Estatal

De cuando voté por todo mi pueblo

Por domingo 10 de abril de 2011 Sin Comentarios

Por Faustino López Osuna*

El día 8 del presente mes, marzo, ha sido establecido como Día Mundial de la Mujer, por la Organización de las Naciones Unidas, como medida suprema para combatir la desigualdad y la discriminación de género de más de la mitad de la población de la tierra.

En nuestro país, encuadrado como todas las naciones latinas en la cultura judeocristiana, gracias a un sinaloense preclaro que se incorporó a la lucha armada de la Revolución, Salvador Alvarado, un año antes de promulgarse la Constitución General de la República producto del Constituyente de Querétaro de 1917, logró avances en el campo de los derechos de las mujeres en Yucatán, donde Venustiano Carranza lo había enviado de gobernador. Pero no fue sino hasta el gobierno federal de Adolfo Ruiz Cortines, cuando a las mexicanas se les reconoció su derecho al voto.

En Sinaloa correspondió estrenarse la ley respectiva en las elecciones para gobernador de 1956, lo mismo que la elección de las 16 presidencias municipales que había entonces y la renovación del Congreso del Estado. El candidato estatal del Partido Revolucionario Institucional, era el general Gabriel Leyva Velázquez y el candidato municipal por Concordia, Rodrigo Valdés.

Recuerdo que ese domingo electoral de julio yo me encontraba vacacionando en mi pueblo, Aguacaliente de Gárate. Era día de función de cine, al anochecer, en el cinematógrafo del pueblo, propiedad de Alfonso Valdés. Exhibían una película de Tarzán. Ahí me encontraba yo, sentado, como muchos más, en el techo de la casa, disfrutando de la cinta. Y sucedió que, a mitad de la película, justo cuando Tarzán se lanza al vacío pendiendo de una liana con el chimpancé Chita en el hombro, se interrumpió abruptamente la parte sonora y por el altoparlante se escuchó al propietario: “Al joven Faustino López le hablan de parte de su papá para que se presente en casa de Mundito Vizcarra”.

Con enojo y todo me encaminé al domicilio mencionado, casi enfrente de la plazuela. Ahí encontré, entre penumbra, algo que parecía una junta y un individuo vociferando con palabras altisonantes. Luego me enteré que eran los miembros del Consejo o Comisión Electoral, señores ya mayores de edad, apoltronándose, y el que vociferaba furioso era Rodrigo Valdés Sánchez, oriundo del propio pueblo y candidato a presidente municipal.

Después supe por mi progenitor, que me habían mandado llamar porque se enteraron que yo cursaba Secundaria, en Culiacán. Y porque se había presentado un enorme problema en las elecciones del día, para cuya solución yo era clave. La cuestión era que ningún marido permitió que sus esposas salieran a votar. Y ellos votaron por ellas. Pero como nadie los instruyó, cruzaron los logotipos de todos los partidos en las boletas electorales. Cuando se cerraron las casillas y se hizo el conteo, simple y sencillamente se nulificaron. Todas. Enterado discretamente el candidato Rodrigo en la cabecera municipal, se lanzó en su automóvil de campaña con boletas suficientes para arreglar la elección en Aguacaliente.

Fue entonces que con improperios a los ancianos a los que tampoco capacitó nadie, se dirigió a mí y me instruyó: “Aquí hay cuatro montones de boletas, ordenados de mayor a menor. Al primero, que es el doble de los demás, lo vas a cruzar donde dice PRI. Nada más. Fíjate que lleva los colores verde, blanco y rojo. Al segundo, menor que el primero, lo vas a cruzar donde dice PAN. Nada más. Tiene los colores azul y blanco. Al tercero en orden, lo vas a cruzar donde dice PPS. Nada más. Con el color solferino. Y por último, las últimas dos o tres boletas que quedan en cuarto lugar, las vas a cruzar donde dice PARM. Nada más. Son las que tienen el Monumento a la Revolución, como una casita.”

Dicho lo anterior, me proporcionó un marcador. Antes de que yo terminara, ya estaban hechas y firmadas las actas, pues se habían contado las boletas de acuerdo al padrón electoral y ya se tenía determinado cuántos votos tendría cada partido. Al terminar de votar por todo el pueblo, Rodrigo Valdés Sánchez me dio las gracias. Menos mal que no se les ocurrió ponerme tinta indeleble en el pulgar por cada voto emitido, pienso ahora, pues me hubiera provocado un color tal, que sólo se hubiera desvanecido con algún tratamiento a base de ácido muriático. Por mi edad y por desconocer la magnitud política de aquella jornada cívica, no le di importancia al hecho histórico de haber sido yo quien votó por las mujeres de mi comunidad, a cuyos padres o maridos les dio vergüenza que después de mil novecientos cincuenta y seis años de cristianismo, se comportaran electoralmente como ellos, en igualdad de circunstancias. Qué diría Sor Juana Inés de la Cruz. Faltaba más.

Lo que me pesó, fue que nunca terminé de ver la película de Tarzán. En aquel tiempo normalmente no se reponían las cintas pasadas. Ni había video cines ni renta de películas.

Imagino que el general Gabriel Leyva Velázquez, quien resultó ganador en la contienda, fue informado en su momento del incidente electoral que aquí por primera vez cuento. Él gobernó Sinaloa hasta 1962, entregando constitucionalmente el gobierno a Leopoldo Sánchez Celis.

En el caso comentado, qué bien que sea distinto el agora del otrora. Después de aquella frustrada primera votación de nuestras mujeres, para quien desconozca el papel relevante de Aguacaliente de Gárate en la historia del país, aparte de figurar en el Larousse, como se ha dado cuenta ya, alguna vez los investigadores de gabinete de alguna institución de cultura, habrán de dar cuenta que de esta tierra de aguas termales y ciruelas más dulces que el azúcar, es originario Guadalupe Osuna Millán, actual gobernador del Estado de Baja California.

*Economista y compositor.

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