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Conciencia de humanismo y desarrollo social

Por domingo 9 de octubre de 2011 Sin Comentarios

Por Iván Escoto Mora*

En una declaración vertida dentro del marco de la reunión anual del Fondo Monetario Internacional, Juan Somavia, director general de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) afirmó que las crisis financieras están dañando las posibilidades de crecimiento de la economía. En este escenario de incertidumbre, se calcula que, actualmente, son 200 millones de personas las que no tienen empleo ni posibilidades de acceder a medio alguno de subsistencia.

El problema de la crisis económica adquiere alcances mundiales y la distribución de la riqueza se polariza. Pueblos enteros se debaten entre la vida y la muerte mientras que los supermillonarios y líderes del planeta viven en medio de un lujo desbordante.

En Somalia se estima que son 29 mil niños, menores a cinco años, los que han muerto de inanición en los últimos tres meses. Oleadas de familias huyen del llamado “Cuerno de África” para tratar de salvar su vida. Diásporas incontenibles se dirigen al campo de refugiados en Dadaab, Kenia, ubicado a 100 kilómetros de Somalia.

El campo de refugiados fue creado por Naciones Unidas con una capacidad original para albergar a 90 mil personas. Actualmente residen en él casi quinientos mil exiliados de la guerra y la miseria.

El recorrido hasta Dadaab es un tránsito entre infiernos. Las familias cruzan a pie por el desierto, soportando temperaturas que ascienden a 50 grados centígrados con apenas unos cántaros de agua. En este correr desesperado muchos mueren, sobre todo niños y ancianos. Las madres se ven obligadas a decidir entre sus hijos para rescatar a los que tienen posibilidades de resistir el viaje, los otros son dejados a su suerte bajo el verdugo solar.

Dadaab recibe 1,300 refugiados cada día, hombres, mujeres y niños, prófugos de la sequía, la miseria y la muerte, llegan a Kenia donde buscan ser beneficiarios de la ayuda internacional, comer un plato de arroz y aspirar a la supervivencia en condiciones de hacinamiento.

En Kenia, por su parte, cinco millones de personas padecen el hambre y la sequía, ellos, al igual que muchos otros hombres, contados por cerros a lo largo del planeta, mueren víctimas de las condiciones de escasez producida por el cabio climático, así como la sobreexplotación de los recursos naturales y humanos.

Frente a este escenario, los grandes grupos empresariales de occidente exigen con voz tronante a sus gobiernos les rescaten, amparándose en el argumento de la catástrofe que implicaría la quiebra de la industria y la banca mundial con las consabidas consecuencias de desempleo masivo y desabasto. Los dueños de los capitales y medios de producción se sirven con generoso desempacho apoyos económicos provenientes de recursos públicos. En un mundo delirante, los más pobres rescatan a los más ricos.

Juan Somavia cuestionó ante el Fondo Monetario Internacional las razones por las que los gobiernos del mundo prefieren ayudar a los más poderosos, a los grupos financieros y consorcios industriales, antes que al pueblo, utilizando el resonado discurso de que “ellos”, los poderosos, son demasiado grandes, demasiado importantes para perecer. Tal consideración implica, reflexionó el director de la OIT, olvidar a los más pobres por ser demasiado pequeños y por ende, prescindibles.

Leandro Azuara Pérez afirma que un grupo social es “un conjunto de personas cuyas relaciones se basan en una serie de roles o papeles, que se encuentran interrelacionados; que participan en un conjunto de valores y creencias”. Vivir en sociedad debería significar tener conciencia de las necesidades de los semejantes.

Adam Smith, economista icono del capitalismo voraz, ha sido mal interpretado. En “La riqueza de las naciones”, el escritor escocés sostiene que la acumulación de la riqueza no necesariamente tiene que estar relacionada con el egoísmo, por el contrario, la riqueza debe servir para impulsar el desarrollo de la humanidad y traducirse en búsqueda del beneficio mutuo. Más aún, afirma: “Ninguna sociedad puede ser próspera si la mayoría de sus miembros son pobres”.

La concepción intransigente de luchas de clase antagónicas que combaten por la expansión de sus condiciones de vida con sus consecuencias de acumulación en unas manos y pobreza en otras, genera ruptura, crisis y a la larga, destrucción. Es imposible pensar en la preservación de condiciones de vida boyantes frente a la miseria de las grandes masas. Todos los hombres habitamos la misma casa, la misma tierra, el mismo espacio histórico. La bancarrota de las mayorías terminará quebrando los privilegios de las minorías adineradas. En épocas de carestía, los gobiernos deberían replantear sus prioridades, para garantizar la supervivencia del gran conglomerado social.

Si entender que todos formamos parte del mismo destino histórico es el principio que explica la idea d e “consciencia de clase”, quizá más que hablarse de “consciencia de clase”, tendría que hablarse de “consciencia de humanidad” en un intento por provocar el movimiento de la sociedad hacia un mismo rumbo de bienestar colectivo.

*Abogado y filósofo/UNAM

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