que nos llegan directamente al corazón.

La dulzura y la poesía que emanaban son realmente únicas:

“Soy un pobre pastorcillo/ que camina hacia Belén,/ voy buscando al que ha nacido/ Dios, con nosotros Manuel.”

Cantar de cantares de un matrimonio desamparado en que una joven mujer embarazada ha caminado bajo el rigor de la noche y del frío por los más ásperos caminos hasta encontrar un pesebre para poder parir, en mitad de los animales, a su sagrado hijo.

La pobreza y el desamparo se subliman de tal manera que derivan en Dios y divinizan la dureza del largo caminar transformándolo en bella, suave y suma poesía naciente.

Los cantos de Navidad testimonian este milagro, tienen en el fondo y en la forma el poder de transmutar las fatigas y los temores en aladísima y confiada alegría:

“Es porque cantan la noche feliz,/ y es porque cantan la noche sin par, / en que Dios niño ha nacido/ y en el mundo ha de reinar.”

El Dios hecho niño es el inspirador de todos y cada uno de estos cantos de Navidad.

¿Hay algo más impresionante y sorprendente que un niño en la totalidad conocida y desconocida de la Creación? Yo pienso que no. El niño en sí es la viva señal de que la vida continúa, de que el Creador mantiene en alto y muy firme su fe en la criatura humana.

Espantoso sería lo contrario, que el Creador dejara de creer en nosotros y un día todas las mujeres de la tierra se volvieran estériles y ya nunca más nacieran niños.

El que Dios decidiera venir a este mundo como un niño es la más bella señal de su fe en nuestra conflictiva especie. Es así que junto con la aparente y cándida milagrería que se percibe en los cánticos de navidad, percibimos un profundo mensaje que va mucho más allá de su aparente simplicidad. En los cantos de Navidad se habla de inocentes pastorcillos, de una madre con su niño en los brazos, de un lecho de paja y también de los tres Reyes Magos.

Hay magia en todo ello, una magia que trasciende y nos trasciende con el rorró y la nanita, y es que son cantos en olor y loor de cuna y, la cuna, por sí misma es un símbolo cósmico.

Sí, una secreta corriente cósmica circula por estos cantos llanos y llenos de diáfana simplicidad, que logra elevarnos e impregnarnos del misterio poético en ellos presente y emanadores de una paz inefable.

Es así que resulta un disfrute pedir posada y darla, sobre todo darla, porque al dar nos aproximamos al Creador, al Dador de la Vida, del que hablaban con trascendental devoción los meshicas.

Noche de dar es la Nochebuena. Y sus cánticos son una manera de darse.

Se da el cantor y el canto. Noche de recibir, en mitad de esa inmensidad implícita en el misterio de la nacencia, motivo inspirador de los cantos navideños, es porque sí y en sí la Nochebuena. Noche, en suma de sumas, para amar y ser amado y reafirmarse en el pacto amantemente enamorado con el Señor de la Creación.

*Poeta y periodista andaluz.

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