Estatal

El Hombre Lobo en Teacapán

Por domingo 1 de agosto de 2010 Sin Comentarios

Por Joaquín López Hernández*

Este no es un cuento de misterio como aquellos que solían contar Lenchillo Altamirano o Pablón Hernández, ni tiene que ver con las aventuras del “Amellado” cuando se metía al panteón a cantarle a los muertos. Se trata más bien de un personaje real, de carne y hueso, que a su avanzada edad no provoca miedo e hizo de Teacapán su residencia. Se le puede ver transitar solo por sus calles con luna y sin ella y sin temor a la luz del día a bordo de su viejo Volvo. Lo conocí hace apenas un año, él mismo se presentó como “Hombre lobo”, esto en la tien­da de Marisa Contreras, hija del “Güero Jococo”, donde coincidimos hace un año mientras sonreía y confirmaba “sí le dicen el Hombre lobo”.

El misterioso personaje es una enciclopedia ambulan­te pues según Marisa “sabe de todo”. Yo encontré que ha sido editor periodístico, sus trabajos han visto las páginas de prestigiadas revistas; ha escrito algunas obras de tea­tro y una serie de libros entre los que destacan algunos que han ganado prestigiados premios en los EEUU como el North American Spur Award y cuyas historias fueron una popular serie de televisión. Una de sus obras sobre un caballo cojo fue adaptada en Hollywood para una película del oeste con actores de renombre.

El Hombre lobo también conoce algo de política pues fue electo miembro de la Cámara Alta en su país natal has­ta que lo retiraron, por falta de votos, en 1992. Fue tam­bién miembro del mundo diplomático con el cargo de Se­cretario de Asuntos Exteriores, miembro del Comité Espe­cial de las Naciones Unidas y representante de su país en la Organización de los Estados Americanos (OEA).

En su obra literaria encontramos algunas crónicas e in­cluso novelas sobre Teacapán. En el NY Times (20/XII/1987) cuenta cómo fue que Teacapán le adjudicó su apodo:

“Aquí los apodos se pegan como miel de panocha en un sweater de lana angora. Una vez un vecino como a tres casas de la nuestra se emborrachó, se quitó toda su ropa y se quedó sentado en la calle con la cabeza recostada en sus brazos. Esto le recordó a alguien, a un conejo despe­llejado. Por quince años le han llamado “Conejo bichi”.

Incluso, hay apodos aplicados a las parejas. Una pareja de ancianos quienes son muy altos, delgados y de caminar erecto y a menudo caminan juntos por la calle, les llaman el “Once”.

Mi propio nombre, continúa, es Hombre lobo, escogi­do, me han dicho, porque tengo pelos gruesos en mi bigo­te, ojos pálidos y por ser medio nervioso. Mi esposa, que es chaparra y frecuentemente pasea en su caballo por la playa los lugareños la apodaron “Cuca Playera”.

Otro de los héroes de su relato es Perumbe (sic) (Pe­rrRRROOOmbay, algo que según él “suena como el ace­lere de un motor Honda 750) de quien dice que ni en su casa, esto es su esposa e hijos lo llaman por su nombre de pila. También da cuenta de un incidente que tuvo con Lucila, hija de Manuela. Ahí describe la desconfianza de viajar sola con él a Escuinapa luego de que el Hombre lobo se ofreciera llevarla en su coche para que comprara mer­cancía para su tienda. Al cuestionar a Lucila sobre sus sus­picacias, la esposa del Hombre lobo supo que ello provenía de haber observado que a este “nunca lo ha­bía visto antes bañado y peinado…”, de ahí la sospecha de que el Hombre lobo tramaba algo.

Este artículo forma parte de los sucesos cotidianos de las últimas décadas en Tea­capán, y que dados los actuales planes del gobierno federal en constituir otro Cancún en la periferia, pronto pasarán a ser parte de la historia del pueblo que una vez fue y que nunca volverá a ser igual.

Podemos asegurar que el paso por Tea­capán del Hombre lobo es distinto al de cientos de gringos que como él hicieron del puerto su segunda casa, pues además de in­cluirnos en su obra literaria, su contribución humanitaria alcanza las dimensiones de una de sus obras y cuya labor quizá pasará des­apercibida al no buscar este los reflectores del reconocimiento, quizá por ser parte de su vida íntima. Es a través de su obra que co­noceremos al Hombre lobo, ahí su historia, es a veces ficción que se convierte en premoni­ción; a veces es cuento que luego se trans­forma en risa.

El nombre de pila del Hombre lobo es Paul St. Pierre, si alguien quisiera localizarlo en Teacapán por su nombre, nadie les dará razón, pero si preguntan por “El Hombre lobo”, es muy probable que digan ¡ah! ¿El Hombre lobo? Sí, vive por allá, cerca de con… (Más apodos).

*Cronista de Teacapán.

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