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Apodos, seudónimos y sobrenombres

Por domingo 20 de mayo de 2012 Sin Comentarios

Por Óscar Lara Salazar*

En los ajetreos de toda revolución, si algo sobresale con fuerza es el ingenio y la creatividad del imaginario colectivo. Máxima, en una revolución como la mexicana, de corte eminentemente popular. Ya de por sí, el pueblo mexicano goza de gran fama para hacer mofa y escarnio de todo lo solemne, máxima se manifestó en medio de la convulsión y la anarquía que supone un movimiento explosivo como lo fue el de 1910 encabezado por don Francisco I. Madero.

En este sentido, me pareció de interés rescatar del libro de Arturo Langle, relacionado precisamente con este tema, de apodos y seudónimos, y seleccionar algunos de los motes de personajes del más distinto corte, formación, militancia y bando, que participaron y destacaron en la revolución, que por lo demás, tiene que ver con un periodo de tiempo que va de 1900 a 1936.

De generales y de ahí pa` delante…

El Granito de Oro. Rafael Buena Tenorio. Así se le llamó por haber sido el general más joven de la revolución. Nació el 23 de mayo de 1890 en el Distrito de Mocorito.

El Agachado. El general sinaloense Juan M. Banderas. Nació en la comunidad de Tepuche, sindicatura de Culiacán. Así se le conocía por un defecto físico que lo obligaba a caminar encorvado.

El Cachimba. El general Ángel Flores, nació en Lo de Sauceda Navolato en 1883, solía fumar pipa desde los tiempos que fue grumete en los barcos de Mazatlán, decían que echaba más humo que una cachimba.

El Chapeteado. El mayor Martín Elenes, nació en Santiago de los Caballeros en Badiraguato en 1880, militó a las órdenes del general Ramón F. Iturbe y dirigió el regimiento Los Carabineros de Santiago. Así lo apodaron por ser de gran temperamento y cuando hacía coraje se le ponían rojos los cachetes.

El Ajolote. Saturnino Cedillo. Así se le conocía en la región de la Huasteca potosina, por lo oscuro de su piel y la y fealdad de sus facciones.

El Arete. Joaquín Amaro. Originario de Zacatecas, nació en 1889. Militó a las órdenes maderistas, luego estaría con Obregón. Fue Secretario de Guerra y Marina con Plutarco Elías Calles y Emilio Portes Gil.

El Artillero. Felipe Ángeles. Nació en Zacualtipán Hidalgo el 13 de junio de 1869. Le pusieron ese apodo por destacarse como el mejor artillero de la revolución. Un gran académico militar, estratega y limpio revolucionario.

El Anticristo. Plutarco Elías Calles. Así le llamaron, sobre todo vastos sectores de la iglesia porque cuando fue presidente se desató el conflicto con el clero mexicano.

El As de Oros. José María Guajardo. Se ganó el mote por su afición a la baraja. Fue el general que traicionó a Zapata para luego asesinarlo en Chinameca.

El Centellas. Capitán José Arellano. Así le decían dado su mal carácter. Miembro del Estado Mayor del general Pablo González.

El Pajuelazos. Coronel Luis Díaz Coudurier, por el motivo de que llamaba pajuelazos a los tragos de licor.

El Coyote. Al coronel Ricardo González. Por estar siempre en movimiento y solo cantaba de noche. Partidario leal a las fuerzas del general Pablo González.

La Cuerva Coja. Matías Saracho. Por el hecho de ser moreno y tener un defecto físico en una pierna y no poder caminar normalmente.

El Chacal. Así le llamó el pueblo a Victoriano Huerta por el artero asesinato del Presidente Madero y José María Pino Suárez, el 22 de febrero de 1913.

El Chocolatero. General Mariano López Ortiz. Por su afición a fusilar a los prisioneros, lo que él llamaba darles chocolate o “chocolatearlos”. General villista.

El Pluma Blanca. El general Juan Domínguez. Decía ser el gran jefe. Combatió en las filas del cuerpo del Ejército del Noroeste a las órdenes del general Álvaro Obregón.

El Aspirina. General Rafael de la Torre. Por razón de que una vez le quitó el dolor de cabeza a un parroquiano de un balazo precisamente en la cabeza.

El Huérfano. General Gonzalo Escobar. Decían sus compañeros que era el dedo chiquito de Obregón y al asesinato de este quedó huérfano. Originario de Mazatlán, Sinaloa, se rebeló contra la presidencia interina de Emilio Portes Gil.

El Zorro Solitario. Octavio Magaña. Se le consideraba astuto y siempre muy reservado. Primero fue maderista, luego constitucionalista. Publicó artículos en diversas revistas y periódicos, y escribió el libro “Yo Acuso”.

El Manchado. Emilio Portes Gil. Así le llamaban por motivo de que tenía una mancha en la piel. Fue Presidente de la República.

Maximiliano. Alberto Córdoba. Su gran parecido con Maximiliano de Austria le ganó este sobrenombre. Destacado revolucionario El Nopalito. Pascual Ortiz Rubio. Ese mote le dieron algunos caricaturistas de la época, dizque por ser muy bueno, pero muy baboso. Diputado Constituyente, gobernador de Michoacán, Secretario de Comunicaciones y Presidente de la República. Renunció a la Presidencia el 3 de septiembre de 1932.

Pancho Reatas. General Francisco Murguía. Así le dieron en llamar a este general por su costumbre de colgar de los árboles a los prisioneros en combate. Se dice que colgó a 400 villistas en un poblado de Sonora.

El Sobrino de su Tío. Félix Díaz. Así llamó le llamó el pueblo por no tener otro mérito que ser sobrino de don Porfirio Díaz.

El Tacón. General G. Sánchez. Dada su baja estatura portaba botas o zapatos de tacones muy altos.

El Tallarín. Enrique Rodríguez. Por ser muy alto y delgado, sus compañeros le encontraban similitud con una sopa de pasta de ese nombre. Militó en las filas zapatistas. El Tigre de la Laguna. General Benjamín Argumedo. Se le dio ese mote por su fiereza para combatir y por ser oriundo de la región de La Laguna.

El Zapote. Teodoro Segundo. Revolucionario notable. Sus compañeros así lo bautizaron por lo oscuro de su piel.

El Oculista. General Vidal Garza Pérez. Así lo llamaron por razón de que un Consejo de Guerra le preguntó a un reo si estaba enfermo, aquel le contestó que sí; ¿Pero que tienes?,- No se, pero veo puros tarugos-. Vidal le dijo que no tuviera cuidado, que él era oculista y que lo curaría, y ordenó como receta una sabliza. Al día siguiente, en la audiencia, le preguntó como seguía. El acusado contestó: Ya nada más veo un tarugo. Con aquella respuesta ordenó la misma dosis. Así, a la mañana siguiente, lo recibió con la pregunta obligada ¿Cómo sigues? –Perfectamente- ¿Verdad que soy un gran oculista?

*Diputado Federal/Cronista de Badiraguato.

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